La élite comunista ve peligro. Y por eso el presidente citó la dramática frase “la calle es de los revolucionarios”.
Manzanillo, Cuba |Cuba Sindical – El índice de aceptación de la gestión del presidente Miguel Díaz-Canel sigue en declive. Se nota en la calle y probablemente en las encuestas secretas del aparato comunista llamadas “opinión del pueblo”. El capital político con el que asumió la magistratura se esfuma. Sus constantes comparecencias en los medios de comunicación hablando disparates, demuestran, que no está al mando, ni tiene capacidad para sacar al país del atolladero. Y eso los militares lo ven con suspicacia.
Al asumir la actual presidencia, todos, a favor o en contra, pública o íntimamente, desearon que Díaz-Canel tuviera la capacidad de introducir los mecanismos que encarrilara al país hacia el futuro. Era la forma expedita de evitar otros problemas. Es más, muchos vieron en sus primeras comparecencias y presencia personal en los lugares difíciles, como el de la caída del avión o el tornado de La Habana, a alguien al mando luego de veinte años.
No todo es su responsabilidad. La mano echada por el Presidente Obama a su antecesor fue despreciada con altanería y falta de inteligencia. Esos polvos trajeron estos lodos, y a un Presidente Trump con otros intereses y aliados.
A lo anterior, se le suma el “virus chino” y la forma de lidiarle. Los índices de infestación comparativamente bajos sería un triunfo, pero la popularidad de Díaz-Canel va en caída, luego de la instauración de las tiendas para comprar productos en dólares mediante tarjetas magnéticas y la campaña contra las ilegalidades que solo satisface el morbo social. En consenso, el problema es abastecimiento, no “coleros”, especuladores o revendedores.
Un amanuense del dictador escribió en Juventud Rebelde: “El principal detonante de inquietud social y política del país está ahora mismo en esas largas y extenuantes filas (colas) en cuyo equilibrio, quietud y orden, se está decidiendo (…) la estabilidad institucional, la gobernabilidad y el consenso popular…”
Luego de estos fuegos de artificios al elevar las prosaicas colas a nivel institucional, gobernabilidad y consenso, se esconde otro problema. La élite comunista ve peligro. Y por eso el presidente citó la dramática frase “la calle es de los revolucionarios”. Esta, en las actuales circunstancias, es un grito de auxilio.
El asunto será si los diferentes grupos de poder apoyarán a Díaz-Canel. O si la defenestración se hará con el beneplácito de Raúl Castro o sin él. En cualquiera de los casos, u otros, será Julio César Gandarilla Bermejo (Ministro del Interior) el fiel de la balanza.
Otro tema, con matices, será si el argumento para extraer a Díaz-Canel será para acelerar las reformas o dar otro vuelco conservador. Cualquiera de las dos llevará como parachoques rescatar el pensamiento del caudillo, aunque será solo tapadera de “ambicioncillas femeniles”, como dijo José Martí en su momento.
Entre las probables zonas de conflicto entre los golpistas está la economía, el ordenamiento social y el trato con la oposición.
La población cubana del 2020 tiene un mayor nivel de información sobre su realidad y la corrupción dentro de la dictadura que hace dos o tres años atrás. Esto es gracias al periodismo independiente, la internet y a un grupo de trabajo desde el exilio, cuya cara visible es un influencer, suerte de Robespierre tropical y postmoderno.
La oposición es numerosa, pero no tiene un liderazgo palpable y unificador. Esta visibilidad, entonces, la toman los periodistas víctimas de la represión, y mientras una parte del gobierno y los militares ve una oportunidad en derogar los documentos 249 y 370 para quitarle presión a la olla social, el otro grupo considera que, en plaza sitiada, la disidencia es traición.
¿Como será el coup d’é tat contra el impopular Díaz-Canel? Dramáticamente sencillo. Una mañana sabremos que el día anterior se reunión el buró político comunista, presidido por el jefe del partido –sea verdad o no– y decidió destituir al presidente de la república por no atender a sus deberes. En tal caso, asumirá la presidencia –en vez del invisible Valdés Mesa– el primer ministro, Marrero Cruz, rostro tangible del estamento militar-empresarial. De inmediato, el mensaje instará a los revolucionarios a continuar el legado del comandante en jefe…
La característica esencial de este “golpe de palacio” será la continuidad general del régimen, aún y cuando pueda producir un sustancial cambio de rumbo. Mantendrá una apariencia de continuidad o normalidad del cambio producido, muchas veces encubriéndolas con renuncias o designaciones que aparecen como legales, pero en realidad fueron forzadas. Así fue con la caída de Jrushchov (1964) en la URSS, Dubček (1968) en Checoslovaquia y el General Abrantes en la causa 1 y 2 del 1989.