La Habana, Cuba | Cuba Sindical Press – Septiembre casi termina y no se vislumbran alivios a la difícil situación que enfrentan la mayoría de los cubanos atrapados en la Isla, ahora bajo el rigor de un escenario con vetas de reconcentración como, la llevada a cabo en 1896 por el general español Valeriano Weyler, con el fin de aniquilar militarmente el levantamiento independentista mediante el aislamiento total de los habitantes de las zonas rurales, quienes fueron previamente concentrados dentro de las ciudades ocupadas y privados del suministro de productos alimenticios. Según reportes históricos, la medida causó unas 170 000 víctimas, el 10 por ciento de la población de la Isla.
La realidad actual tiene como telón de fondo, la pandemia del coronavirus, el reforzamiento de la escasez y la represión policial y, por último, la imposición de un toque de queda en la capital, y otros lugares de la Isla, desde la 7 p.m hasta 5 a.m., debido al aumento exponencial de la cifra de contagiados.
El entorno tiende a complicarse a causa de la confluencia de varios factores, entre ellos, la paralización de gran parte de la obsoleta estructura productiva, el cierre total de la industria turística, uno de los principales puntales de la economía y el descenso en el monto de las remesas familiares, que llegan fundamentalmente desde Estados Unidos, otro de los flotadores que han impedido la definitivo hundimiento del modelo económico centralizado.
Con miles de trabajadores desempleados a consecuencias de las regulaciones impuestas con el propósito de detener la proliferación de la COVID-19, que incluye el cierre de centros laborales, la suspensión del transporte público y los taxis que funcionan en la modalidad de trabajo por cuenta propia, la situación se torna extremadamente difícil para procurar el sustento diario.
Para colmo de males, los precios en los agromercados no estatales se han disparado y el desabastecimiento amplía sus márgenes, tanto en estos sitios como en todas las dependencias pertenecientes a la red de Comercio Interior, cuyas ventas son solo en pesos cubanos (CUP), y las llamadas tiendas recaudadoras de divisas, en las que se paga en pesos convertibles (CUC).
Solo en los comercios en Moneda Libremente Convertible (MLC), donde es obligatorio comprar en dólares estadounidenses, una modalidad que comenzó a funcionar desde el 20 de Julio pasado en varias provincias, se observan los anaqueles llenos. Las compras tienen que ser a través de una tarjeta magnética. No se aceptan desembolsos al cash.
En vistas al cúmulo de irregularidades descritas, muchas personas están expuestas a un reiterado encuentro con los fantasmas del hambre.
Por un lado, o no están recibiendo ninguna retribución salarial o simplemente acceden a un porciento ínfimo del mismo, tampoco disponen de dólares, lo cual los mantiene encerrados en un círculo de penurias y stress.
Cuatro o cinco horas de espera en una de las aglomeraciones que cotidianamente se desarrollan en las afueras de las tiendas, en pesos convertibles (CUC), no garantiza la adquisición de los pocos productos que se expenden, siempre bajo las reglas del racionamiento.
La disponibilidad es limitada. Cada incursión en busca de cualquier artículo, de primera necesidad, es como jugar al bingo.
Irse con las manos vacías va siendo un final muy común en los dominios de la supervivencia, donde triunfan los más resistentes y osados. Las broncas no faltan en esos aquelarres, donde es imposible cumplir con el distanciamiento social. ¿No serán esos espacios la fuente principal de transmisión del virus pandémico?
Vale la pena esa conjetura en medio de un pertinaz acercamiento al caos total.
El final de la crisis no es algo que pueda preverse con acierto. Es obvio esperar un mayor recrudecimiento en los meses venideros.
Se precisan de cambios medulares en la visión económica y lo que se anuncia son nuevos remiendos al socialismo de ordeno y mando. Una supina falta de responsabilidad de la élite de poder apegada al delirante legado de Fidel con su maniqueo e inútil antinorteamericanismo y las exaltaciones a una revolución que anuncio un espectacular salto hacia adelante y cayó de bruces en el fango de la soberbia. El fracaso es la etiqueta que sobresale en una esquina del lodazal.