Cambridge, Estados Unidos | Cuba Sindical Press – Pedro Hamed Fajardo Armas se atrevió a tomar unas fotos de las operaciones de los barcos fondeados en la terminal O’Bourke de la ciudad de Cienfuegos en el centro de la Isla, además de describir, sin rodeos, las difíciles condiciones de trabajo que soportan las personas dedicadas a la carga y descarga de los navíos que llegan allí.
Las evidencias de un ambiente de tintes esclavistas en el sitio donde labora desde hace algún tiempo, reproducidas más tarde en las redes sociales, le valieron la inmediata expulsión.
Su calvario apenas comienza. El cambio de estibador a indigente quedó sellado en una carta firmada por el director general de la Empresa de Servicios Portuarios del Centro, Walter Manuel Castellanos.
Ahora tiene que arreglárselas para sobrevivir en medio de un mercado del trabajo caracterizado por irrelevantes ofertas de empleo, bajos salarios, entre un conjunto de anomalías de vieja data, todo ello agravado por el impacto del coronavirus.
Con este antecedente, no creo que pueda conseguir la forma de ganarse la vida en algún taller o fábrica, y muchos menos descargando mercancías de los barcos en otro puerto de la ínsula.
Si acaso, como parte de un habitual proceder basado en el chantaje y las ojerizas antes los deslices “contrarrevolucionarias”, es muy probable que le ofrezcan algo así como ayudante de sepulturero o recogedor de basura, mientras consideren que ha pagado por su actitud crítica. Eso, como es de esperar, puede prolongarse por años.
La alternativa es probar suerte en un mercado negro cada día más deprimido a causa de la caída en picada de una economía caracterizada por los permanentes resuellos y ahora frente al cierre total o parcial de cientos de entidades productivas y de servicios.
Eso se traduce en una reducción ostensible de las ilegalidades a razón de haber menos productor robados de las instancias estatales que se comercializan en los sitios menos insospechados de la geografía nacional.
Habría que agregar los menoscabos del sector turístico internacional, casi paralizado por completo, la baja en el número de viajeros cubanos procedentes de Estados Unidos y las restricciones en el envío de remesas ordenadas por Trump poco antes de abandonar la Casa Blanca.
En fin, que la tradicional alternativa de sobrevivencia, al margen de la ley, no es una acción tan relativamente fácil como lo era antes de la irrupción de la pandemia en Cuba durante la primavera del 2020.
Alarma que este pobre hombre haya sido sentenciado al hambre mediante una cesantía ajena a la razón y la ilegalidad.
No sería el primero ni último, pero es válido exhibir en la palestra pública otro atropello, por el mero hecho de exponer una serie de pormenores que atentan contra las normas de la Organización Internacional del Trabajo, en materia de seguridad laboral, trato digno, entre otras, de la cual el gobierno de la Isla es signatario.
Esto es, simple y llanamente, un atentado al derecho a la vida.
Nada justifica la medida, enfilada en acallar lo que sucede en el interior de la terminal portuaria y en innumerables centros de trabajo en todo el país.
El trabajador cubano es con sobradas evidencias un esclavo al que le exigen obediencia ciega a cambios de migajas y coacciones.
Pedro Hamed se cansó del látigo y las órdenes del mayoral, ahora con disfraz de burócrata y solícito para aplicar los correctivos con tal de evitar cualquier alboroto en la dotación.
El ex estibador dijo lo que tenía que decir. Ni más ni menos.
No se arrepiente de una decisión tomada a conciencia de los efectos adversos que le acarrearía. Apostó por la honestidad y el decoro. Sus temores los lanzó al fondo del mar atados a una bola de hierro.