Con su campaña “anticoleros” el régimen cubano ha sustraído a miles de obreros de la producción de bienes y servicios
LA HABANA, Cuba (Ernesto Pérez Chang) – Más de 22 000 sujetos movilizados para cuidar colas en las tiendas pero ni uno para cosechar los productos que se pudren en los campos ni para criar los animales que se necesitan para dar de comer a un pueblo. Miles de trabajadores sustraídos a la producción de bienes y servicios en un país donde la masa laboral, de acuerdo con las estadísticas oficiales, usualmente infladas, supera en muy poco los 2 millones y medio de personas. Un disparate supremo.
Son exactamente 22 281 movilizados, sin contar jefes y subjefes que deben sobrepasar el millar, si tenemos en cuenta que fueron creados más de 500 “grupos”, “subgrupos”, “comisiones” y “equipos de trabajo” para intentar darle solución al fenómeno de las colas convertidas en multitudes por causa del desabastecimiento, un problema instalado en Cuba desde mucho antes de la pandemia de COVID-19.
Sin embargo, los brazaletes que portan los “organizadores de colas” lo que llevan impreso es eso, “COVID”, no “anticoleros”, y aunque parezca una broma, en realidad es un mensaje visual donde se asocia “tumulto”, “caos” con “pandemia” y que, por tanto, inoculará en las mentes de las personas, en mayor o menor grado, la idea de que el hambre es un asunto “coyuntural”.
Parece algo ingenuo pero no lo es. El “departamento ideológico” del Partido Comunista sabe de ese tipo de artimañas propagandísticas, las ha practicado durante décadas, y está ofreciendo el tipo de “soluciones” de prestidigitador que sabe dar durante las crisis, es decir, identifica un enemigo al alcance de la mano —en este caso coleros y revendedores—, canaliza el creciente malestar popular hacia ellos, desviando la atención sobre sí mismo, a la vez que desata una campaña propagandística que proyecte la idea de que “ahora sí vamos a avanzar”, cuando en realidad se trata de uno de esos momentos de crisis profunda en que el régimen retorna a la más rabiosa “cacería de brujas”.
Parece que lo han dejado claro echando mano a esa vieja frase de “la calle es para los revolucionarios”, con la cual no solo se pasan por… ahí… el artículo de la Nueva Constitución donde se habla del respeto a la libertad de opinión sino que anuncian lo que pudiera ser un nuevo paso en la escalada contra “gente molesta”. En consecuencia ya andaba el periódico Granma relacionando retóricamente a los coleros con el periodismo independiente, como haciendo lugar en el saco donde echan todo lo que no “luce bien” en la “construcción del socialismo”.
Pero la frase empleada por Díaz-Canel es fatal a esta hora, más cuando de rebote cualquiera pudiera preguntar si también las tiendas en dólares serían algo “exclusivo” para los “revolucionarios” o tan solo para aquellos que tengan “FE”, es decir, Familia en el Extranjero.
Pues la respuesta es no. Para los revolucionarios solo las calles, incluidos los baches, las aguas albañales, las colas y los tanques de basura desbordados. ¿Y las tiendas en dólares, y los hoteles en Varadero? Bien, ¿y tú?
Ni siquiera las aceras. Solo las calles. Esas mismas donde se enfrentan hambrientos, coleros, revendedores, envidiosos, chivatos y cuidadores de colas por un paquete de pollo.
Cierto amigo, hace un par de días, razonaba con lógica aplastante sobre el problema que implicará para el Gobierno el haber creado estos grupos de vigilancia. Calculaba que 22 000 coleros significan 22 000 paquetes de pollo menos para ofertar “al pueblo” porque se vuelven 22 000 paquetes (con algo más que pollo) a repartir como premio a esos mismos que velan por el orden en las colas. Porque conociendo la “psicología del cubano”, sabemos que ninguno se prestará a una intensa jornada de trabajo en “sus calles” sin “luchar” la recompensa material, porque si en un exceso de “espiritualidad revolucionaria” renuncian a hacer colas para cuidar de ellas, entonces ¿en qué momento comprarán? ¿Cómo harán para alimentar a sus familias?
