Entre 2016 y 2021, las inversiones en Salud y Asistencia Social disminuyeron drásticamente de 232.6 a 84.5 millones de CUP.
(Pedro Sosa Tabio / El Toque) – Los minutos se alargan, parecen haber pasado muchos, pero debe haber sido hace dos o tres cuando alguien abrió la puerta de la Sala de Cirugía del Cuerpo de Guardia y rompió la calma transitoria de los médicos: «A un paciente se le destrozó la uretra con una sonda».
Entonces empezó una lluvia y masacre de ideas.
―No sabemos si fue mala praxis o si él mismo se la arrancó ―comenta la doctora Vilma, una de las presentes en la sala―. Hay pacientes que lo hacen. La sonda, dentro de la vejiga, se infla como una pelota y, si la halas sin desinflarla, te llevas la uretra completa.
―¿Y qué hay que hacerle ahora al paciente?
―De momento, inventar algo para que salga la orina, porque no va a salir por donde antes.
Son cerca de las seis de la tarde y las ideas nacen y perecen en el instante: «Picar por acá y meter una manguerita». No procede. Agujerear por allá e introducir alguna otra cosa, o mejor aquello otro…». Los doctores nombran herramientas y procedimientos imposibles de repetir, uno detrás de otro, pero ninguno parece cuajar. El más joven, cada varios segundos, repite: «Eso es meter un trocar y ya, sin complicación»; y los demás asienten con pesadez y continúan discutiendo cómo actuar.
Sin trocares
Cuatro de la tarde. La guardia de cirugía está bastante tranquila. Solo hay un paciente, caído de altura, quien recibe hidratación intravenosa en la Sala de Politraumas.
La doctora Vilma pregunta a los familiares cómo se encuentra. Todo bien. Sigue hasta el fondo de la sala, hasta un cuarto estrecho, poco iluminado, con varios estantes y muebles metálicos. Abre una gaveta. Está llena de jeringuillas y algunas sondas desechables. No parecen ser pocas, pero la gaveta tampoco es muy grande. Esos son todos los insumos con los que cuentan para el resto de la tarde y la noche.
―Cuando los enfermeros reciben la guardia, les dan un saco de insumos, que es la cantidad que tendrán para trabajar hasta el otro día cuando terminen ―explica la doctora―. A veces lo que hay son 20 jeringuillas, cinco sondas vesicales… Cuando, normalmente, puede haber más de 20 pacientes que se quedan en observación o son ingresados y necesitan una sonda vesical. Si hay que entrarlos al salón de cirugías, necesitan sonda vesical, nasogástrica y un trocar, y a veces no hay nada de eso.
«No siempre está todo en falta. Las cosas suelen desaparecer por etapas. Un tiempo se pierde una cosa, después otra, otra y así. Un ejemplo: aquello ―señala un estante lleno de pomos plásticos rellenos con un líquido transparente― es cloro-sodio. Ahora está ahí, muerto de risa, y hace unos días no se podía operar en todo el hospital porque no había.
―¿Hoy, por ejemplo, tienen algo en falta?
―Claro. Mira ―va hasta otro estante, casi vacío, con solo un estuche de cartón. Lo abre. Dentro hay dos pares de guantes―, estos son los guantes que se usan para reconocer (tocar) a los pacientes. Dos pares es lo que queda para toda la noche. ¡Ah! Y trocares. No hay trocares.
―¿Se acabaron?
―No, nunca hubo. Empezamos la guardia sin uno solo.
Los trocares se utilizan, sobre todo, para introducir o drenar fluidos en el cuerpo. Son útiles en muchos procedimientos médicos, como la administración de medicamentos por vía intravenosa.
El paciente que descansa ahora en la Sala de Politraumas debería ser hidratado a través de un trocar. Sin embargo, lo que tiene introducido en la vena es una aguja de jeringuilla acoplada al suero. Al tener el largo y la forma inadecuadas, es más probable que se le salga o le atraviese la vena, pero es lo que hay. Los médicos le ponen todo el esparadrapo posible —si hay— para fijarla bien y resuelven el problema de manera relativamente sencilla.
Pero, dentro de unas dos horas, cuando a otro paciente se le destroce la uretra, la solución no será tan fácil y la escasez de insumos se hará notar de verdad.
A Melissa la quisieron matar, ¿por culpa del embargo?
Se acercaba la madrugada cuando la mujer con falta de aire llegó a la Sala de Respiratorios del Hospital Miguel Enríquez, conocido como La Benéfica, en el municipio 10 de octubre.
Esa noche, Melissa Marian Florín era la enfermera de turno en la sala. Tenía una guardia normal, tranquila, dentro de lo que cabe. No se imaginaba que, poco después de que llegara aquella mujer, estaría en riesgo su vida.
La escasez de insumos médicos comenzó en Cuba en 2016. Desde entonces, se han vuelto comunes las temporadas de falta de cualquier material o sustancia en los hospitales, situación que se ha visto arreciada por la pandemia del Sars-CoV-2.
Aquella noche, el país y, por tanto, el hospital, estaban inmersos en una de esas temporadas. La carencia que más se sentía era la del oxígeno.
