La Habana, Cuba | Cuba Sindical Press – El coronavirus no sólo tiene que ver con tumbas y epitafios, también hay que tener en cuenta su impacto económico y social después que sea neutralizado aún no sabe cuándo ni cómo.
En Cuba, los partes oficiales –siempre de dudosa fiabilidad– describen una situación bajo control y por tanto a salvo de un impacto severo en el número de contagios y decesos. Hasta ahora, el único fallecido es un turista italiano de 61 años.
Realmente cuesta creer que las cifras de contagiados con la mortal enfermedad sean tan bajas, al igual que el índice de mortalidad, en un ambiente proclive a servir como hospedero y propagación de virus y bacterias a causa de la falta de productos de aseo, agua potable, la proliferación de basurales, el alto número de corrientes de aguas negras en calles y avenidas, y también el uso de lugares públicos para realizar las necesidades fisiológicas, esto último convertido en una de las aristas del declive ético y moral, presente a lo largo y ancho del territorio nacional.
Téngase en cuenta que el COVID-19 venía esparciéndose por el mundo desde el último trimestre del pasado año y a juzgar por los miles de turistas que han pasado por la Isla desde entonces, incluido chinos e italianos (dos de las naciones más golpeadas con la letal afección), es de esperar que una suma indeterminada de cubanos hayan muerto debido a complicaciones respiratorias asociadas a lo que algunos llaman la “peste del siglo XXI”.
He escuchado un par de testimonios que han levantado mis sospechas de que el coronavirus pudo ser el causante de la muerte de dos personas en el mes de enero, ambas mayores de 60 años. Los fallecimientos se produjeron por el colapso de sus pulmones, de acuerdo con el relato de sus familiares.
No obstante, las maniobras para ocultar los estragos del virus en toda su magnitud, en este caso, va a ser muy complicado hacerlo. Se trata de una crisis a nivel mundial, bajo el permanente escrutinio de la gran prensa y las redes sociales.
O sea que los intentos de encubrir los efectos del fenómeno serán limitados.
No cabe duda, que la mortandad va a aumentar, más allá de las cortinas de humo que se desplieguen a medida que la situación continúe deteriorándose.
El casi seguro incremento de las inhumaciones va aparejado a otras situaciones no menos dramáticas como son el alza en el desempleo, el repunte de la inflación y la escasez de productos básicos, el decrecimiento de las remesas y la ostensible reducción en la disponibilidad de petróleo, por sólo citar algunas de las razones que podrían dar lugar al colapso de la economía, antes de diciembre del año en curso.
De hecho, el país está semiparalizado. Sin turismo y con casi toda la red de servicios gastronómicos y recreativos (restaurantes, bares, dulcerías, hoteles, cafeterías, cabarets, etc.) clausurada, tanto los que funcionan bajo el concepto de cuentapropismo como los estatales, el escenario es desolador.
Un distintivo de la capital son las aglomeraciones, cada vez más voluminosas, en las afueras de las tiendas para poder comprar pollo, papel higiénico, detergente o leche en polvo sin la certeza de satisfacer la necesidad de llevarse el producto a casa. Las ofertas nunca son suficientes y los cubanos están conscientes que lo peor está por llegar.
Por si fuera poco, las medidas punitivas se continúan aplicando al antojo de los represores.
Entre las disposiciones aprobadas por los mandamases está el reforzamiento del control social a través de la vigilancia y el castigo ejemplarizante.
La militarización llevada a los extremos está en marcha. Vamos camino a una ley marcial. Si terrible es el coronavirus, no menos desastroso es el futuro que nos espera con más hambre y represión.