En algún instante de la “operación anticoleros” deberán violar la ley para poder hacerse con algo de lo que ven cargar en las bolsas de quienes compran. En algún rapto de flaqueza en su ejercicio de “honradez” pensarán, primero, en el “gran poder” que les han otorgado en medio de la hambruna; segundo, en que el dinero que reciben como salario no les sirve para comprar en tiendas MLC y, quizás por último, como gota que desborda el vaso, en el sobrepeso de esos dirigentes partidistas a los que nadie aún ha logrado ver en una cola. Y así, aunque hayan besado la bandera como juramento, terminarán cediendo a la “naturaleza humana”.
Será así, indiscutiblemente, porque el Gobierno no ha ofrecido una solución verdadera. En realidad apenas ha hecho lo que siempre lo ha caracterizado. Una vez más pretende exterminar por la fuerza la espontaneidad y la independencia —extremadamente peligrosas cuando se trata de ideología— de un proceso natural. Las ha sustituido con algo similar pero bajo su control.
Lo mismo que con los coleros, ya sucedió con los parqueadores, que surgieron espontáneamente y al poco rato el Gobierno ordenó crear una figura similar, asociada al Ministerio de Transporte, para desaparecer a los “independientes”. Ha pasado con taxistas, bicitaxistas, arrendadores de viviendas, agricultores, criadores de cerdos, “mulas”, revendedores de mercancías importadas, más un largo etcétera que irá desapareciendo por tener todos en común el haber surgido independientes de las instituciones estatales. Error fatal en un escenario donde el Gobierno pretende el dominio “casi” total.
Y escribo “casi” porque ya el régimen lleva por experiencia lo que pasó hace algunos años cuando Fidel Castro, para intentar acabar con el robo de combustible en las gasolineras, sustituyó a los empleados “ladrones” de todos los establecimientos expendedores por sus queridos y honestos “trabajadores sociales”, a los que incluso llamaba “sus hijos”. ¿El resultado? Las pérdidas económicas fueron redobladas, en algunos casos hasta en 10 veces, pero de ese fracaso no se escribió mucho, aunque de los trabajadores sociales se fue escuchando cada vez menos.
“En Cuba no hay socialismo ni capitalismo. En Cuba hay surrealismo de extrema izquierda”, le escuché decir a alguien en la calle al comentar sobre las “medidas” implementadas por el régimen cubano contra “coleros”, “revendedores” y contra la práctica de “actividades económicas ilícitas”.
Si para combatir a los coleros ―los “nuevos enemigos”― el Gobierno necesita de un cuerpo policial, un ejército más otros 22 000 movilizados, eso nos dice que el volumen de “ilegales” a combatir constituye una marea de gente. Y es cierto que son muchos, muchísimos, porque en realidad no son “excepción” sino las mismas criaturas de terror que ha engendrado el propio “sistema”, tanto en la tarea absurda de crear el “hombre nuevo” como en la obsesión por conservar el poder a toda costa.
Siempre he visto al Gobierno cubano como a un tipo deforme y loco que se da cabezazos contra el espejo intentando que este le devuelva una imagen mejor de sí mismo. Hay mucho de esquizofrenia en esa actitud de negar y no querer reconocer que esa fealdad que tiene de frente y que tanto lo “acompleja” no es otra cosa que su propio reflejo, y no una distorsión de la realidad.
Pero mi asociación la reconozco imprecisa, desacertada, porque, aunque el proceder errático del régimen parezca demencia, en realidad es cinismo. Se hizo evidente en los recientes intentos de pasar por buena para “todos” una medida indiscutiblemente impopular que se resume de manera ruda y simple en una frase: “el que tiene dólares se salva; quien no, se jode”.