viernes , 22 noviembre 2024
José Martí, en una actividad del Partido Revolucionario Cubano, en 1892 (Wiki)

El socialismo que Martí no quería

Durante el mes de enero de 1892 se celebró en La Habana el Primer Congreso Nacional Obrero de Cuba, al cual asistieron 74 delegados representando a las disímiles organizaciones obreras de toda la isla.

En el evento se patentizó que la clase trabajadora cubana no alcanzaría su emancipación mientras no abrazara las ideas del socialismo revolucionario, que era como calificaban los anarquistas a su credo ideológico.

Sin embargo, lo más significativo de este Congreso fue que, por primera vez, los trabajadores cubanos reconocían la necesidad de que Cuba se liberase del colonialismo español. Un reconocimiento que desató la ira de las autoridades coloniales, las cuales suspendieron las sesiones del Congreso y arrestaron a varios de sus participantes.

Por supuesto que el sesgo tomado por el cónclave obrero no podía pasar inadvertido para José Martí, que ya en el exilio daba los toques finales a la creación del Partido Revolucionario Cubano con vistas a una nueva contienda independentista. Gran regocijo debió experimentar Martí al comprobar que, además de los grupos emigrados de Tampa y Cayo Hueso, en el interior de la isla también había obreros que simpatizaban con la independencia.

Fue entonces cuando el Apóstol incrementó sus reflexiones acerca de las distintas variantes del socialismo, que era la ideología que más se relacionaba con la justicia social y la defensa de los intereses de los trabajadores.

En carta fechada en mayo de 1894, y dirigida a su amigo Fermín Valdés Domínguez, Martí apunta que “dos peligros tiene la idea socialista: el de las lecturas extranjerizas, confusas e incompletas, y el de la soberbia y rabia disimulada de los ambiciosos, que para ir levantándose en el mundo empiezan por fingirse frenéticos defensores de los desamparados” (1). Más adelante, en la propia misiva, Martí advierte acerca de “no comprometer la excelsa justicia por los modos equivocados o excesivos de pedirla”.

Es decir, que el Apóstol añoraba una justicia social desvinculada de las doctrinas socialistas que recorrían Europa –entre ellas el marxismo–; y que en lugar de una apocalíptica lucha de clases, clamaba por la concordia entre las clases sociales, a tono con su máxima de “con todos y para el bien de todos”.

También alertaba contra el surgimiento de caudillos que, en nombre del socialismo, terminaran tiranizando a su propio pueblo.

En cuanto a lo que pensaba de su Partido Revolucionario Cubano, nada mejor que consultar el artículo cinco de las bases de esa organización política: “El Partido Revolucionario Cubano no tiene por objeto llevar a Cuba una agrupación victoriosa que considere la Isla como su presa y dominio, sino preparar, con cuantos medios eficaces le permita la libertad del extranjero, la guerra que se ha de hacer para el decoro y bien de todos los cubanos, y entregar a todo el país la patria libre”. (2)

No habría que realizar mucho esfuerzo para comprobar que el tipo de socialismo impuesto en Cuba después de 1959 era, precisamente, el que Martí no quería para su patria, Un contexto en el que las ideas de Marx, Lenin y los manuales de corte estalinista mandaron a un segundo plano a lo mejor del pensamiento cubano; donde la dictadura del máximo líder rompió todos los records de permanencia en el poder; donde episodios como la Ofensiva Revolucionaria de 1968 echaron a fajar a unos cubanos contra otros; y donde un partido, por decreto, se erige en el rector de la sociedad, por supuesto que hubiese recibido la desaprobación del héroe de Dos Ríos.

Por tanto, de nada valieron las actividades con que el castrismo conmemoró el aniversario 165 del nacimiento del Apóstol. Nunca serán auténticos martianos.

——-

(1) Almanza, Rafael. En torno al pensamiento económico de José Martí. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1990

(2) Lizaso, Félix. “Martí y el Partido Revolucionario Cubano”, en Historia de la Nación Cubana (tomo VII). Editorial Historia de la Nación Cubana S.A. La Habana, 1952