“Creí cada palabra, cada discurso. Pensé que debía sacrificarme, entregar la vida por construir el socialismo y apoyar la Revolución.”
LA HABANA, Cuba (Yunia Figueredo/ASIC) – Vicente Bartelemi nació en el barrio El mosquitero, en la intricada zona de Baracoa, provincia de Guantánamo. Desde 1966 trabajó en el centro procesador del cacao, intervenido por la Revolución y convertido en la planta de chocolate Victoria del Moncada. Lleva varios años de jubilado. Ahora comprende cuánto lo estafó la Revolución.
“Me considero burlado por la Revolución en todas las formas en que un obrero pueda sentirlo y lamentarlo”, cuenta Vicente, padre de tres hijos y abuelo de siete nietos.
Durante su vida laboral se sintió partícipe de una gran obra humana y al final ha quedado en la ruina, abandonado a su suerte junto con su familia.
“Creí cada palabra, cada discurso. Pensé que debía sacrificarme, incluso entregar la vida por construir el socialismo y apoyar a la Revolución. Pero al final me quedé solo con esto: una chequera inservible que apenas alcanza para mis medicamentos”.
Este obrero obtuvo en 1970 la condición de Vanguardia Nacional, y en 1978 la de Trabajador de Avanzada. Aún vive en la misma choza de siempre, sin comodidad ni lujo, a la orilla del camino, y sin poder descansar en su retiro.
“Me levanto, como todos los días de mi vida, a las 5 de la mañana, para prepararme para la jornada laboral. Estoy retirado, pero la vida continúa como siempre: escasez, necesidad, desesperación, falta de dinero. Aunque ya no tengo que pasar ocho horas en la cosecha del cacao ni en el proceso, tengo que dedicar el día a las colas o a forrajear el alimento donde parezca”.
Con 80 años y una figura quijotesca, Vicente Bartelemi es la viva estampa del obrero fracasado. La promesa de construir un paraíso al final lo dejó preso en un infierno. Es uno más entre esos que por décadas dieron sus mejores años en la construcción de la nueva sociedad socialista, percibiendo salarios, mezquinos a la espera de un porvenir que nunca llegó.
“A veces me encuentro a un viejo amigo de la planta y conversamos. Recordamos nuestras renuncias a la vida para echar adelante al país, sin disfrutar los domingos ni los días feriados, porque el chocolate era fuente inmediata de divisas y sabíamos que cada segundo contaba. Para que al final no tengamos nada, ni siquiera vida”, se lamenta.
Otro jubilado que se queja de las privaciones es Fidencio Estrada, residente en el reparto El Roble, Santa Fe, municipio Playa, quien por muchos años dirigió una brigada de obreros en la fábrica del vidrio en La Lisa.
“Ahora hay más jubilados que jóvenes que empiezan en la edad laboral. Se retiran 100 obreros y sólo entran al sector laboral 40, una tasa deficitaria nada desechable. A eso se le suma que el 30 por ciento de la fuerza laboral están sentados en la puerta de sus casas, vendiendo cualquier cosa bajo el título de cuentapropistas, que es otro ataque a la productividad”.
“Jubilarme fue un verdadero suicidio. Además de la chequera que no me alcanza, son tan engorrosos los trámites y tanto los malos ratos que no lo considero un descanso. De descanso esto no tiene nada, pues tengo que hacer trabajitos extras y andar por la calle buscando dinero para sobrevivir”.
“La vejez digna y sin penurias que nos prometieron cuando jóvenes fue una falacia”, dice Estrada.