Estos conceptos eran una consecuencia de su afán por eliminar cualquier gestión ciudadana que entorpeciera la labor del Estado totalitario
La Habana | Cuba Sindical Press – La propaganda oficialista cubana se esfuerza por hallar evidencias que muestren la vigencia de las ideas del Che Guevara en la actualidad de la isla, sobre todo ahora que arribamos al cincuentenario de la muerte del guerrillero argentino-cubano.
Sin embargo, un análisis objetivo demuestra que no son muchas las vertientes de la vida cubana donde se mantiene en pie el legado del Che. Comencemos diciendo que es el gran ausente en el proceso de actualización del modelo económico. Su sistema de Financiamiento Presupuestario, que abogaba por una centralización extrema, y el no uso de las palancas del mercado –las que calificaba como “armas melladas del capitalismo”– nada tiene que ver ni siquiera con las tímidas reformas de Raúl Castro.
Otros dos elementos significativos de la prédica guevarista, la preponderancia del estímulo moral y el trabajo voluntario, también están en franca retirada. A los trabajadores cubanos ya no les satisfacen los diplomas y las condecoraciones. Necesitan que les retribuyan todo el trabajo que realicen con tal de afrontar la carestía de la vida.
El desdén por el trabajo voluntario se extiende además por las cuadras y barrios del país. Ya los agonizantes Comités de Defensa de la Revolución (CDR) son incapaces de organizar a su membresía para mantener la higiene en las comunidades. La basura desbordada en las calles –desde mucho antes del paso del huracán Irma– una prueba de ello.
Ah, pero existe una esfera de la vida nacional en la que los criterios del finado guerrillero son como la Biblia para los cristianos: el funcionamiento de los sindicatos oficialistas. Esos puntos de vista del Che eran una consecuencia de su afán por eliminar cualquier gestión ciudadana que entorpeciera la labor del Estado totalitario. No hay que olvidar, entre otras de las misiones que cumplió, su visita a la Universidad Central con el objetivo de “convencer” a los estudiantes para que renunciaran a la autonomía universitaria.
Para el Che no tenía sentido que en la Cuba posterior a 1959 se mantuviese la frecuente confrontación entre los patrones y los obreros. Según él, los sindicatos debían jugar un nuevo papel: ser aliados de los administradores en la producción, y no renunciar a la condición de voceros de la clase obrera. Sin dudas, una extraña dualidad en la que, por supuesto, primaría la primera condición.
Un dosier aparecido en el periódico Trabajadores, con fecha del pasado 25 de septiembre, y dedicado a la figura del legendario guerrillero, contiene su concepción acerca de cómo debía de ser un dirigente sindical en el socialismo: “El mejor dirigente obrero no es el que busca el pan de hoy para sus compañeros, sino el que comprende el proceso revolucionario, y analizándolo y comprendiéndolo a fondo apoya al Gobierno, explica a los trabajadores el porqué de las medidas revolucionarias y los convence de su justeza.”
Semejante manera de concebir la vida de los sindicatos, aun desde los primeros años de la revolución fidelista, es la responsable de que hoy esos gremios oficialistas ostenten una presencia meramente simbólica para sus afiliados.
Porque, ¿en qué otro lugar del planeta los sindicatos se iban a quedar callados después que las autoridades elevaran la edad de jubilación, impusieran el pago de impuestos por el salario a una parte de la clase trabajadora, y declararan disponibles a cientos de empleados en un intento por reducir las plantillas de las entidades estatales?
Bueno, quizás suceda también en Corea del Norte, Siria y la Venezuela de Nicolás Maduro. Son escenarios en los que, de muy buena gana, hubiesen asimilado las enseñanzas del Che Guevara acerca del trabajo sindical.