El brutal paquetazo dictado por el régimen recibe el silencio de la CTC y el rechazo del perseguido sindicalismo independiente.
LA HABANA, Cuba (René Gómez Manzano / CubaNet) – En días recientes se han puesto de manifiesto una vez más las tremendas diferencias que hay dentro del sindicalismo cubano. Me refiero a las que existen entre la todopoderosa y oficialista Central de Trabajadores de Cuba (CTC), que cuenta con ingentes recursos y millones de afiliados, de una parte, y el acosado movimiento sindicalista independiente, de la otra.
La primera dispone de un edificio de varios pisos enclavado en San Carlos y Peñalver, en el corazón de La Habana. También cuenta con su órgano oficial, el periódico Trabajadores. Resulta harto difícil encontrar, entre los millones de obreros cubanos, a alguno que confíe en la defensa que pueda hacer de él ese sindicato oficialista, pero casi todos están afiliados a él, pagan la cuota mensual y asisten a las reuniones que convoca de tarde en tarde; todo ello con el comprensible propósito de “no señalarse”.
La CTC goza de todo el respaldo y la confianza de la jefatura del régimen. Y es lógico que así suceda. Los Estatutos de la referida “organización de masas” proclaman: “La CTC y sus sindicatos reconocen abierta y conscientemente el papel del Partido Comunista de Cuba como fuerza política dirigente superior de la sociedad y del Estado, destacamento de vanguardia y máxima organización de la clase trabajadora”.
Los pequeños sindicatos independientes sufren una situación diametralmente opuesta. Su membresía suele ser exigua. En ocasiones, sus afiliados prefieren mantener en secreto su condición de miembros. Su objetivo está más que claro: evitar la represión proveniente del régimen, que rechaza y persigue cualquier cosa que huela a pluralismo, en particular en el terreno que nos ocupa.
Esas diferencias abismales se ponen de manifiesto no sólo en el tamaño y la membresía de uno y otros sindicatos. Ellas se hacen evidentes también en la forma en que el primero y los restantes reaccionan ante las medidas oficiales que afectan a los trabajadores cubanos. Es el caso del reciente “paquetazo” anunciado durante la reciente reunión de la llamada “Asamblea Nacional”. Se trata de un conjunto de medidas que merecen de sobra el adjetivo “antiobreras”, aunque Díaz-Canel rechace indignado ese calificativo.
El periódico Trabajadores se contentó con publicar un reportaje intitulado “Análisis de la economía cubana y el presupuesto del Estado en Parlamento cubano (cobertura en vivo)”. En vano se buscará en ese material (o en alguno otro del “órgano obrero”) algún enfoque crítico de las medidas antipopulares. Y no sería lógico que lo hiciera, pues ellas provienen de lo que la misma CTC —como ya vimos— denomina “máxima organización de la clase trabajadora”. Todo se reduce a constatar de manera acrítica en qué consisten las referidas medidas.
Esa incongruencia, esa inconsecuencia, es lo que se destaca en un material publicado aquí mismo en CubaNet este martes. Es cuando recoge las declaraciones de José Castillo, dirigente de la Izquierda Socialista de Argentina. El prominente político declaró: “No hay ajustes buenos y ajustes malos; todos van contra las condiciones de vida del pueblo trabajador”.
Ese enfoque supongo que suene a herejía en los oídos de los obesos líderes de la CTC. El silencio sepulcral que estos han observado ante el “paquetazo” contrasta de modo excepcional con las denuncias que hacen los acosados sindicalistas independientes, que yo quisiera personificar en la del que me parece el más destacado de esos gremios alternativos: la Asociación Sindical Independiente de Cuba (ASIC).
Con admirable claridad, la organización que encabeza el ex preso político Iván Hernández Carrillo pone los puntos sobre las íes: señala que el portavoz gubernamental “no aborda las causas reales de la crisis”; denuncia “al verdadero mal de males de la sociedad cubana: el régimen unipartidista y la burocracia que lo apaña”; y señala lo obvio: “El aumento de las tarifas eléctricas, a los combustibles y los impuestos sólo hace recaer el peso del problema sobre los más débiles de la sociedad”.
El documento también caracteriza los objetivos anunciados por el primer ministro como “un ataque directo a la familia cubana”; denuncia “la crisis de corrupción” existente y dictamina: “más intervención y planificación estatal en la economía sólo significa más burocracia, y a la vez más peso muerto para el Estado y la nación”. Por último, constata: “Trabajar por un dólar, o menos, al día constituye un despropósito ética y moralmente insostenible”.
Resulta evidente que los trabajadores cubanos jamás encontrarán una voz que los defienda en el señor Ulises Guilarte de Nacimiento, que se muestra gritón y estridente ante sus subordinados de la CTC, pero harto apacible ante los jefes del partido único. Si piensan encontrar eso, que en cualquier otro sitio es lo más normal del mundo, pero que en Cuba parece un imposible, harían mejor en volver sus ojos a los sindicalistas independientes, como el mismo Iván Hernández Carrillo que ya mencioné.
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