Muchos se preguntan cómo los trabajadores cubanos continúan asistiendo a sus puestos laborales si lo que cobran es ridículamente bajo.
Holguín (Yoan González / DDC) – Muchos se preguntan cómo los trabajadores cubanos continúan asistiendo a sus puestos laborales si lo que cobran es ridículamente bajo. ¿Cómo, si apenas ganan diez dólares al mes y necesitan 200 mínimamente para lo básico, siguen trabajando? Parece un sinsentido, algo completamente absurdo si no se conocen los detalles del estrafalario sistema económico estatal planificado imperante en la mayor de las Antillas.
Lógicamente, no hay un solo factor influyendo, sino varios, como son: recibir remesas y trabajar solo por amor a la profesión; estar cerca de la edad de jubilación y no querer perderla por muy poco que signifique en el contexto actual; mantener un estatus y reconocimiento social en algunas profesiones a través del tráfico de influencias que suplen el papel del salario; o trabajar con recursos que faciliten mediante la corrupción tener buenos ingresos.
Esos son los generales, pero en las empresas más importantes para el funcionamiento de la poca economía que queda en Cuba —industrias, termoeléctricas, empresas productivas y constructoras priorizadas—, donde los anteriores incentivos no son suficientes, para conservar la plantilla acuden a la asignación y venta de «jabas». Con este nombre se conoce a los módulos de productos de alta demanda y de primera necesidad que, escasos o muy caros en el mercado negro o privado, gestionados por la empresa tienen un precio inferior y se vuelven el principal incentivo para trabajar, por encima del salario.
«Mi salario es de 4.325 pesos. Si fuera por esa miseria, ya hubiese dejado la pincha hace rato», explica Gustavo, operario pailero en la fábrica de implementos agrícolas de Holguín. «Nos venden dos o tres jabas en el mes y gracias a eso vivimos. Por ejemplo, la última jaba fue de cinco libras de pollo, dos pepinos (litros) de ron, 12 cervezas, dos paqueticos de salchichas, dos vinagres y dos vino secos. Son cosas que tienen valor, ayudan a pasar el mes.»
«El precio de los productos es menos de la mitad que en la calle, pero aun así el salario no alcanza para comprarlas, cada jaba cuesta alrededor de 2.000 pesos, por eso hay que tener un fondito reservado para eso. Luego uno se queda con lo que más necesita y vende la otra parte para recuperar la inversión. Yo siempre vendo las bebidas y me quedo con lo que sea comida, aseo, cosas útiles. Uno va resolviendo así porque el salario no da para nada prácticamente», agrega.
Indira, que es ingeniera en una empresa de servicios técnicos, confiesa que vive «más por la jaba que por el salario. ¡Si quitan la jaba pido la baja! Varias veces he estado a punto de colgar el título e irme a trabajar de despachadora en una MIPYME, donde ganaría el triple que como ingeniera, pero saco la cuenta de que con la jaba resuelvo algo, y así sigo en mi profesión a ver si llegan tiempos mejores, menos anormales. Pero la verdad es que parece que los tiempos mejores están demasiado lejanos».
Para Ernesto, obrero de una empresa militar de la construcción, es difícil vender algo de la jaba: «Me gusta la cerveza y también el ron de vez en cuando. A veces vendo la mitad nada más o me quedo con dos o tres para poder probarla. Por otro lado, si vendo el pollo o el paquetico de arroz, ¿qué come mi familia entonces? A veces vendo los tigones (bebidas energéticas) O pido prestado dinero para comprarla. Es cara para un obrero, pero en la calle todo cuesta muchísimo más».
Solo un sistema anómalo y disfuncional como el imperante en Cuba puede generar semejantes aberraciones. El poder adquisitivo del salario es tan bajo que los productos que la propia empresa vende a sus trabajadores, que apenas satisfacen una pequeña parte de sus necesidades, no se pueden pagar con lo que ganan. Sin embargo, aun así, son esos módulos un incentivo laboral ante la escalada inflacionaria que existe en Cuba.