Las barrigas de Marrero y Canel simbolizan la total indiferencia de una élite política hacia un pueblo cada más empobrecido.
Pittsburgh (Sindical Press) – Manuel Marrero Cruz ha vuelto a sus andadas. Se sabe que, desde su estreno como primer ministro el 21 de diciembre de 2019, no solo forma parte de la ilustre casta pseudo-revolucionaria sino que se las ingenia para continuar vendiendo ilusiones a diestra y siniestra encaramado en la tribuna de turno, ya sea en un potrero destartalado de una cooperativa agropecuaria, el comedor de una fábrica, el pasillo de un hospital o en unos de los magnos espacios del Palacio de las Convenciones. Ha demostrado, con creces, ser igual que sus cúmbilas de la nomenclatura, siempre dispuestos a asumir el rol del personaje asignado en la sempiterna parodia.
No será el mejor en ese derroche de bulos, tejemanejes y retruécanos que suelen gastarse los máximos exponentes del poder en su afán por darle un baño tibio de retórica a trabajadores, estudiantes, jubilados y amas de casa, pero sin dudas es uno de los más entusiastas en ese accionar que se repite una y otra vez como si fuera un mantra.
En paralelo a sus gestualidades y verbalizaciones, discurren los capítulos de una tragedia con millones de actores sin camerinos y expuestos a los azares de una existencia cada vez más agobiante.
Hago referencia a ese pueblo cercado por la miseria, con la suerte hecha jirones y la esperanza de una vida mejor pudriéndose en su memoria.
La última perorata del primer ministro y también miembro del Buró Político –lástima de que tal alusión sea un eufemismo, pues se trata de otra puesta en escena en una programación sin indicios de concluir de una vez y para siempre– estuvo relacionada con la evaluación de las medidas implementadas, antes y después del “paquetazo”, para según sus promotores corregir distorsiones económicas que sacarán a la luz todas las supuestas potencialidades del socialismo en el camino hacia el desarrollo. Toda esa verborrea sin tener en cuenta los intentos previos con sus respectivos fracasos.
Valga decir que no fue el único en entonar la gastada fraseología de propuestas sin sentido y compromisos que se pierden en los laberintos de la desidia para dar paso a nuevas rondas de insensateces.
Al podio subieron el presidente, Miguel Díaz Canel, el titular de Economía y Planificación, Joaquín Alonso Vázquez, la viceministra primera del mismo ramo, Mildrey Granadillo de la Torre, la ministra de Comercio Interior, Betsy Díaz Vázquez y la viceministra de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, Adianez Taboada Zamora, entre otros.
Todos fieles al libreto y sus acotaciones, tratando de aparentar un esfuerzo genuino por ponerle fin a la degradación socioeconómica, cuyas principales causas radican en la negación a quitarle preeminencia al modelo estatal de producción.
Los vestigios de capitalismo que pretenden vender como parte de la solución, dígase Mypimes, trabajo por cuenta propia y cooperativas, hay que tomarlos como lo que en realidad son: meros parches, cuando se precisa de un reemplazo urgente del sistema.
Sin el visto bueno a la propiedad privada, esas reuniones, fundamentalmente las del alto mando, son pura cháchara, parodias que causan estupor frente al trágico destino de miles de familias que viven a merced del hambre y con la certeza de que los que posan de salvadores son unos mentirosos y aprovechados.
Las barrigas de Marrero y Canel, por citar dos de las más prominentes entre los miembros del estamento del poder central, simbolizan la maldad de una dirigencia que le importa un bledo lo que sucede más allá de sus suntuosas mansiones, abundantes despensas y francachelas de altos estándares.
Ya deben estarse preparando para la siguiente parodia los egregios representantes del partido único.
Al otro lado del escenario, en las cuarterías, edificios despintados y bateyes, la tragedia continúa. Dos puestas en escena en paralelo. Una proyección en tiempo real de un país al borde del abismo.