Las medidas de cuidado contra la COVID-19 dictaban que solo podía haber un acompañante por paciente, así que la mujer con falta de aire entró con uno de sus familiares. Los demás se mantuvieron fuera de la sala. Eran cinco o seis.
En poco tiempo, su condición se complicó mucho y la enfermera tuvo que administrarle parte del poco oxígeno que había.
Tras varias llamadas de Melissa a la sala de terapia intensiva para que trasladaran hacia allí a la paciente, los médicos aceptaron y ella se lo comunicó a los familiares.
Una de las hijas fue a hablarle a la enfermería, una sala pequeña en la cual apenas hay algunos instrumentos, sillas y un balón en el que se suele guardar la última reserva de oxígeno de la sala, por si acaso, pero que en ese momento estaba tan vacío como las reservas del país.
―Mira ―le dijo la hija de la paciente―, a nosotros nos preocupa el traslado para terapia, porque ella está con oxígeno puesto y se lo van a quitar para moverla. ¿Y si se nos muere bajándola para la otra sala?
―Entiendo, pero es que no hay forma de llevarla con oxígeno.
La hija, rápidamente, se fijó en el balón detrás de ella.
―¿Y eso?
―Eso está vacío ―intentó explicarle Melissa―, no hay casi oxígeno en el hospital.
―Eso no está vacío nada, lo que tú no quieres gastarlo. Se ve que no es tu madre la que se está muriendo. ¡Nos tienes que dar el balón para bajarla! ¿Cómo que no?
Tras unos minutos de discusión, la hija salió de la sala y les contó a todos sus familiares que en la enfermería había un cilindro de oxígeno con el que podían preservar la vida de su madre durante el traslado, pero la enfermera se negaba a cederlo. Melissa se apresuró a cerrar la sala, por si acaso. E hizo bien. Al momento intentaron entrar, golpeaban la puerta. «¡Se ve que no es tu madre!», le gritaban, «¡Ojalá se te muera algún familiar, para que sepas lo que se siente!», «¡Si no abres ahora mismo te vamos a despingar!».
Los golpes se hacían cada vez más fuertes, se escuchaban como truenos a través del pasillo de la sala y la acompañante, que sí había entrado desde el principio, salió a ver qué ocurría. Vio a Melissa, con el rostro descolocado, tratando de mantener la puerta cerrada y no tardó en entender algunos de los gritos de sus familiares. Sin mucha mediación, se lanzó sobre la enfermera, quien logró esquivarla y correr hasta la enfermería, donde se encerró por segunda vez.
Mientras recibía todo tipo de amenazas desde el pasillo y rezaba porque la puerta resistiera los golpes, logró llamar al supervisor a cargo del hospital y a la policía. En unos minutos, todo se calmó, pero por un momento temió por su vida y lo peor, según cuenta, es que no fue una experiencia aislada.
«Cuando una le dice a un paciente y al acompañante que no puede aliviar su dolor o realizarle algún procedimiento porque está en falta lo que se necesita ―cuenta Melissa―, se alteran y a veces nos amenazan o pasan cosas peores».
Por eso pidió la baja hace unos dos meses. Explicar la crisis a los pacientes es difícil, a veces imposible, y la escasez cada vez es mayor. Se sentía en riesgo todas las noches de guardia.
«Antes había un poco más de cosas, pero en cada guardia hay menos. Nosotros hacemos un pedido todos los días, según la cantidad de pacientes que tenemos y las necesidades de cada uno, se lo damos a un mensajero para que lo lleve a la farmacia del hospital y luego regresa con el material y el papel “corregido”. Por ejemplo, pedimos 100 jeringuillas y cuando regresa está el número tachado y al lado escrito: 50. Eso es lo que nos dan, porque es lo que hay. Y así con el esparadrapo, las sondas, los trocares, los medicamentos… Todo. Imagínate tener que decirle todos los días a los pacientes que no hay nada».
En el caso de los medicamentos, muchos son producidos en el país, pero, aun así, las importaciones cumplen un rol esencial. En un texto del periódico Granma, de 2017, la directora de Operaciones de BioCubaFarma, Rita María García, explicó que el 37 % de los medicamentos que se empleaban en el país eran importados por el Ministerio de Salud Pública de Cuba (Minsap); y añadió que, para la producción nacional del resto, se usaba más de un 85 % de productos también traídos del exterior. El hecho de que todas esas materias primas no llegaran al país, según ella, era el principal factor causante de la crisis.
Aunque es difícil encontrar cifras oficiales exactas sobre la importación de insumos médicos, se supone que el porciento debe ser mucho mayor que el relacionado con las medicinas, puesto que, algunos pueden confeccionarse en territorio nacional, como por ejemplo, en la fábrica de artículos de látex de Las Tunas —con un trabajo muy irregular por la escasez de ese material elástico—, o las plantas productoras de insumos que fueron creadas en el período pandémico — las cuales se limitan a elaborar mascarillas e hisopos—, y tienen una capacidad de producción pequeña y afectada por la falta de importaciones. Otros insumos, como las jeringuillas, bisturís, trocares y muchos más, deben venir, casi exclusivamente, del extranjero.
