La disfuncionalidad del modelo económico, basado en el centralismo a ultranza, es la piedra angular del declive de la nación.
La Habana, Cuba | Cuba Sindical Press – Las estadísticas de la salud pública cubana sorprenden. Se trata de indicadores propios de países del primer mundo en una Isla con serios problemas de liquidez debido al prolongado estancamiento de la economía, bajísima incidencia de inversiones foráneas y ningún signo de que se puedan superar, a corto plazo, los graves problemas de productividad y eficiencia en más del 80% de las industrias distribuidas por todo el territorio nacional.
¿Cómo ha sido posible el alcance y la conservación de tantos logros, aceptados de manera entusiasta por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y otras similares a nivel regional, que también tributan elogios a montones al gobierno de la Isla, sin preocuparse por los detalles abordados en el párrafo anterior que obligan a replantearse la metodología de los análisis que certifican la existencia de un paradigma, donde en realidad hay mucho fraude y éxitos parciales?
Por ejemplo, la gratuidad de la atención médica es una certeza fácilmente comprobable en cualquier institución, pero es necesario ir a los detalles para comprender que el escenario adolece de fallas continuas e irremediables.
Hospitales destartalados, falta de higiene, ausencia de personal debidamente cualificado y con deseos de realizar una labor encomiable en su puesto de trabajo y escasez de insumos en los laboratorios clínicos, constituyen una ínfima parte del desastre instalado en la gran mayoría de los hospitales y policlínicas del país.
Es cierto que a nadie se le niega la posibilidad de asistir a una consulta, acceder a uno o varios exámenes de rigor e incluso realizarse una intervención quirúrgica por motivos raciales, de género, condición social o falta de recursos monetarios, pero debe quedar claro que esa excelencia tan publicitada es pura invención. La funcionalidad de este importante renglón social se limita a los centros médicos donde se atienden extranjeros, dirigentes de alto nivel y sus familiares y obviamente los militares que pertenecen al estrecho círculo del poder real.
La plebe tiene que conformarse con la apatía crónica de galenos que cobran salarios ridículos y que enfrentan condiciones existenciales extremas. Muchos de ellos habitan inmuebles en peligro de derrumbe, tienen problemas con el abasto de agua o sobreviven hacinados en cuartuchos junto a familiares de varias generaciones.
Recientemente, el ministro de salud, Dr. José Ángel Portal Miranda, al intervenir en la 72 Asamblea Mundial de la Salud, que sesiona en Ginebra hasta el día 28, daba cuenta de las cifras que le garantizan al Estado cubano la preeminencia mundial en este sector de los servicios, de acuerdo a un reporte publicado en el semanario Trabajadores.
Otra vez salieron a la palestra la esperanza de vida al nacer de los cubanos (cifrada en el orden de los 78,45 años), la mortalidad en los menores de 1 año de 4,0 por cada mil nacidos vivos, el paso de 407 mil profesionales de la salud por 164 países de todos los continentes y la presencia, en la actualidad, de 29 mil en 66 naciones, entre otras magnas referencias.
No sé hasta qué punto pudieran tomarse como fidedignos unos datos que se elaboran en oficinas gubernamentales y que son imposibles de corroborar mediante pesquisas de instituciones o personas independientes –hacerlo traspasaría la línea de tolerancia del oficialismo (una soberana paliza, la estancia en un calabozo o una reclusión carcelaria, incluso sin juicio, aparecen en la nómina de consecuencias por atreverse a semejante acto lesivo a los intereses del partido único).
Las causas de esta interminable suma de tragedias que comienzan con la aparición de alguna enfermedad y que muchas veces terminan en la muerte por razones asociadas a un entorno insalubre y ubicado en las antípodas del juramento hipocrático, no solo se fundamentan en el embargo estadounidense recrudecido por la administración Trump.
La disfuncionalidad del modelo económico, basado en el centralismo a ultranza, es la piedra angular del declive que amenaza seriamente los fundamentos de la nación.
Ante la avalancha de éxitos infalibles en los ámbitos de la salud pública de un país que literalmente se cae a pedazos, no queda más remedio que apelar al rechazo tajante o la duda.
Comparativamente, estamos mejor que decenas de naciones del tercer mundo, pero nada que justifique esas grotescas amplificaciones de conquistas que se desmoronan, como castillos de naipes, en las puertas de cualquier hospital.