sábado , 21 diciembre 2024
Turba de represores conducida por el régimen.

Sindicatos oficiales en Cuba: brigadas de esbirros para aplastar protestas

La principal misión que tiene hoy la oficialista CTC es someter a los trabajadores con puño de hierro y atemorizarlos.

Los Ángeles (Roberto Álvarez Quiñones/DDC) – En los albores de la Revolución Industrial en Inglaterra, a fines del siglo XVIII, vieron la luz las primeras asociaciones de trabajadores, denominadas sociedades de ayuda mutua, o asociativismo. Fueron aquellos los primeros embriones del sindicalismo a nivel mundial.

Pero fue en 1829 que surgió el primer sindicato del planeta, cuando el obrero irlandés John Doherty fundó en Manchester, Inglaterra, la Unión General de Hiladores de Algodón, y la primera central sindical de la historia, la Asociación Nacional para la Protección del Trabajo.

Desde entonces, en estos casi 200 años, al menos que se sepa, ningún gobierno en la historia, excepto la dictadura de los hermanos Castro, ha convertido a los sindicatos en despiadadas brigadas paramilitares de esbirros y matones sin uniforme para golpear en las calles a quienes se manifiesten contra el Gobierno.

No lo hicieron Hitler, Mussolini, Stalin, Mao Tse Tung, ni Slobodan Milosevic. Tampoco Batista o Machado en Cuba. Ni Pinochet, Trujillo, los Somoza, los Duvalier, Stroessner, Daniel Ortega o Nicolás Maduro, ni ningún otro dictador latinoamericano.

Las «camisas pardas» nazis de Hitler y las «camisas negras» de Mussolini vestían uniformes, eran voluntarias, e incluían también a delincuentes y oportunistas en busca de beneficios personales. No eran obreros sindicalizados obligados por el régimen.

En la Unión Soviética quienes reprimían, asesinaban y torturaban vestían uniforme, o eran esbirros profesionales en nómina, no eran obreros de las fábricas obligados por los sindicatos a reprimir en la vía pública. Mao no obligó a los sindicatos a ser «guardias rojos» inquisidores, asesinos y torturadores durante la «revolución cultural». Los brigadistas maoístas eran jóvenes fanáticos, enajenados ideológicamente, fuesen voluntarios o no, y vestían uniformes militares.

Los obreros son forzados a firmar documentos como esbirros

Es al déspota cubano Raúl Castro «El Cruel» a quien corresponde el «mérito» histórico misántropo de obligar, mediante la firma de documentos oficiales, a los trabajadores sindicalizados a formar brigadas paramilitares armadas con palos y fusiles para apalear a sus propios colegas y demás compatriotas.

La principal misión que tienen hoy los sindicatos oficiales cubanos es la de someter a los trabajadores con puño de hierro y atemorizarlos con las amenazas que «bajan» del Buró Político y la élite dictatorial. Actualmente, la razón de ser de la CTC es la de reprimir y hacer cumplir la orden del Partido Comunista impartida en abril de 2010, cuando impuso a la central sindical cubana el llamado «Plan contra Alteraciones del Orden y Disturbios Contrarrevolucionarios» (PAODC).

Con ese plan, redactado entre el PCC y el MININT, se crearon los «Destacamentos de Respuesta Rápida» (DRR) en cada centro de trabajo, sin uniforme, para hacer creer al mundo que son civiles indignados por las acciones violentas de turbas de delincuentes antisociales.

En las anteriores Brigadas de Respuesta Rápida (BRR), cuando fueron constituidas en los años 90, no se les exigió a los trabajadores firmar ningún papel oficial. Eso permitía a muchos «guillarse» y no salir a las calles. Pero Raúl Castro ahora los obliga a firmar un documento en el que se comprometen por escrito a golpear a sus conciudadanos en las calles.

Aporte criminal del castrismo al sindicalismo internacional

Solo eso es suficiente para que la CTC sea considerada, desde ya, como la peor central sindical en la historia del comunismo, y probablemente de toda la historia sindical. Su condición de aparato represor ensamblado de hecho a los órganos de represión de la dictadura es un aporte neto del castrismo al totalitarismo, ya sea comunista, fascista o teocrático.