En un texto del semanario Vanguardia, de 2018, Víctor Cañizares Pérez, jefe del Departamento de Medicamentos en la Dirección Provincial de Salud de Villa Clara, culpó al bloqueo estadounidense de que los insumos no llegaran a la isla. «El funcionario relató sobre las veces que los buques cargados (…) se han detenido en Panamá debido a que las legislaciones estadounidenses no les permiten tocar puerto cubano ―dice el escrito―. “Muchos de esos barcos cargados de jeringuillas desechables para Cuba nunca han llegado”».
El Minsap se mantuvo en igual cuerda y, un año después, publicó en su sitio web: «en el período analizado —de abril de 2018 a marzo de 2019—, la empresa importadora y exportadora cubana de productos médicos MEDICUBA S.A., realizó solicitudes a más de 30 compañías estadounidenses para la adquisición de los insumos necesarios para nuestro sistema de salud. Hasta la fecha, solamente se han recibido las respuestas de las empresas Agilent y Cook Medical, las cuales refirieron que, debido a las regulaciones del bloqueo, no podían vender a Cuba ningún medicamento».
En la base de datos sobre comercio internacional UN Contrade, de las Naciones Unidas, no aparecen datos de importación sobre Cuba ―presumiblemente porque el país no los aporta―, pero sí las cifras de exportación de otros países a la isla y, aunque no especifica los meses en que fueron realizadas, entre 2018 y 2019 aparecen 16 transacciones de este tipo desde Estados Unidos a Cuba, por un precio total de casi 5 millones de USD, correspondientes a bienes descritos como «Productos Farmacéuticos» y distintos tipos de «Instrumentos y aparatos médicos y quirúrgicos».
Aunque «el bloqueo» siempre es la causa que acapara los titulares, en cada texto se menciona un detalle al que se le brinda mucha menos atención, pero que pudiera ser la principal causa de la escasez de insumos.
«Se trata de un problema nacional, dada la situación financiera del país», se cita de manera indirecta al funcionario de salud, antes de centrarse en el tema de las sanciones estadounidenses, en el mencionado texto de Vanguardia. Por otra parte, en el de Granma se va más al grano al decir que «García Almaguer apuntó la falta de financiamiento oportuna para pagar a los proveedores, con los cuales se negocia la adquisición de las materias primas, materiales de envases e insumos».
De forma más directa, un estudio de mercado realizado por la entidad pública empresarial ICEX España sobre el sector de la salud en Cuba, de 2019, menciona el centro del problema. Como uno de los riesgos a tener en cuenta para negociar con la isla, el documento menciona: «Cuba es un país con gran dependencia de las importaciones, y los problemas de escasez de divisas, que han originado importantes retrasos e impagos a proveedores en los últimos años, están contribuyendo a limitar la capacidad de acceso del país a los suministros internacionales y originando importantes problemas de abastecimiento».
En el estudio se asegura, además, que «el sector del equipamiento médico en Cuba está afectado por los problemas de retrasos e impagos a proveedores y, por ello, desde las importadoras se pretende estandarizar el crédito documentario a 720 días como la forma de pago habitual en el sector. No obstante, debido al elevado riesgo que conlleva dilatar el cobro por un periodo de tiempo tan extenso, la mayoría de proveedores se resisten a aceptar dichas condiciones y lo más habitual continúa siendo el aplazamiento a 360 días».
La falta de divisas del Estado cubano es un tema de dominio público. Por esa causa surgieron las tiendas en moneda libremente convertible (MLC) y otras medidas, como la más reciente de comprar monedas extranjeras en los bancos a un precio mucho más alto de la antigua tasa oficial, con la que buscan recaudar esas divisas que están en manos de la población y los visitantes extranjeros.
Un leucograma en Afganistán
Las guardias de cirugía suelen ser más tranquilas en la tarde, pero luego se ponen muy movidas en la tarde-noche.
Cuando no hay tanto que hacer, los médicos se sientan en sillas o sobre la camilla metálica de la sala y conversan.
―Todo lo que normalmente se considera material desechable ―dice la doctora Vilma―: los guantes, las jeringuillas, las sondas…, todas esas cosas están escaseando, así que muchas veces se reutilizan, como es el caso de los guantes y las sondas, que son reesterilizados. Me imagino que se les haga un lavado mecánico y luego los introduzcan en una solución estéril, pero igual, por algo es considerado material desechable. Las sondas vesicales, por ejemplo, se le introducen a un paciente por la uretra y después a otro. Aunque estén reesterilizadas, pienso que la uretra es algo muy privado.
―También, a veces, hay que utilizar soluciones que dañan al paciente ―interrumpe el doctor Carlos.
―Sí ―vuelve la doctora―. Por ejemplo, se usan sondas de aspiración en lugar de sondas nasogástricas. Eso, cuando baja por la nariz, es un horror y ni siquiera está pensada para cumplir el mismo propósito. En otras palabras, es una porquería, pero muchas veces es la porquería que tenemos para usar.
