jueves , 21 noviembre 2024
Con la llegada de Castro al poder, los comunistas vieron la oportunidad de reconquistar el liderazgo sindical en el país.

La CTC comunista: primero batistiana y después fidelista

Con la llegada de Castro al poder, los comunistas vieron la oportunidad de reconquistar el liderazgo sindical en el país.

La Habana, Cuba | Cuba Sindical Press – Por estos días en que la oficialista Central de Trabajadores de Cuba (CTC) arriba a su aniversario 80 de creada conviene rememorar los vaivenes ideológicos experimentados por esa organización obrera. Un forcejeo que tuvo como principales protagonistas a los militantes del Partido Comunista y a los sindicalistas del Partido Revolucionario Cubano (auténtico).

A finales de la década del 30, Fulgencio Batista, en su condición de jefe del ejército, era el hombre fuerte de la nación, incluso por encima del presidente Federico Laredo Bru. Mas, al calor de la nueva Constitución de 1940, Batista concibió la idea de oficializar su hegemonía y entonces armó una coalición con vistas a participar en las elecciones presidenciales convocadas para ese propio año.

Los comunistas cubanos, prestos a asirse a cualquier tabla salvadora que los sacara de su aislamiento político, no vacilaron en formar parte de esa coalición. En el fondo no había mucha distancia entre la actuación de ellos y la de Batista, pues ambos combatieron por igual al Gobierno de los Cien Días en 1933. Aquel equipo de gobierno que, bajo la dirección de Ramón Grau San Martín y Antonio Guiteras Holmes, había dejado una estela de innumerables beneficios populares.

En semejante contexto surge la CTC –en ese entonces denominada Confederación de Trabajadores de Cuba– en el año 1939, bajo la guía del dirigente comunista Lázaro Peña. Posteriormente, y ya con el apoyo de Batista como presidente constitucional de la República –en cuyo gabinete figuraron dos ministros de afiliación comunista, Juan Marinello y Carlos Rafael Rodríguez– se afianzó el liderazgo comunista sobre el referido gremio obrero. Con ese sesgo transcurrieron el II, III y IV congresos de la CTC, celebrados, respectivamente, en 1940, 1942 y 1944.

Sin embargo, con el acceso de Grau San Martín a la presidencia de la República, quien había fundado el Partido Revolucionario Cubano (PRC) (A) en 1934, cobró auge la Comisión Obrera Nacional (CON) del partido auténtico, liderada por Ángel Cofiño y Eusebio Mujal. Ello provocó que en el año 1947 se celebraran dos congresos obreros: el de la CTC comunista (en lo adelante conocida como CTC unitaria), y el de la CTC auténtica (denominada CTC oficial).  Era el principio del fin de la supremacía comunista sobre el movimiento obrero.

Semejante dualidad se mantuvo hasta el año 1951, cuando la CTC comunista reconoció haber perdido prestigio y autoridad entre los trabajadores cubanos. En consecuencia, orientó a sus afiliados a que, si lo consideraban pertinente, se adscribieran a la CTC oficial. De ese modo, y de manera paulatina, desaparecía la CTC unitaria, y el gremio obrero auténtico quedaba como el único representante de la case obrera de la isla. Una situación confirmada durante la celebración del VIII Congreso de la CTC efectuado en 1953.

Con la llegada de Fidel Castro al poder, los comunistas vieron la gran oportunidad de reconquistar el liderazgo sindical en el país. Con su acostumbrada sutileza y el visto bueno del máximo líder, fueron copando posiciones en los diferentes sindicatos ramales, al tiempo que desplazaban a los sindicalistas auténticos y de otras corrientes ideológicas. En ese ambiente de luchas intestinas transcurrió el congreso de la CTC de diciembre de 1959.  

El año 1961, el del viraje definitivo hacia el comunismo de la joven revolución, marcó también la reconquista total de la CTC por parte de los comunistas. Fidel Castro se deshizo de algunos líderes obreros no comunistas como David Salvador, quien incluso había militado en el Movimiento 26 de Julio desde los tiempos de la Sierra Maestra, y les entregó las riendas del movimiento obrero a viejos sindicalistas comunistas como Lázaro Peña, Agapito Figueroa, y Ursinio Rojas, entre otros.

Los comunistas habían completado su camaleónica y maquiavélica actuación. Antes batistianos y ahora fidelistas. Para ellos, el fin justificaba los medios.