Maryland – Recordando que el dogma católico sobre la infalibilidad del papa es solo para asuntos de la fe, no dudamos en afirmar que la noción del Papa Francisco y sus consejos a los sindicatos, pronunciado en su mensaje ante la 109ª Conferencia Internacional del Trabajo de la OIT el 17 de junio de 2021, constituyen un despropósito.
Para el pontífice, el que lo sindicatos se dediquen a lo que tienen que hacer –velar por el bienestar de sus afiliados y sus familiares– es una “camisa de fuerza”: “Invito a los sindicalistas y a los dirigentes de las asociaciones de trabajadores a que no se dejen encerrar en una ‘camisa de fuerza’, a que se enfoquen en las situaciones concretas de los barrios y de las comunidades en las que actúan.”
Un buen contrato colectivo es mejor que mil políticas sociales. Impacta directamente en las comunidades, no donde actúan los sindicatos, sino mucho más efectivamente: donde viven los trabajadores beneficiarios. Teniendo siempre presente que el prerrequisito para un buen contrato colectivo es la rentabilidad de la empresa.
Un vigoroso y eficaz sindicato, centrado en la esencia de su existencia, juega un papel político insustituible en la sociedad y, sin duda, muy superior a esa difusa y distorsionadora imagen del sindicato como agente político en las comunidades y uniéndose a otros sectores de la sociedad, pregonada por Bergoglio.
En la misma alocución, sobredimensiona al sindicato –quizás para agradar a una parte del auditorio– al destacar: “Los sindicatos son una expresión del perfil profético de la sociedad. Los sindicatos nacen y renacen cada vez que, como los profetas bíblicos, dan voz a los que no la tienen, denuncian a los que ‘venderían al pobre por un par de chancletas’.”
El sindicato debe dar voz a los trabajadores y, a consecuencia de ello, estimular la voz de todos los miembros de la sociedad.
La mejora de calidad de vida y de trabajo de sus afiliados le concede las fuerzas necesarias para favorecer e influir en legislaciones que fortalezcan los derechos laborales y relaciones de trabajo más equilibradas.
Los sindicatos propuestos por el papa son más una especie de células políticas que un instrumento de justicia social.
Según su mensaje en esta Conferencia, el papel reivindicativo de los sindicatos “es sólo la mitad del trabajo”.
Su propuesta es un despropósito, porque desnaturaliza la función sindical y debilitaría su atributo como instrumento reivindicativo. El sindicato aporta al desarrollo de la sociedad precisamente jugando su papel; otros agentes sociales lo harán desde las funciones que le son propias.
El sindicato debe concentrar sus esfuerzos en organizar y acompañar las luchas reivindicativas de nuevas categorías de ocupación, muchas de ellas con una relevancia casi prematura por los efectos de la pandemia y otras dictadas por las mutaciones tecnológicas.
Igualmente debe organizar de manera adecuada a los trabajadores del sector informal, con énfasis en los asalariados informales, que laboran sin derechos y en infames condiciones de trabajo y remuneración. El enfoque sobre los pequeños y medianos emprendedores son tareas fuera de su jurisdicción.
Para contribuir con la estabilidad y la evolución del contrato social, el sindicalismo ha de jugar su papel. Es con el poder que le confiere su acción reivindicativa que puede convertirse en protagonista de ese acuerdo marco para la vida en la diversidad, la justicia y las libertades políticas y económicas.
El estimular que los sindicatos ejerzan protagonismo político distinto al que le corresponde es un viejo sueño anarcosindicalista y que Lenin resolvió al concebirlos como “correa de transmisión” de la vanguardia política, es decir, del Partido.
Lo expuesto por el jefe de la Iglesia Católica es el sindicalismo “sociopolítico” planteado hace más de 50 años por los comunistas de todas las denominaciones y por la teología de la liberación. Seguir la receta propuesta en su mensaje sería un boleto expreso a al debilitamiento de sus estructuras y a una eventual desaparición.
Si vinculamos estas propuestas al concepto de propiedad expresado por el pontífice al referirse a los empleadores, tendremos la receta perfecta al desastre económico y social de los países: “Siempre, junto al derecho de propiedad privada, está el más importante y anterior principio de la subordinación de toda propiedad privada al destino universal de los bienes de la tierra y, por tanto, el derecho de todos a su uso (Fratelli tutti, n. 123). A veces, al hablar de propiedad privada olvidamos que es un derecho secundario, que depende de este derecho primario, que es el destino universal de los bienes.”
La historia enseña que ese “todos” al que se refiere el papa siempre ha sido apropiado por una élite de poder que, en nombre de “todos”, comete las más grandes arbitrariedades y lleva a la ruina a las naciones.
Un celebre dirigente sindical italiano, de militancia social cristiana, solía decir: “Lo único peor que un comunista, es un cristiano izquierdista.”
¡Zapatero a sus zapatos…!