―Todo se complica más cuando hay que operar aun paciente ―habla el doctor― y no hay sondas, no hay trocares, no hay Levin, en el salón no hay material estéril, solo cinco bandejas (kits con las herramientas básicas necesarias para una operación) y ortopedia las está utilizando… Uno tiene que remover cielo y tierra para operar, pero el paciente se queda esperando un acto quirúrgico que, es posible, sea para otro día.
Se escuchan toques en la puerta de la sala; se abre. Entra el maxilofacial de guardia, un hombre carismático al que los más jóvenes llaman Profe. Aunque es un especialista, es su primera guardia en este hospital y constantemente hace preguntas sobre si aquí puede indicarle este o aquel procedimiento a su paciente, un joven con medio rostro hinchado como un globo por una complicación tras operarse de los cordales.
―Muchachos, ¿qué hacen ustedes aquí para saber en cuánto está el conteo de leucos de un paciente?
―Profe, eso no se hace aquí ―responde Vilma.
―¿Cómo? ―se le ve desconcertado.
―No se hace leucograma por el Cuerpo de Guardia. Tiene que subir a terapia a ver si le quieren hacer el favor. ¿Quiere que suba a «meter el cuerpo», a ver?
―¿Y cómo se extrae la sangre?
―Tenemos que hacer la extracción nosotros y subirla en un recipiente.
―¿Es en serio?
―Sí. Tengo unos recipientes estériles aquí para esas situaciones.
―Bueno, entonces hazme ese favor, porque lo que me queda para recoger mi mochila e irme es nada. El técnico que le sacó la sangre no puede hacerle un coagulograma mínimo porque no puede contar las plaquetas, no puede hacerle un pinchacito en la oreja para saber cuál es el tiempo de coagulación porque no tiene una simple lanceta (instrumento de hoja de doble filo o aguja)…
―Profe, resista, que es su primer día.
―¿Que resista? ¡Me siento en Afganistán! ―exclama él antes de salir de la sala.
Entrevista con el enfermero X. Interioridades de la enfermería en tiempos de crisis
X lleva pocos años como enfermero en una sala de ingresos de un hospital de La Habana. A pesar de su juventud, se siente frustrado con su trabajo, principalmente por algunas soluciones que debe buscar ante la falta de herramientas. Su lema es que, si hubiera sabido cómo era la enfermería en Cuba, nunca la hubiera estudiado, y si los pacientes supieran cómo se trabaja, preferirían morir en casa antes que ingresarse.
¿Cómo es la situación general de los insumos médicos en la sala?
Pésima. Te pongo un ejemplo: digamos que tenemos 21 pacientes en la sala y a cada uno hay que ponerle uno o varios medicamentos diarios. Puede ser cada ocho horas, cada doce…, lo que diga el médico. Se supone, entonces, que hacen falta tres jeringuillas para administrar la medicina a quien la necesita cada ocho horas, dos para el de doce horas, y así sucesivamente. O sea, como mínimo, necesitamos 40, 60 jeringuillas, y nos dan 20 o menos. ¿Eso tiene lógica alguna?
Igual sucede con las torundas. Nos dan 15 y con eso tenemos que desinfectar el área de inyección de cada paciente, curarle las escaras a quienes tengan, que a veces son varios y no da la cuenta. Nunca da la cuenta.
Nos dan un pomito de alcohol para toda la guardia. Muchas veces no tenemos esparadrapo y tenemos que sujetar los trocares con curitas vencidas, además, que casi no pegan. Así pudiera seguir eternamente.
Tengo entendido que, aunque estén en desuso en el resto del mundo, muchas veces les dan jeringuillas de cristal reutilizables ante la falta de las desechables. ¿No cuentan ustedes con esta variante?
En el Cuerpo de Guardia sí se usan. En los kits de drenaje y cosas así, casi siempre ponen una. En la sala nos estuvieron dando un tiempo, pero son muy pesadas, incomodísimas, y a veces eran tan antiguas que se te rompían en las manos sin darse un solo golpe. Ahora no nos están dando.
¿Qué hacen, entonces, para lograr atender a todos los pacientes con tan pocos recursos?
Inventar y hacer cosas que no deberíamos. Siguiendo con el tema de las jeringuillas, nosotros la limpiamos, en vez de desecharlas, para usarlas varias veces con el mismo paciente. Es la única forma de que nos alcancen.
Cuando hablas de jeringuillas, ¿te refieres también a la aguja?
Depende. Hay pacientes que tienen puesto un trocar y se les pasan los medicamentos de forma intravenosa. En ese caso, la aguja nada más se usa para «cargar» la jeringuilla, pero no se introduce en el paciente. Solo se pasa el agujero de la jeringuilla por el trocar.
Pero hay muchos pacientes a quienes hay que inyectar de forma intramuscular, en el glúteo, por ejemplo; porque llegaron nuevos y no se les ha canalizado la vena, porque no hay trocares para canalizarlos, porque el trocar se le salió de la vena o por cualquier otra razón. En esos casos, cuando la escasez nos obliga, sí, también limpiamos la aguja e inyectamos varias veces al paciente con la misma.
