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Cuando la CTC fue un verdadero sindicato

Después de 1959, el sindicalismo cubano pasó a ser un brazo auxiliar del Estado, perdiendo su autonomía y quedando desnaturalizado.

La Habana, Cuba | Dimas Castellano – El 28 de enero de 1939, después de un largo proceso de luchas, 1.500 delegados de 789 asociaciones obreras, reunidas en La Habana, dejaron constituida la Confederación de Obreros de Cuba.

Con la introducción del salario como forma de pago emergió el sindicalismo en la Cuba colonial, se fortaleció con las libertades contenidas en el Pacto del Zanjón, tomó fuerza con la Ley General de Asociaciones de 1888 y asumió mayoría de edad con las libertades y derechos refrendados en la Constitución de 1901 (libertades de expresión, reunión, movimiento y derecho de dirigir peticiones a las autoridades, entre otras).

Su avance resulta inexplicable sin las libertades que sirvieron de base a su quehacer. En 1889 se realizó un congreso obrero, el 1 de mayo de 1890 —primer aniversario del Día Internacional de los Trabajadores— sindicatos de La Habana desfilaron por las calles en homenaje a los obreros ejecutados en Chicago y en 1899 se fundó la Liga General de los Trabajadores Cubanos.

Sobre esa legalidad, mediante un amplio movimiento huelguístico entre 1902 y 1914, conquistaron la definición de los días festivos y de duelo, la jornada de ocho horas para trabajadores del Estado, la Ley Arteaga que prohibió el pago en fichas y vales, el cierre de establecimientos comerciales y talleres a las 6 pm, y que el presidente Mario García Menocal creara la «Asociación Cubana para la Protección Legal del Trabajo», una de cuyas recomendaciones fue la convocatoria del congreso nacional obrero celebrado en agosto de 1914.

Entre 1917 y 1925 las huelgas en reclamo de la disminución de la jornada laboral y el aumento de salarios desembocaron en la fundación de la Central Obrera de La Habana y la celebración de su primer congreso, en la creación de las «Comisiones de Inteligencia Obrera» en los puertos para canalizar los conflictos obrero-patronales, integradas por patronos y obreros con poderes legislativos y ejecutivos, y en la fundación de la Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC) en 1925: la primera central sindical cubana de carácter nacional.

Entre 1930 y 1933 el aumento del desempleo, la rebaja de salarios y la demora en los pagos generó otra ola de huelgas que obligó al Gobierno a decretar el estado de emergencia. Los sindicatos, conjuntamente con el Directorio Estudiantil y otras organizaciones respondieron con la huelga general que derrocó a Gerardo Machado en 1933. Le siguieron la huelga de los empleados de la Secretaría de Comunicaciones en 1934 y la huelga general de 1935, con características de levantamiento popular.

La fuerza del sindicalismo hizo que los gobiernos de Grau San Martín y de Federico Laredo Brú dictaran legislaciones avanzadas: el Decreto 276 de enero de 1934, acorde con lo estipulado por la Organización Internacional del Trabajo y el Decreto 798 de abril de 1938, hasta hoy la legislación laboral cubana más avanzada.

Triunfos sindicalistas de la CTC

De esa historia genuina surgió la Confederación de Trabajadores de Cuba en 1939, la segunda central sindical más grande de la región y la incorporación de las victorias obreras en los 27 artículos del Título VI de la Constitución de 1940. Entre ellas:

La regulación de los sueldos mínimos por medio de comisiones de obreros y patronos; la jornada máxima de ocho horas y la semanal de 44 horas de trabajo por 48 de salario; el derecho de sindicación; el derecho de los trabajadores a la huelga y de los patrones al paro; la preponderancia del cubano por nacimiento en el importe total de los sueldos y salarios; y el sometimiento de los conflictos laborales a comisiones de conciliación, integradas por representaciones paritarias de patronos y obreros.

Después de 1940 el sindicato azucarero impuso una cláusula de garantía —conocida como diferencial azucarero— mediante la cual los trabajadores del sector obtuvieron un salario extra del 13,42%; cada Primero de Mayo una manifestación obrera presentaba al presidente de la República una lista de demandas; los retiros de Plantas Eléctricas, Gastronómico y Artes Gráficas construyeron el edificio de Carlos III que arrendó a la Compañía de Electricidad, el Habana-Hilton (hoy Habana Libre) y el reparto Gráfico respectivamente, mientras el Palacio de los Trabajadores fue construido con aportes obreros y donativos gubernamentales.

En medio de esos avances, la pugna entre auténticos y comunistas primero, y entre auténticos después, afectaron al sindicalismo.

