jueves , 26 diciembre 2024
Trabajo voluntario en celebración del 65 aniversario del trabajo "volungatorio", como lo describen los cubanos.

Del voluntarismo a la decadencia La irracional trayectoria del socialismo en Cuba

Nadie cree ya en la participación masiva y entusiasta en cosechas, siembras y otras tareas agrícolas que reporta la prensa.

Pittsburgh (Sindical Press) – El pasado 23 de noviembre se cumplieron 65 años del primer trabajo voluntario realizado en Cuba.

Con el paso del tiempo, la iniciativa se reveló como uno de los instrumentos del nuevo gobierno para la construcción de una sociedad aborregada, dependiente de las directrices y antojos de la máxima dirigencia del partido único.

Fue el inicio de un pernicioso voluntarismo que fue estructurándose en la medida que el proceso revolucionario avanzaba. La Campaña Nacional de Alfabetización, anunciada en 1 de enero de 1961 y concluida el 22 de diciembre del mismo año, fue el colofón de un período dominado por la ciega creencia popular en los kilométricos discursos de Fidel, prometiendo villas y castillas, y en toda la parafernalia derivada de aquellas ansias de construir un sistema a partir de los manuales bolcheviques con su dictadura del proletariado.

Una estrofa del himno compuesto por Eduardo Saborit como estandarte de la cruzada para erradicar el analfabetismo, un problema real, pero sobredimensionado con la intención de demonizar, cuanto fuera posible, el modelo capitalista que había regido los destinos de la Isla por más de cinco décadas, mostraba en su totalidad las premisas del nuevo movimiento político, decidido a hacer del adoctrinamiento y la manipulación dos herramientas para amoldar el pensamiento del cubano al gusto de los sátrapas.

Aquel estribillo de “Cuba, Cuba, estudio, trabajo, fusil, cartilla, manual, alfabetizar, alfabetizar, venceremos”, no solo resume la identidad de una época, también ofrece las claves para comprender la naturaleza irreformable del castrismo y su decadencia.

La alusión al trabajo en la armonizada exhortación evoca el espíritu voluntarista que prevalece hasta hoy.

Una nota publicada en el diario Trabajadores lo confirma, al explayarse sobre la jornada masiva de trabajo voluntario, promovida por el movimiento sindical oficialista, el día 23 del mes en curso, en recordación a la primera convocatoria a realizar labores sin retribuciones materiales, respaldadas solo por una supuesta espontaneidad y un compromiso patriótico, usualmente más utilitario que fidedigno.

El iniciador de tales esfuerzos de probada irrelevancia fue, ni más ni menos, que Ernesto Guevara de la Serna, el conocido aventurero argentino, capturado y ajusticiado por el ejército boliviano, en octubre del 1967, en uno de sus demenciales planes de derrocar a gobiernos democráticos e imponer los códigos del socialismo maoísta.

La orden, dada en tono persuasivo y apelando al deber de involucrarse a fondo en el fortalecimiento de un sistema de “inigualables valores éticos y morales” y de una “economía espectacularmente productiva” –como suelen hacer los barrigones de la nomenclatura y sus cachanchanes– definió una práctica en el presente menguada por el hastío de la mayoría de la población, sumida en una pobreza crónica y que asiste a esos paripés por puro formalismo y como tácticas disuasivas ante cualquier sospecha de manifestaciones de apatía y tendencias contrarrevolucionarias.

A estas alturas de la historia, nadie se cree el cuento de una participación festinada y multitudinaria, esta vez en la cosecha y siembra de cultivos varios, actividades relacionadas con la preparación de la próxima zafra azucarera, la plantación de caña y la cosecha de café, entre otras tareas, como se reportó en la prensa.

Me atrevo a decir que una buena parte de los participantes, reniegan del Che y quienes lo secundaban en la tribuna, cuando dio la voz de mando para volcarse en masa hacia los campos y las fábricas, preferiblemente los sábados o los domingos, no importa si a agacharse en un surco a intercambiar anécdotas personales o acomodar papeles en las estanterías de un timbiriche.

En esa camada de seres repulsivos, devenidos en continuadores del ideario comunista, no podría faltar el rechoncho secretario general de la CTC, Ulises Guilarte de Nacimiento, el convocante de una acción sin sentido en medio de un desastre social y económico sin parangón en la aciaga historia de una gestión política probadamente fallida.