Ese actuar bajo la sombra de las falsas lealtades ha ocasionado un daño que rebasa el ámbito de la economía
La Habana, Cuba | Cuba Sindical Press – La Escuela Provincial del Partido “Pedro Díaz Coello”, en la oriental provincia de Holguín, recién cumplió un nuevo aniversario de fundada. Como demandaba la ocasión, hubo una especie de asamblea para evocar las metas cumplidas y las que quedaron pendientes, sin dejar de mencionar los retos añadidos en la agenda con el propósito de cerrar el año lectivo por todo lo alto en relación al nivel de intransigencia de discípulos y egresados.
Fue una de esas celebraciones donde las consignas patrioteras alcanzan su máxima expresión, los oradores exponen los logros alcanzados en la formación política-ideológica de cientos de hombres y mujeres en cada curso y también se refuerzan los decibeles de la retórica antinorteamericana.
En fin, todo lo que guarde relación con el blindaje del modelo de corte marxista-leninista creado por Fidel y Raúl Castro tiene cabida en ese cónclave donde se ensalza y defiende lo que debió haberse vertido, hace tiempo, en el basurero de la historia.
Se trata, ni más ni menos, del reciclaje del fundamentalismo que ha podrido los cimientos de la nación.
Nada que sirva para detener el desastre económico, social y cultural que afecta a la mayoría de la población.
Y es que reunirse para juramentar el compromiso de garantizar la irreversibilidad del socialismo va contra las aspiraciones de ese proletariado que sobrevive a la pobreza endémica, a los salarios humillantes y a los miedos de expresar los criterios que rara vez coinciden con la doctrina acuñada por el poder totalitario.
La celebración de marras se inscribe en las escenografías del absurdo que se montan en las proximidades de las ruinas materiales, éticas y morales que subyacen en casi todo el país a partir de un estilo de gobernar a la usanza de los señores feudales en el Medioevo.
La sordidez de esta reunión rebasa los planteamientos insanos y la algarabía que los rodea, en señal de aprobación.
El asunto está en que esas aulas son las canteras de futuros integrantes y cabecillas de las corruptelas que pululan en centros comerciales, industrias y ministerios en que los funcionarios estatales hacen sus fortunas a costa del robo, el tráfico de influencias, los sobornos y toda una estela de acciones al margen de la ley.
El carnet del partido y el juego de las apariencias, conforme a lo que exigen las circunstancias, en este caso, la defensa a ultranza del dogma gubernamental, cuanto más visible mejor, se ha convertido en un medio para enmascarar el enriquecimiento ilícito de cientos de dirigentes en toda la Isla.
Ese actuar bajo la sombra de las falsas lealtades ha ocasionado un daño que rebasa el ámbito de la economía. El hecho de que los puestos de dirección, casi siempre, ocupados por militantes del partido supuestamente honestos, sacrificados y de probada fidelidad a los fundamentos del sistema, hayan sido tomados como escalones para llegar a la cúspide del bienestar por métodos cuestionables, ha sido uno de los factores desencadenantes del caos actual.
Es una paradoja que miles de “distinguidos” militantes a lo largo de estas seis décadas bajo el mando de un grupo de militares y burócratas, integren la lista de quienes han realizado y realizan enormes contribuciones al auge del mercado negro y, por ende, a la desmoralización de un modelo de gobierno que aparentemente defienden con una envidiable abnegación. Nadie con un mínimo de sentido común se atrevería a abogar por la conservación de un régimen dictatorial que empobrece y enajena. El asunto es hallar un medio para sobrevivir al menor costo posible. La doble moral es uno de los subproductos de esos forcejeos existenciales. De ahí el oportunismo y otras posturas tan habituales y no menos, degradantes. Las Escuelas del Partido son una ficción en medio de la debacle. Un elemento anacrónico en paisajes que ilustran una versión muy cubana del sálvese el que pueda.