Pésimo estado de locales, poca higiene y déficit de recursos son puntos recurrentes para describir el servicio de las estatales.
Jorge Enrique Rodríguez | La Habana | Son apenas las 9:30 de la noche y Rigoberto Céspedes ha tenido que caminar la avenida Infanta, desde su intercepción con San Lázaro hasta Carlos III, en busca de una cafetería estatal en la cual comprar una cajetilla de cigarros.
«A esta hora todas las cafeterías del Estado por esta zona están cerradas, excepto aquella del antiguo restaurante Manzanares».
Pero tampoco tuvo suerte allí. El local también estaba cerrado, y este chapista jubilado terminó comprando «los criollos» a una anciana que los vende a sobreprecio, junto a café recién colado, en la parada cercana.
«No pude ahorrarme los tres pesos (el precio estatal de estos cigarrillos asciende a siete pesos) y con lo que cobro de jubilación las cuentas hay que tenerlas bien claras», dice Rigoberto mortificado.
La historia es común en cada barriada donde las cafeterías que pertenecen a la empresa estatal de gastronomía apenas sostienen una oferta que, más allá de cigarros y rones, no sobrepasa tres productos, entre panes, dulces y refrescos, «casi siempre de pésima calidad y elaboración».
A excepción de aquellas que operan bajo el sistema de arrendamiento a cooperativas, después de las 8:00 de la noche casi ninguna cafetería perteneciente a la red estatal está abierta al público.
«Supongo que es para ahorrar electricidad aunque, para lo que no venden, es mejor demolerlas o darles otro uso», señala Gustava Meriño, vecina del consejo popular Latino.
«Ya el Estado no oferta ni pan con aceite. Cualquier cosa la tienes que comprar a los particulares: desde un simple vaso de refresco Piñata hasta un pan con croqueta. Y muchas familias no tienen para comprar todos los días la merienda de sus hijos a un cuentapropista».
Un recorrido por una treintena de cafeterías estatales muestra que varios de sus productos igualan los precios establecidos en cafeterías privadas, a pesar de la evidente diferencia de calidad en las ofertas de las primeras.
«Un pan con jamón, un refresco o un café del Estado te llega costar lo mismo que en una cafetería cuentapropista», dice Juan José Palacios, vecino del consejo popular Palatino.
«Por ejemplo, desde cuándo una cafetería del Estado no vende café. Y cuando lo vende es al mismo costo del particular, pero con mal sabor y siempre frío. El Gobierno se va olvidando de los que ganan poco a la hora de establecer precios y servicios».
El pésimo estado de los locales, la poca higiene y el déficit de recursos para la presentación, preparación y despacho de productos, son puntos recurrentes entre los cubanos a la hora de describir el servicio de las cafeterías estatales.
«Todo pasa por la gestión personal»
La cafetería ubicada frente al Hospital Ortopédico Fructuoso Rodríguez da servicio las 24 horas. Por lo general su oferta gastronómica, aunque de calidad regular según los habituales, «siempre es variada y bastante fresca».
«Todo pasa por la gestión personal de los administradores o de sus convenios con algún centro de elaboración», comenta uno de sus dependientes en referencia a las hornillas de gas que tienen allí para elaborar los productos y las neveras que mantienen las bebidas que ofertan medianamente frías.
«Si elaboras bien los alimentos tienes mejor chance de venta y no se estanca la mercancía. En muchos lugares del Estado pasa que a veces un producto está elaborado desde por la mañana, y por supuesto que a las 6:00 de la tarde es invendible», agrega, al tiempo que reconoce que muchas cafeterías estatales no cuentan siquiera con un refrigerador ni con agua corriente.
Dentro de la Terminal de Ómnibus Nacionales funcionan dos cafeterías; una pertenece a la empresa de gastronomía y la otra está ajustada al sistema de cooperativas.
«La diferencia es abismal en calidad, variedad de oferta y servicio», opina Mabel Sánchez en la de lista de espera hacia Pinar del Río.
«Esta experiencia de las cooperativas debería extenderse a todas las cafeterías del Estado. Total, mira aquella otra, allí nada más pueden comer viejitos y mendigos», indica con un gesto evidente de repulsa.
La tablilla de la cafetería estatal solo anuncia panes con croquetas, refresco a granel, marquesitas, café y cigarros. Sin embargo, a la entrada de la terminal, dos señoras jubiladas venden café recién colado.
«Todas las noches traigo diez termos y no me duran tres horas, pues nadie compra los de la cafetería de adentro, que además lo vende igual, a un peso», dice una de ellas.
Para Augusto Montelier, bibliotecario jubilado, sería bueno que toda la red de gastronomía pasara al sistema de cooperativas «por la innegable diferencia en cuanto a variedad, calidad y servicio», pero insiste en la problemática de los precios.
«Muchas de estas cafeterías de cooperativistas ya venden el café a dos pesos y la cajetilla de (cigarros) criollos a diez pesos. No hay jubilación que aguante; a este ritmo lo único que podremos comer los retirados serán estadísticas».