La Habana, Cuba | Cuba Sindical Press – Como un chiste de mal gusto, una tomadura de pelo o una trompetilla en el oído, deben considerarse los ilustres apellidos impuestos al socialismo cubano: Próspero y Sostenible. De ser así, como dicen y no se cansan de repetir arribistas y correveidiles por los medios de información nacional, creeríamos otra broma pesada eso de que la comida volverá a estar en el pico del aura.
Según mi humilde definición, aprendida en el diccionario Vox, próspero es favorable y conlleva éxito o felicidad, palabras bien distantes de un socialismo que avanza de marcha atrás como el tiempo y los personajes de Viaje a la Semilla de Carpentier, a través de un penoso recorrido que se inició en los años 60 cual una luz al final del túnel y que en los 90 continuó con un apagón total que nos catapultó a la era de las cavernas. Apenas comenzado el Siglo XXI, amenaza con devolvernos a la caza furtiva con flechas y carcaj, o quién sabe si a empuñar la macana como un cromañón.
Es decir, que tal vez sea próspero quien lo bautizó, Ulises Guilarte de Nacimiento –en algún instante de un luminoso pospandreal– o sus cofrades en el Olimpo Comunista, pero no el pueblo. ¿Es acaso próspero quien vive como tres en un zapato y de cartón? ¿Los que no les alcanza el salario para vestir y comer, si hubiera qué comprar? ¿O es que los millones de cubanos que se han lanzado al mar, cruzado selvas, prostituidos, fugados en un huacal, huyen de la prosperidad?
En cuanto a sostenible, lo dudo mucho, porque lo único que se ha mantenido invariable del socialismo es el poder del partido comunista en el país. Lo demás se derrumbó o derrumba a paso acelerado: Escuelas en el campo, gratuidades a los obreros, estímulos materiales, condiciones hospitalarias, viales, educacionales, la transportación, el fondo habitacional, la ética, la solidaridad, los modales y la educación formal, las organizaciones de masa, el respeto, la honradez y… ¿sigo?
Espero que me entiendan los compañeritos del partido, sus amanuenses y su claque oficialista sindical, pero a veces me confunden los contantes trasiegos de cruceros de lujo por las pantallas de la televisión, los miles de habitaciones que se construyen en las cayerías del país, los nuevos aeropuertos internacionales o los hoteles cinco estrellas que con sus luces ocultan el cinturón de pobreza de la capital. Y me pregunto: ¿Para qué, o quién?, si a los cubanos nos reducirán los huevos, las salchichas, el aceite, los chícharos, el arroz, el pollo y quién sabe si hasta el fricandel?
También quisiera aconsejarle a la Ministra de Comercio Interior (ella no debe acordarse qué es hacer una cola en una bodega el día que venden los mandados, en una carnicería cuando anuncian huevos o picadillo, ni la que se forma en un mercado si dicen “llegó la papa”, o en una TRD cuando entra yogurt, pechuga de pollo, hamburguesas), porque mientras haya carencia necesidad o hambre, las regulaciones de los productos serán el estribillo de las ilegalidades.
Esto se lo digo para que no se desilusione cuando se entere –¿o ya lo sabe?–, que de las cinco libras de pollo reguladas para cada persona sólo alcanzaron seis clientes, pues las cajas enteras se las despachaban por atrás, a sobre precio, a los amigos, nuevos ricos y cuentapropistas.
En fin, que como sucede con el robo de combustible, los desvíos de recursos y la corrupción en general, esto no hay quien lo arregle hasta que no haya abundancia, o hasta que desaparezca el socialismo. | dominguezgarcía4@gmail.com