jueves , 28 marzo 2024

Despotismo en cueros y a la intemperie

En su informe “Es una prisión mental”, Amnistía Internacional expone sin adornos a un país que parece un calco del libro 1984

Providence | Cuba Sindical Press – Un reciente informe de Amnistía Internacional ha puesto en perspectiva las flagrantes violaciones laborales y sindicales que lleva cabo el régimen de La Habana.

Los detalles expuestos en el documento dan fe de la naturaleza depredadora de un gobierno que todavía recicla los viejos discursos marxistas-leninistas con tal de encubrir los desmanes que garantizan las unanimidades en las marchas patrióticas, la obediencia absoluta a los jefes de los núcleos del partido y también a los secretarios generales del sindicato.

Cada centro laboral es un cuartel donde se van a cumplir órdenes y a rendirle pleitesías a los funcionarios encargados de chequear la asistencia a los actos de reafirmación revolucionaria, la disposición asistir a los trabajos “voluntarios” y los compromisos para desfilar cada 1 de mayo delante de la tribuna donde la élite de poder saluda al rebaño junto a sus invitados foráneos.

Los índices de productividad y eficiencia son factores secundarios en la mayor parte de las dependencias estatales donde se desempeña poco más del 70% de la población laboralmente activa.

Traspasar las fronteras que el partido y el sindicato establecen en defensa de un neo estalinismo apuntalado con consignas patrioteras, dólares del Tío Sam y euros de sus parientes del Viejo Continente, es como saltar al vacío desde la cima de Everest.

Una muerte segura, en este caso no propiamente física.

Bajo la soberanía del modelo encabezado por un grupo de pistoleros, burócratas y guatacas profesionales, estar vivo y la vez muerto es una condición que afecta a miles de personas y mantiene en vilo a otras. Cualquiera puede caer en desgracia en un abrir y cerrar de ojos.

Basta con exigir en algunas de las asambleas sindicales un aumento salarial o rebatir, sin pelos en la lengua, la verborrea demagógica de cualquiera de los dirigentes que repiten las mismas promesas.

En estos ámbitos, como bien refleja el informe titulado “Es una prisión mental” Cuba: Mecanismos de Control de la Libre Expresión y sus Efectos Intimidantes en la Vida Cotidiana, la situación de las personas que sobreviven dentro de las fronteras nacionales nada tiene que ver con la felicidad plena en los actos multitudinarios, donde se agitan banderitas y se vociferan lealtades a la claque de carceleros disfrazados de políticos y gestores de obras piadosas.

En estos lares, el empleo nunca ha sido un derecho avalado por entidades como la Organización Internacional del Trabajo; se trata de un medio para condicionar posturas afines a las agendas de quienes siguen aferrados a la mayoría de los arcaicos patrones de la revolución bolchevique de 1917.

El socialismo que fundaron los guerrilleros que sacaron a Fulgencio Batista de la presidencia, hace casi seis décadas, ha perdurado tanto tiempo porque transformó la racionalidad en verjas de hierro y el amor al prójimo en murallas escarpadas.

Cuba es una cárcel donde la zozobra y el miedo hace tiempo tienen certificados de ciudadanía.

Las evidencias están a la vista del mundo. No hay gato por liebre. Es la verdad expuesta sin adornos; el país que parece un calco del libro 1984, escrito por George Orwell en la década del 40 del siglo pasado, donde describe una sociedad dominada por el terror con la única diferencia que aquí no vigila el Gran Hermano.

El encargo de examinar con lupa la vida de los poco más de 11 millones de habitantes, corre a cargo del partido, la policía política y sus chivatones.

Terminar tras las rejas en un juicio amañado, sufrir el ataque de las turbas parapoliciales o ser privado del empleo bajo el sambenito de “no confiable” son peligros latentes para los hombres y las mujeres que se atreven a cruzar los límites movedizos de la tolerancia.

Ciertamente, los investigadores de AI escarbaron profundo en el lodo del totalitarismo.

Ahora hacen falta acciones que ayuden a romper esos moldes que enajenan y destruyen.

Y si son unánimes, aunque resulte quimérico el deseo, mucho mejor.