En resumen, desde que asaltaron el poder los hermanos Castro y el aventurero argentino Ernesto Guevara, la CTC no se ajusta a la definición de sindicato que aparece en las enciclopedias: «una asociación integrada por trabajadores en defensa y promoción de sus intereses laborales, ante el empleador».

La central sindical cubana, fundada en 1939, devino en 1959 instrumento de control, adoctrinamiento y represión al servicio de la familia Castro y su dinastía, una maquinaria paraestatal para meter miedo al movimiento sindical y defender, no a los trabajadores, sino a la patronal, en este caso el Estado, que es el gran empleador de la nación, sobre todo luego de la «Ofensiva Revolucionaria» lanzada por Fidel Castro el 13 de marzo de 1968, que estatizó todos los negocios privados que subsistían en el país.

Insistencia castrista: meter miedo para que no protesten

Últimamente, al creciente descontento popular y rechazo a la dictadura, el hambre y la escasez crítica de todo, se han sumado los constantes e interminables apagones. Eso preocupa y quita el sueño a la cúpula dictatorial, que está dando nuevamente instrucciones a los burócratas de la CTC de que metan miedo en grande para evitar protestas masivas.

Hace unos días el secretario general de la CTC en La Habana, Alfredo Vázquez, dijo al periódico Trabajadores que si se vuelven a producir protestas callejeras en Cuba la CTC hará «lo mismo» de hace un año, o sea, obligará a los trabajadores sindicalizados a reprimir a los manifestantes con palos y fusiles, pues «el orden político, económico y social hay que respetarlo».

Para el «líder» sindical en la capital, algunos trabajadores «confundidos» se sumaron a las multitudinarias protestas del 11J, debido al «mal trabajo político-ideológico» y la «inercia» de los sindicatos; o sea, no haber amenazado e intimidado a los sindicalizados para que no salieran a protestar contra la tiranía que los hambrea y abusa de ellos. Y lamentó que durante la pandemia del Covid-19 la gente se preocupaba más por su salud y por realizar el trabajo a distancia, lo cual disminuyó el trabajo político-ideológico sindical «sobre la masa de trabajadores».

Asambleas no para defender a obreros, sino para que repriman

En tanto, el secretario general de la CTC a nivel nacional, Ulises Guilarte de Nacimiento, convoca asambleas sindicales, no para analizar las deplorables condiciones en que laboran los trabajadores cubanos y exigir a la patronal (el Estado) que mejore las condiciones de vida y los salarios, acabe con los apagones, la escasez de alimentos y artículos de primera necesidad, o para que reduzca la asfixiante inflación, sino para mejorar el «papel movilizador de los sindicatos», es decir, para perfeccionar la labor policial-represiva sindical.

Y estamos hablando de 18 grandes sindicatos nacionales con 3,3 millones de afiliados en más de 78.000 secciones sindicales, de los cuales más de 250.000 trabajan en el sector privado.

Dada la desesperada situación económica, alimentaria y social, y la negativa a rajatabla de la dictadura a aflojar la mano y liberar las fuerzas productivas de la nación, no hay que ser un oráculo para intuir que en cualquier momento hay una nueva explosión social en Cuba.

Y está por ver si los sindicatos van a salir a apalear a sus conciudadanos por defender a los verdugos mafiosos de GAESA y los vividores de la cúpula dictatorial que los hambrean y los hacen sufrir desde que amanece hasta que se pone el sol.

También vale recordar que fue en cumplimiento del «Plan contra Alteraciones del Orden y Disturbios Contrarrevolucionarios» mencionado que el general Castro y su asistente Díaz-Canel entregaron palos y fusiles a brigadas de trabajadores sindicalizados para golpear a manifestantes pacíficos el 11J.

Aquel genocida llamado a la guerra civil fue un crimen de lesa humanidad. Y lo será cualquier otro nuevo intento raulista de repetirlo. Y no podrán quedar impunes.

(PD: Algunos trabajadores en la Isla consideran que una manera de reivindicar el nombre de la CTC y de la hermosa y larga historia de lucha de los sindicatos en defensa de los trabajadores cubanos podría ser declarar una huelga general en cuanto surjan nuevas protestas masivas contra la dictadura, esta vez con los rostros cubiertos para no ser identificados).