¿Ningún superior se pregunta cómo logran inyectar 50 veces o más con 20 jeringuillas o hasta menos?
A ver… Esas cosas nosotros las hacemos, de alguna forma, escondidos, sin que nadie nos vea. No sé qué pasaría si ven a alguien en el acto; que yo sepa, no ha ocurrido, pero es algo que tienen que saber o, por lo menos, imaginarse. Es que no hay otra forma posible de que alcancen los insumos.
Entonces, nadie hace preguntas difíciles como: ¿te alcanzaron las herramientas? ¿Cómo pudiste cumplir la guardia con tan pocas jeringuillas? Supongo que prefieren hacer como si ni pensaran en eso; no saber nada del asunto y así no ser cómplices, por si acaso.
La salud pública: prioridad de la Revolución
Cada vez que se presenta el presupuesto del Estado para un año entrante, los medios de comunicación oficiales suelen resaltar cómo la salud y la educación ocupan cerca del 50 % de la parte destinada al sector presupuestado.
Esta afirmación, según las cifras publicadas cada año, no es falsa, pero, ¿quiere decir que se están destinando todos los fondos necesarios para el correcto funcionamiento de ambos sectores? ¿De verdad se están priorizando a estos dos, en todos los ámbitos, por encima de otros eslabones económicos de interés estatal?
Un simple vistazo al Anuario Estadístico de Cuba 2021, confeccionado por la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), demuestra que no. En su sección de Inversiones, en la cual «se ofrece la ejecución física de inversiones por componentes de la economía nacional», se muestra que, entre 2016 y 2021, las inversiones en el sector de Salud y Asistencia Social han bajado de 232.6 millones de CUP, en 2016, hasta 84.5 millones en 2021; bastante más de la mitad.
Distinta suerte ha corrido el sector de Hoteles y Restaurantes, por ejemplo, que ha aumentado desde 115 millones de CUP, en 2016, hasta 178.6 millones en 2021.
Incluso, el presupuesto de salud ha sufrido descalabros e irregularidades constantes. En 2016, año en que inició la crisis de insumos médicos, se anunció un presupuesto de 10 714.5 millones de CUP, que, durante los próximos años, disminuyó o aumentó de manera leve, manteniéndose siempre en el rango de los 10 mil millones de CUP, hasta que, en 2020, escaló a más de 12 mil millones (lo cual, en realidad, puede haber cambiado, puesto que cuando se declaró esta cifra aún no se esperaba la llegada de la COVID-19). Lo curioso es que un año después, en 2021, en pleno auge de la pandemia, el presupuesto para salud haya disminuido a 6 741 millones, aproximadamente la mitad del año anterior. Aún más curioso resulta que, para 2022, en medio de la crisis económica y la escasez de divisas que enfrenta el país, se haya anunciado una cantidad de 56 503 millones de CUP destinados a la salud pública; cifra que se acerca a la suma de los seis años anteriores y con la cual, sin embargo, la situación continúa sin cambios visibles.
Aunque el presupuesto general anunciado para la salud pública se mantuviera más o menos estable entre 2016 y 2019, no ocurrió así con la cantidad realmente gastada cada año para las importaciones en ese sector.
Según la UN Contrade Database, en 2015, Cuba gastó un aproximado de 571 millones de USD para la importación de bienes relacionados con el sector de la salud (insumos, medicamentos, equipos, muebles especializados, etcétera). A partir de ese año, la cifra disminuyó hasta caer a unos 272 millones en 2019 e incluso menos en 2020, año en que solo fueron 197 millones. En 2021 subió un poco, a 210 millones, pero continúa siendo menos de la mitad que en 2015, lo cual pudiera ser un resultado directo de la falta de divisas para negociar con proveedores extranjeros.
En el caso específico de los insumos médicos, el comportamiento es parecido. En 2015, el país gastó cerca de 401 millones de USD en materia de importación. A partir de entonces, bajó hasta caer a unos 152 millones en 2019, solo 103 millones en 2020 y, en 2021, unos 127 millones.
Según las cifras aportadas por esta base de datos, durante 2021, el peor año de la pandemia en Cuba, el Estado destinó casi cuatro veces menos dinero para importar insumos médicos que hace siete años.
Los números de 2022 no aparecerán hasta los primeros meses de 2023, así que es imposible saber si esta situación se ha revertido al menos un poco.
Microhistorias sobre la escasez
Hace unos días, la vecina de Martha Vega Delgado fue ingresada en terapia. Llevaba días con fiebre, mucho malestar general y dolores. En el hospital de San José de las Lajas, provincia Mayabeque, donde ambas residen, no había ni insumos ni reactivos para hacer leucogramas, así que estaba en casa, sin idea de qué tenía.
Resolvió para hacerse los análisis en el hospital Hermanos Ameijeiras, en La Habana, y en cuanto regresó a su pueblo ―llevaba solo unos 30 minutos en casa― recibió una llamada advirtiéndole que tenía dengue y su conteo de plaquetas era peligrosamente bajo, tanto que terminó en terapia.
Mientras Martha cuenta la historia de su vecina, su hija sufre una fiebre de 40 grados por tercer día consecutivo. El rash empieza a hacérsele visible en la piel. Nunca fue diagnosticada con dengue. No había cómo.
