Los incontables salideros de aguas albañales en los 168 municipios cubanos producto de un sistema disfuncional reflejan un paisaje decadente.
Pittsburgh (Sindical Press) – El pasado mes de mayo sonaron las alarmas con la entrada al territorio nacional de la fiebre de Oropouche. Una enfermedad tropical que debutó por primera vez en 1955 en una localidad de Trinidad y Tobago. Desde su descubrimiento en la mayor de las Antillas, según ha reportado la prensa oficial, un total de 506 personas han sido afectadas con el virus, según palabras del doctor Francisco Durán, director nacional de Higiene y Epidemiología.
Al asegurar que se trata de la cifra más baja en la región de América Latina y el Caribe, junto a la ausencia de defunciones y casos graves, el galeno de marras es, ni más ni menos, otro integrante del equipo gubernamental encargado de facturar mentiras y medias verdades con el fin de salvar las apariencias de un sistema de salud supuestamente aun funcional y por tanto preparado para enfrentar, con éxito, cualquier emergencia.
Si como afirma la nota publicada en el diario Trabajadores, los agentes transmisores son el mosquito culex y el culicoide jején que sobreviven y reproducen en las aguas sucias, entonces se infiere que la realidad al interior de Cuba es muy diferente a lo proclamado por el funcionario en cuestión.
La infinidad de salideros de aguas albañales en la mayor parte de los 168 municipios del país son, desde hace mucho tiempo, parte de un paisaje cada vez más decadente. Y es que el sistema de acueducto y alcantarillado adolece de una disfuncionalidad inimaginable. Las constantes roturas en las redes hidráulicas y los remiendos temporales han dado pie a una situación verdaderamente peligrosa en el sentido de viabilizar los escenarios para el desarrollo de plagas y bacterias.
Los enormes baches en las calles también son reservorios para la propagación de enfermedades. El estancamiento de las aguas en los enormes agujeros durante las temporadas de lluvia y las habituales fugas de las tuberías rotas cierran el círculo para la propagación de diversos vectores. Por si fuera poco, la crisis en la recogida de basura, sobre todo en la capital, aumenta de manera exponencial las incidencias que el doctor Durán minimiza.
Un informe del Observatorio Cubano de Auditoría Ciudadana señala que de los 23 000 metros cúbicos diarios de basura que se generan a diario en La Habana, solo se recoge el 68%, algo que, dado el panorama actual, podría ser se tomado como una generosa valoración dado el creciente número de basurales desperdigados por la urbe. Y no solo se trata del Oropouche. Habría que mencionar el dengue y la fiebre chikungunya originaria de África, ambas transmitidas por las picadas de los mosquitos.
Si a todo esto se le añade el generalizado declive de los servicios de salud, donde las carencias van de la baja disponibilidad de materiales básicos a la falta de personal calificado, incluyendo doctores y técnicos, los matices de la desgracia adquieren tonalidades más sombrías.
Entre 2022 y 2023 alrededor de 40 000 trabajadores del sector abandonaron sus profesiones en busca de alternativas laborales mejor remuneradas. Otros decidieron probar suerte allende los mares. La iniciativa del régimen desde inicios del 2024 de aumentar los salarios para frenar la estampida no ha generado los efectos que se esperaban. Continuar trabajando sin apenas recursos y con una inflación en constante alza, los incentivos monetarios no resultan lo suficientemente motivadores.
En resumen, el doctor Durán no acierta en ofrecer una descripción fidedigna de la realidad. Solo muestra su complicidad con las políticas establecidas por el alto mando que nada tiene que ver con la transparencia. Su fin es manipular de acuerdo a los intereses de la cúpula a la cual sirve, no se sabe si con resignación, conveniencia o desde una fidelidad más o menos pura al ideario legado por Fidel. De cualquier forma, con esa actitud mancha su prestigio como profesional. No es creíble.