En el V Congreso de la CTC de 1947 —que realmente fueron dos: uno auténtico y otro comunista— el segundo fue declarado ilegítimo por el Gobierno de Grau San Martín. Mientras las discrepancias entre las dos centrales obreras auténticas terminaron en la sustitución de Ángel Cofiño, secretario general, por Eusebio Mujal.

Ante el golpe de Estado de 1952 Mujal, después de convocar a una huelga general, aceptó la oferta del Gobierno, retiró la orden a cambio de conservar los derechos adquiridos por los trabajadores y mantener el status quo de la CTC. Al aumentar las huelgas, Mujal quedó atrapado en el dilema de apoyarlas o no y optó por lo segundo. Batista, a cambio, otorgó algunos beneficios a los trabajadores y ante el llamado a la huelga de abril de 1958 decretó un aumento salarial para disuadir a los trabajadores: el salario mínimo se elevó en la capital a 85 pesos, en otras ciudades a 80 y fuera del perímetro de la ciudad a 75, cuando un peso equivalía a un dólar.

«Lo que diga el Comandante»

A partir de 1959, el Gobierno revolucionario requería el apoyo del sindicalismo. Aunque el apoyo popular a la huelga del 1 al 5 de enero de 1959 —motivado por las ansias del pueblo de finalizar el derramamiento de sangre— fue usado para tejer una leyenda sobre un supuesto protagonismo obrero. Sin embargo, 17 días después la genuina CTC fue disuelta y sustituida por la Central de Trabajadores de Cuba-Revolucionaria (CTC-R), con una directiva provisional encabezada por David Salvador y Conrado Bécquer, procedentes del Frente Obrero Nacional que se había creado en la Sierra Maestra.

En respuesta, se creó el Frente Obrero Humanista (FOH), que aglutinó a 25 de las 33 federaciones de industrias, bajo el lema «¡Ni Washington ni Moscú!».

El conflicto se decidió en el X Congreso, de noviembre de 1960, donde David Salvador expresó que: «los trabajadores no habían ido a plantear demandas económicas sino a apoyar a la revolución». Ante esa afirmación, Emilio Máspero, observador del Movimiento Social Cristiano, preguntó cuál era entonces el proyecto de los trabajadores. A lo que David Salvador respondió: «Lo que diga el Comandante».

El 22 de noviembre, Fidel Castro propuso un voto de confianza a la candidatura de David Salvador y se procedió a la elección de la directiva en su presencia: un hecho violatorio de la independencia sindical. En la candidatura quedaron fuera los comunistas y anticomunistas más destacados.

Inmediatamente después, el ministro del Trabajo —investido de facultades— procedió a despedir dirigentes e intervenir sindicatos y federaciones hasta que la mayoría de los dirigentes electos para el X Congreso quedaron excluidos.

En el XI Congreso de la CTC-R, en 1961, se postuló un candidato para cada puesto y la directiva electa fue esencialmente del Partido Socialista Popular (PSP), encabezada por Lázaro Peña. Los delegados renunciaron a casi todas las conquistas históricas del sindicalismo cubano. Para el XII Congreso, en 1966, el Partido Comunista eligió la fecha y designó la Comisión Organizadora encabezada por un cuadro de la UJC que sustituyó a Lázaro Peña.

El movimiento obrero quedó bajo control del Partido, refrendado constitucionalmente como «la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado «, y la CTC como su brazo auxiliar. Al desaparecer su autonomía, que es lo mismo que el oxígeno a los seres vivos, el sindicalismo quedó desnaturalizado. Tres hechos de los últimos años son suficientes para demostrarlo:

  1. En septiembre de 2010, la CTC apoyó los despidos laborales con un documento que decía: «Nuestro Estado no puede ni debe continuar manteniendo empresas, entidades productivas, de servicios y presupuestadas con plantillas infladas, y pérdidas que lastran la economía».
  2. En mayo de 2013, el Pleno 93 del Consejo Nacional de la CTC designó a Ulises Guilarte, primer secretario del PCC en la provincia Artemisa, para presidir la Comisión Organizadora, en consecuencia fue el próximo secretario general de la CTC.
  3. En febrero de 2014, durante los preparativos del XX Congreso, el miembro del Buró Político, Salvador Valdés Mesa, planteó que «la plataforma económica, política y social de la Revolución quedó definida en los Lineamientos aprobados en el último Congreso del Partido y que al movimiento sindical le corresponde movilizar a los trabajadores para materializar esos acuerdos».

En ninguno de los tres casos hubo mención a la insuficiencia de los salarios, a la libertad sindical, al derecho a la huelga, ni a ninguna de las razones que sustentan la existencia de los sindicatos.