La Habana | mayo (www.cubasindical.org) – Por estos días ha salido a la palestra pública la convocatoria de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC) invitando al proletariado nacional a que participe de manera activa en el proceso de conformación del plan y el presupuesto de la economía para el 2017.
Como siempre, las notas y las artículos que se publican por todos los medios de prensa, son meros reflejos de lo que se decide en las oficinas donde se administra el ejercicio del poder absoluto.
Se trata de otro intento en mostrar la elevada participación del pueblo trabajador para dejar claro que el amor a la revolución y al socialismo no tiene grietas ni dobleces.
Los que tomen parte en la discusión, dígase vanguardias nacionales, cuadros o jornaleros destacados, seguramente tendrán derecho a proponer cualquier iniciativa que se avenga a las necesidades de los convocantes, a aplaudir con denuedo las arengas antimperialistas y a unirse a los coros que demandan el redoblamiento de la lealtad a Fidel y Raúl Castro.
Más allá de las irremediables ingenuidades y las pertinentes resignaciones que crecen en las orillas de los miedos, a menudo convertidos en pánicos, se sabe que todo está arreglado de antemano.
Las cifras del plan y el presupuesto para el próximo año, ya deben estar guardadas en alguna gaveta a la espera de su distribución por todo el país en periódicos y noticiarios.
Lo peor del caso no es que las propuestas de los invitados al proceso en ciernes estén condenadas a desaparecer en el fondo del olvido, sino en las altísimas probabilidades de que durante el 2017, los resuellos de la economía sean más ruidosos que los que se escuchan en cualquier vecindario del país y en la mayoría de los centros laborales.
A partir de la muy posible continuidad del estancamiento, los trabajadores cubanos, sobre todo los que ocupan plazas en fábricas y empresas estatales, deben estar preparados para seguir soportando la escasez y los efectos de los bajos salarios.
Los particulares, que el castrismo bautizó como cuentapropistas, a modo de estigmatizar las veleidades capitalistas del término, también tienen asignada su cuota de desencantos en un entorno cerrado a una apertura, cuyas normas se basen en la racionalidad y no en los intereses del grupo de personas que conservan la capacidad de gobernar a punta de pistola y amenazas de todo tipo.
La máxima dirigencia del sindicalismo que el partido comunista moldeó a su conveniencia hace gala de una caricaturesca liberalidad, al anunciarle a la clase trabajadora el derecho a usar la palabra.
Otro gesto que indica la ubicación exacta del fraude.