2
Hace algunas semanas, de repente, perdí casi toda la fuerza y el sentido del tacto en mi brazo izquierdo ―yo, el autor de este texto―. Esa situación duró unos minutos. Además, sufro de una tos seca que se me alivia y me vuelve cada pocos días y soy propenso a enfermedades pulmonares.
La doctora del consultorio me ordenó varios análisis de sangre y una placa de tórax. Los análisis pude realizármelos en el policlínico Julio Antonio Mella (conocido como Especialidades), pero tuve que llevar una jeringuilla.
En el caso de la placa, la doctora me advirtió que, relativamente cerca de donde resido, en Guanabacoa, solo había del tamaño necesario en el policlínico Ángel Machaco. Ahí, sin embargo, me dijeron que la máquina estaba rota desde hacía meses y que las placas se hacían en Especialidades. Ahí, que solo tenían de tamaños pequeños, para tobillo, muñeca o, cuando más, para el cuerpo de un bebé; pero que en el Andrés Ortiz, otro policlínico de Guanabacoa, sí había para un tórax adulto. Ahí, por último, también tenían solo de las pequeñas.
Me rendí. Continúo tosiendo y sin placa de tórax.
3
Sandra González, residente en Cárdenas, contó mediante una directa de Facebook que se le habían zafado varios puntos de una reciente operación de cáncer de mama, por lo cual fue al policlínico Héroes del Moncada para recibir una cura.
El primer día llegó fuera de horario y no la recibieron. El segundo sí, pero el enfermero aclaró que, para la próxima ocasión, quien no trajera sus materiales no podría recibir la cura, porque no tenía con qué hacerla. Al tercer día, como había advertido, no había torundas en el policlínico y no se le hizo el procedimiento a paciente alguno.
Sandra, desesperada porque si su herida se infecta o se tarda en cicatrizar no podría recibir las radiaciones para seguir luchando contra el cáncer, subió a ver al director. Este le dijo que podía hacerle el favor de conseguirle dos o tres torundas para que la curaran ese día, pero en la próxima ocasión sería igual.
Del policlínico, Sandra fue al Gobierno Municipal de Cárdenas, donde dijeron no hacerse cargo de esas situaciones y la remitieron a la sede de Salud Pública. Ahí, con amabilidad ―según cuenta―, le comunicaron que no podían hacer nada por ella. En los policlínicos de Cárdenas no había torundas. No había nada más que hacer. Le dieron un papel para que un enfermero la curara, pero solo por ese día.
«Y me pregunto ―dice Sandra―: Si en los policlínicos no hay torundas para curar a los enfermos, ¿quién las va a tener? ¿Yo?»
4
El 18 de mayo de 2018, 107 pasajeros abordaron el vuelo 972 de Cubana de Aviación en La Habana con destino a Holguín. Poco después de haber despegado, el avión comenzó a perder altura y acabó estrellándose contra el suelo. El accidente resultó mortal para toda la tripulación y los pasajeros, menos para una: Mailén Díaz Almaguer.
Mailén sobrevivió luego de múltiples operaciones, estancias en distintos hospitales de la capital cubana y esfuerzos para traer los medicamentos que necesitaba desde distintos países, «desde todas partes del mundo», como ella reconociera en una directa de Facebook. Sin embargo, quedó con una lesión cervical alta a nivel medular que la hace cuadripléjica.
«Yo era una persona antes del accidente. Y saludable, gracias a Dios. No padecía ni de dolor en las uñas. Nunca he padecido de nada», expresó en su directa Mailén, quien ahora tiene afectada la funcionalidad motora de sus cuatro miembros y está obligada a introducirse una sonda vesical cada cuatro horas, todos los días, para poder extraer la orina de su vejiga.
Si los insumos están en falta a nivel hospitalario, Mailén retrata cómo está la situación para los pacientes que deben realizarse procedimientos diarios desde sus casas.
«No tengo ni guantes para ponerme la sonda, porque me tengo que poner las sondas con guantes, porque si no las infecciones serían peores. Ni guantes ni lubricantes para lubricar la sonda, la cual yo me voy a introducir por la uretra. (…) Aquí en Cuba no hay lubricante. No hay materia prima, no están haciendo, no están importando…», dijo y agregó que las sondas, cuando llegan, no siempre son del grosor correcto.
Según su relato, todos los días debe pasar cinco horas de fisioterapia por su lesión medular y luego dedicarse a llamar a quién sabe cuántos funcionarios de salud «que te dicen: “yo me ocupo y no se ocupan”, o se ocupan y no te responden. Que vuelves a llamar y tampoco. Que vuelves a llamar y tampoco, y que te pases la vida así».
«¿Cómo a una persona que le cambiaron la vida, que se montó en un avión confiada de que iba para su destino y se despierta en Terapia Intensiva del hospital Calixto García, después que cogieron toda la lucha que cogieron para que no le faltara nada en los primeros meses, porque es así todo, por temporada, por embullo, (…) ahora le diga un viceministro o una viceministra que no tiene guantes o que no tiene lubricante?», dijo su esposo en el video y Mailén remató: «Que el país entero no tiene. O sea, que no soy yo sola, es el país entero».
