Queridos soñados y casi extintos animales:
El nombramiento del general Ulises Rosales del Toro al frente de la producción de alimentos para que vacunos y vacunas, potros y potrancas, cabras y cabrones, cuadrúpedos todos, vuelvan a mugir, relinchar y berrear en los campos de Cuba sin temor a que un matarife furtivo, desalmado, les dé una puñalada trapera y los descuartice sin miramiento alguno, pondrá fin a esta subversión.
La reciente muerte de un caballo en la carretera de Placetas a mano de inescrupulosos y –dicen– que hambrientos ciudadanos de a pie, aún con energías para salir a zancajear comida para el familión que sueña con aviones junto a las apagadas llamas del hogar, encendió las alarmas de las autoridades, no las del fogón de los pobres, y se decidió homenajear a cuanto penco, burro, mula, cabra o carnero haya sido asesinado por otros también en busca de alimentos.
Las seis vacas que aún deambulan custodiadas por varias de las provincias del país ya no tendrán que usar chalecos anti-puñaladas, ni llegar a los cuartones y dar gracias ante un busto de Ubre Blanca, heroína nacional, por permitirles vivir otro día bajo el manto protector de sus tetas patrióticas, ni comer piedras, cartón y otros suculentos manjares a falta del pasto redentor.
El cambio climático-político que las puso en peligro de extinción y las alejó por décadas del alcance del pueblo no sufrirá transformación, pero se incrementará su papel de vedet en la televisión y su arribo, más tierna y rozagante, a las mesas buffet del turismo internacional en Cuba, así como a las despensas de los miembros del Buró Político del país y de algún que otro come vacas del Comité Central.
Por prescripción facultativa (no comer carne roja), el pueblo seguirá –si se puede– con la masa cárnica confeccionada con bejuco ubí, hojas de oba y rompezaragüelles, el picadillo extendido a base de pezuñas selectas, trozos de cola y fragmentos de belfos de buey, así como con el pollo intermitente y los huevos cuando las gallinas no caigan en estrés por el conflicto palestino-israelí.
Estimados cuadrúpedos y beneméritos bípedos y alimañas que piensan como país:
El impulso que darán la moringa, la morera y otros alimentos descubiertos por el eterno comandante, ya muerto, para el crecimiento y engorde del ganado vacuno, en particular, y a la especie animal en general, evitará a mediano plazo –un siglo más o menos– que nos tengamos que comer al avestruz, el cocodrilo o la jutía de Guillermo por falta de carne equina o de res.
Sé que resultará impactante para cinco generaciones de cubanos pasar de la imagen televisiva o en afiches de una vaca lechera, a palpar sus boliches, ternillas o costillares en una huevería reconvertida en carnicería para la población, y que no pocos ciudadanos sufrirán cuantiosas deposiciones y cagantinas antes de acostumbrarse a un sabor y una fibras desterradas o sustituidas del paladar durante seis décadas por la mortadela de lombriz de tierra y el fricandel.
El general Ulises, en su regreso a Ítaca luego de su ascenso-defenestración del paraíso terrenal de los altos militantes del Buró Político del Partido Comunista de Cuba, con su experiencia en la producción del bagazo de caña y el kingrás para la alimentación animal, así como en la de guarapo como suplemento dietético para la población, hará de la moringa el alimento más importante y reclamado del siglo XXI, igual en nulidad al que logró Fidel con la zeolita en el siglo anterior.
Y no dudo que transcurrido tan solo 20 años –que no son nada, según Gardel– los cubanos podamos degustar un helado de moringa con bizcochos de morera, y hasta quién sabe si gracias a la inventiva de los nativos que aún residen en la isla para sobrevivir, brindemos con un exquisito licor de teotonia Cuba libre, el regreso a los potreros patrios de un relincho, un berrido o un muuu.
Eso se los auguro yo, Nefasto El Moringuero. | vicdominguezgarcía55@gmail.com