Marchar a las casas apenas con la promesa de no ser encarcelados ni multados no debió ser el único trofeo.
LA HABANA, Cuba | Ernesto Pérez Chang (CubaNet) – Que el régimen cubano no entiende de diálogo quedó más que demostrado este último viernes en el Ministerio de Cultura. También la víspera cuando la policía política asaltó la sede del Movimiento San Isidro. No hacía falta una prueba más después de medio siglo de evidencias acumuladas pero algunos, al parecer, aún necesitan de tal redundancia. Los golpes enseñan pero cuando son demasiados pueden ser mortales.
No obstante, si algo nos debería enseñar la acción multitudinaria de protesta de este 27 de noviembre es que, lejos de ser un fracaso, como algunos decepcionados han calificado el hecho en redes sociales, ha sido una demostración de que se va perdiendo el miedo, que frente a la unidad y la determinación no vale el uso de la fuerza, que los principales reclamos de una protesta no deben ser ni postergados ni modificados y, quizás lo más importante, que el hecho de que un viceministro haya sido autorizado a “negociar” bajo presión es una muestra de debilitamiento del poder pero, al mismo tiempo, que no estamos frente a gobernantes dispuestos a dar la cara porque, simplemente, no tienen liderazgo, mucho menos argumentos o un discurso convincente, y quizás ni total libertad para aceptar demandas. En pocas palabras: la situación se les está yendo de las manos.
Y esa fuerte señal de pérdida de control por parte del poder, que se manifestó en la inusual aceptación de un proceso de negociación que incluyó la presencia de medios de prensa independientes, es un detalle que los negociadores al parecer no tuvieron muy claro o, sencillamente, no les interesaba, siempre que terminaron cediendo la mejor posición estratégica en un campo de batalla conquistado, mientras los comisarios políticos de la cultura cubana, hasta ese mismo minuto acorralados, terminaron por obtener lo que todo perdedor derribado quisiera: la retirada del contrario y una tregua para recuperarse.
Tan es así que en pocas horas comenzaron a convocar conciertos populares bajo el lema de “Jóvenes cubanos defendiendo su Revolución”.
Los ataques al Movimiento San Isidro desde los usuales perfiles oficialistas —las llamadas “ciberclarias”— se han vuelto más feroces en los últimos días y están siendo replicados en las cuentas oficiales de altos funcionarios del régimen y hasta en grupos de compra-venta de Facebook, y no dudo que, en lo que llega el jueves o viernes, momentos en que los huelguistas, de acuerdo con el “pacto”, serán recibidos por el Ministro de Cultura, asistiremos en las redes sociales a un tormenta de descrédito y desprestigio contra muchos que llegaron al lugar o se mantuvieron activos en Internet.
Pasó con quienes marcharon pacíficamente el 11 de mayo de 2019, y volverá a pasar mientras no se tenga bien claro que la libertad de expresión y los derechos humanos no son un asunto exclusivo de este u otro grupo o gremio, ni que es en el Paseo del Prado o en el Ministerio de Cultura donde hay que ir a plantarse sino allí donde se dan las órdenes de quitar la electricidad y rociar con gases lacrimógenos a chicas y chicos que marchan con las manos en alto y se reúnen pacíficamente.
De hecho, la Policía no ha sido retirada de las calles aledañas al Ministerio de Cultura y, un poco más distantes de la zona, se mantienen movilizados los grupos de “respuesta rápida”.
Al parecer así será durante todos estos días en que los mismos que han prometido una “tregua” organizan “actividades culturales” que, frente a la opinión pública, proyecten y enfaticen la idea segregativa de “cultura en buenas manos”. Esa estrategia, que tiene como presupuesto la censura, se presenta como antídoto contra cualquier manifestación que se asuma independiente de las instituciones.
La independencia es un concepto que no están dispuestos a aceptar ni en cultura ni en economía porque se han amarrado a la idea de que es el principio del fin. Sobre ese punto no tienen permiso del Comité Central del Partido Comunista para “dialogar” y quienes fueron al Ministerio de Cultura con esa intención se han ido o muy decepcionados o peligrosamente convencidos, esperanzados.
Pero como actitud, la decepción es mucho mejor que la ingenuidad. Siguiendo algunas de las publicaciones que se generaron ayer en redes sociales, así como lo que pudimos escuchar directamente en el lugar de los hechos, fijémonos en que buena parte de los que asistieron entonaban canciones de artistas como Silvio Rodríguez que, viviendo en La Habana y en las cercanías de la protesta, jamás hicieron presencia en el lugar.
Se aceptó, además, la inclusión en el “diálogo” de personas que, mientras los artistas y activistas Luis Manuel Otero Alcántara y Maykel Castillo se disponían a morir de sed y hambre, jamás usaron sus influencias para promover un entendimiento ya no desde el abrazo de una idea —nadie pedía tal cosa— sino desde un gesto humanitario, de compasión, ante unos jóvenes dispuestos a entregar sus vidas por todos y para el bien de todos.
En los “acuerdos” de las “conversaciones”, leídos a la entrada del Ministerio de Cultura, se advierte que las principales demandas quedaron en el camino. No se dijo absolutamente nada sobre la derogación del Decreto 349 como tampoco de las explicaciones sobre el asunto, prometidas hace meses y con las que jamás cumplieron.
Al parecer tal “olvido” no preocupó a los voceros, como tampoco el salir de un “intercambio”, otra vez, con NADA en concreto. Tanto es así que aún frente al reclamo de la multitud, ningún funcionario confirmó con su presencia los términos del “pacto”, y es que en realidad no lo hubo.
Marchar a las casas apenas con la promesa de no ser encarcelados ni multados no debió ser el único trofeo de una pelea, cuando en realidad debería ser una garantía que ni siquiera necesitaría ser negociada porque constituye la razón de ser del plantón.
Creer que los principales “cabecillas” de la revuelta de este 27 de noviembre no serán perseguidos, vigilados, escrutados, presionados y “simuladamente” anulados como artistas —y así presionados a “colaborar” o, eventualmente, a marcharse del país— es desconocer cuáles han sido las prácticas de una policía política cuyo dominio de la esfera cultural alcanza no solo la prerrogativa de poner y quitar funcionarios sino, también, determinar qué es una obra de arte y quién es un artista en Cuba.
La heroicidad de las acciones del Movimiento San Isidro, junto con las de este viernes de protestas espontáneas, es incuestionable, admirable, trascendental e inspiradora.
La llama de orgullo patrio y ansias de libertad que ha revitalizado no solo en la Isla sino en las comunidades de cubanos en la diáspora, estoy seguro que, a partir de ahora, arderá con más fuerza hasta convertir en cenizas ese vetusto artefacto totalitario que tanto daño ha causado no solo a los artistas sino a todo un pueblo que se merece prosperar y estar en sintonía con el mundo y los tiempos.
Pero igual creo no habremos de llegar muy lejos, mucho menos a las metas de bienestar y derechos ciudadanos que nos hayamos propuesto conquistar de antemano, siempre que la ingenuidad nos haga creer que eso que sucedió este 27 de noviembre en el Ministerio de Cultura, entre cerco policial y gases lacrimógenos, ha sido un diálogo con el verdadero poder.