La ayuda viene de afuera, pero, ¿para dónde?
Durante la etapa pandémica y de recrudecimiento de la crisis económica en Cuba, han llegado donaciones de diversos países para intentar aliviar, en la medida de lo posible, la situación general de desabastecimiento en el país.
A finales de junio del 2021, el Ministerio de Comercio Exterior (Mincex) publicó en su cuenta de Twitter la información de que, solo en lo que iba de año, se habían recibido 543 ofrecimientos de donaciones por parte de más de 51 países. Sin embargo, advirtieron que algunas no se habían podido hacer efectivas «por las duras restricciones que impone el bloqueo».
Luego de una pesquisa por las etiquetas relacionadas con donativos en los sitios de Cubadebate, el Minsap, Infomed y Siempre con Cuba (blog del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos), quedó claro que era imposible detectar con exactitud cuántos insumos médicos entraron al país por esa vía, puesto que no en todos los casos se esclarece el tipo de insumo y la cantidad.
Sin embargo, sí podían separarse por categorías, pues algunas de las noticias ofrecían la cantidad de insumos donados, otras el precio total de la carga, otras el peso y unas últimas casi nada (solo que habían entrado insumos médicos).
De este modo, se calculó que, entre enero de 2021 y junio de 2022, entraron al país, por lo menos, 19 millones 581 mil 518 jeringuillas, que son el tipo de insumo más contabilizado.
Asimismo, llegaron otras cargas por valor total de más de dos millones de USD y, además, contenedores con un peso general de más de 426 toneladas; todos estos envíos llenos de insumos médicos de distintos tipos.
También se informó sobre 13 donativos, de los cuales no se dio algún detalle específico, solo que traían insumos para el sector de la salud.
Estas cifras son parciales ―de hecho, deben corresponder a menos de la mitad del total―, puesto que, en los mencionados sitios web, solo se logró encontrar, entre ambos años, 53 donaciones; y el ministro de Relaciones Exteriores, Bruno Rodríguez Parrilla, expuso en su cuenta de Twitter que, solo en 2021, se habían realizado 131 donativos, «en su mayoría insumos y equipos médicos».
Gran parte de estos insumos donados, principalmente las jeringuillas, deben haber sido utilizados en el proceso de vacunación masiva contra la COVID-19, que demanda inyectar a millones de personas en cada fase.
El resto, para el doctor Carlos, «tiene nombres y apellidos: El Cimex, los hospitales militares, el Ameijeiras y, si acaso, los institutos. Para el resto de los hospitales de la periferia es un sueño alcanzar esas donaciones», opina, refiriéndose a cómo se comporta la repartición en La Habana.
La doctora Vilma cuenta que sí vio las donaciones cuando estuvo en el Hospital Pediátrico de Centro Habana (que al menos recibió dos entre marzo y abril de 2022). «Ahí ―cuenta― llegué a ver hasta medicamentos de donación en jarabe, en tabletas…; incluso, cuando estaban cerca de vencer, se los daban gratis a los padres por receta médica, para que los niños, si los necesitaban, los aprovecharan. Supongo que será porque los niños tienen cierta prioridad, pero es donde único he llegado a verlo».
También hay noticias de donaciones directas a otros hospitales pediátricos del país, como el Juan Manuel Márquez, el de Cienfuegos y el de Santiago de Cuba. De igual modo, a centros hospitalarios no pediátricos, como el Hospital Docente Clínico Quirúrgico de Diez de Octubre y las instituciones que atendieron a heridos por el reciente incendio en la zona industrial de Matanzas; pero de forma general, según los entrevistados, la distribución de los insumos donados es deficiente.
«En el Miguel Enríquez nada más he visto, de forma palpable, una supuesta donación —dice la enfermera Melissa Marian Florín—, pero no era de insumos, sino de ropa (pijamas médicos, mascarillas de tela, gorros, etcétera) y tuvimos que pagar todo lo que nos dieron, así que tan donado no fue».
No es país para operarse
En la sala de cirugía, la calma es volátil, se extingue y vuelve a tomar forma con facilidad.
Los médicos están sentados, conversan, y de pronto golpean la puerta.
―¡Adelante! ―grita uno de los doctores.
Entra una señora de alrededor de sesenta años, pálida, con el rostro estrujado en una mueca de dolor. Da pasos temblorosos y aprieta los puños en el aire como si se ayudara de unos bastones invisibles.
―Buenas. Un dolor de hernia ―avisa la mujer y el doctor la manda a acostarse en la camilla metálica.
Ella se tumba y él le hace preguntas de rutina. ¿Cuándo empezó el dolor? ¿Qué comió hoy? ¿Náuseas o vómitos?
La mujer cuenta que el dolor empezó muy leve, pero que hace alrededor de una hora se volvió insoportable. Comió arroz y picadillo, nada extraño. Vomitó una vez.
El doctor le descubre el abdomen. Lo tiene hinchado. Quizá demasiado. Una hernia es una abertura en la pared abdominal por la cual sale parte de los intestinos. De cualquier forma provoca dolor, pero no es igual si sale una pequeña parte del contenido abdominal que si sale una grande. Asimismo, puede solo sentirse o, como en este caso, llegar a verse la protuberancia por debajo de la piel.
Le palpa una zona del abdomen y ella grita: «¡Ay!»; luego otra, «¡Ay!»; otra, «¡Ay, ay!». La sigue palpando y ella grita, gime y lamenta con palabras atropelladas, al borde del llanto:
–Me la he tratado de operar, pero no he podido. Otras veces ha entrado, ¡ay!, pero hoy no. Cuando venía para acá, sentía que me apretaba todo eso allá dentro… ¡¡¡Ayayayayyyy!!! Me quiero operaaar…
–¿Puedes buscarme una bolsita tibia? –pide el doctor a su compañera.
La doctora Vilma, en cuanto sale y cierra la puerta de la sala tras su espalda, aclara:
–Van a intentar reducírsela con una bolsa tibia, algunas maniobras y para la casa. Si no se estrangula (cuando el tejido que sale de la pared abdominal se aprieta tanto que se le corta la circulación) no la van a operar. Las cirugías electivas(las que no son de urgencia) están suspendidas desde hace como dos años. Solo se opera si es una emergencia, prácticamente si la persona se está muriendo.
Una operación a corazón abierto no es un asunto urgente: Testimonio de una joven que casi perdió a su padre
En la noche del 12 de octubre de 2021, a mi papá le comenzó un dolor muy fuerte en el pecho y lo llevamos para el Cardiovascular (Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular), en el Vedado. Ahí le hicieron una serie de exámenes y nos dijeron que, al día siguiente, le harían la prueba del catéter (cateterismo cardíaco) para estar seguros, pero que lo más probable era que tuviera una obstrucción en una de las arterias del corazón.
Al otro día, le hicieron la prueba y resultó que tenía un 90 % de obstrucción en la arteria principal. Nos dijeron que pasaría unos días ahí para recibir una serie de medicamentos que estabilizaran algunos parámetros, y después tenía que someterse a una operación en la que le extraerían arterias de una pierna y se las colocarían en el corazón para desviar el flujo sanguíneo. Eso debía ser lo más pronto posible, porque cualquier esfuerzo podía provocarle un infarto. Pararse de la cama podía matarlo.
Pasó quince días con los medicamentos. Después, tuvo una crisis y estuvo cuatro días en terapia. Cuando salió, todo estaba bien, se suponía que lo iban a operar. Entonces nos comunicaron que el hospital no tenía recursos para hacer esa operación. Los pocos que había estaban destinados a operaciones de emergencia y, al parecer, la nuestra no lo era.
Nos dijeron que había una lista de espera en el hospital, no sabíamos de cuántos pacientes, y que una vez se fuera resolviendo, se haría la operación. La primera fecha estimada que nos dijeron fue: «dentro de unos diez días».
Pasaron los diez días, se acabó el mes de noviembre y no nos comunicaban nada nuevo. Al final, después de insistir de varias formas, nos dijeron que le darían el alta y, si le pasaba algo ―o sea, cuando le diera el infarto―, lo lleváramos y entonces lo operaban como urgencia.
Ahí empezamos a movernos, porque lo estaban mandando a morir a la casa. Pedimos favores, movimos contactos, acudimos a amigos…, y logramos trasladarlo para el hospital Hermanos Ameijeiras que, incluso, puso una ambulancia, porque en el Cardiovascular primero nos dijeron que tenía que mantenerse acostado, no podía sentarse, y luego que lo íbamos a tener que llevar en carro, porque no podían prestar una ambulancia para el traslado.
En el Ameijeiras tampoco tenían los recursos, pero estaban dispuestos a operarlo si los conseguíamos nosotros. Entre familiares y amigos tuvimos que buscar esparadrapo, suturas, medicinas, algunos medicamentos se los mandó un amigo de España y así, finalmente, lo reunimos todo y pudo operarse.
La operación fue un éxito, por suerte. Ahora él está bien.
Buscando alternativas, todavía
En la Emisión Estelar del Noticiero de la Televisión Cubana, el 14 de junio de 2022, salió al aire una corta declaración del ministro de Salud Pública, José Ángel Portal Miranda, en la cual aseguró que el tema de los insumos médicos se discutía en las máximas instancias de la dirección del país.
«Estamos buscando alternativas ―aseguró el ministro―. Lo vamos a resolver. No estamos cruzados de brazos en ese sentido. Estamos buscando cómo nosotros ir ganando de nuevo en espacio, en disminuir el número de faltas que tiene Cuba».
La crisis, sin embargo, va para siete años de existencia y, desde su surgimiento, solo ha empeorado. No se ha aliviado por el número elevado de donaciones, tampoco por un presupuesto de salud exorbitante que parece responder más a la devaluación de la moneda que a un incremento de recursos para la salud; y, si tenemos en cuenta las palabras del ministro, no parece que exista una solución a corto plazo. Casi siete años después, todavía se están «buscando alternativas».