La Habana, Cuba | Cuba Sindical Press – A las periodistas cubanas Juana Carrasco y Cristina Escobar parece que les han orientado mantener informada a la población cubana de los estragos que causa a la seguridad nacional de nuestro país el sube y baja del zipper de la portañuela de Trump. La orden es vigilarla, no importa si es un encuentro sexual con una ex estrella de cine porno o a la hora de orinar.
Y aunque creo que a ninguna les importe en lo personal los supuestos devaneos sexuales del mandatario norteamericano, me preocupa el desgaste en hurgar con saña en ese privado rincón de cualquier mortal, con tanto material de escándalo para revistas del corazón que existe en Cuba, aunque de ello no se hable en Verde Olivo, el Granma, Bohemia o el DDT.
Esa mirada unidireccional posada en la portañuela de Trump las aleja de cuanto embrollo amoroso, escarceo sexual e infidelidades matrimoniales proliferan en Cuba, donde muchos líderes, según chismorreos y evidencias divulgados por la voz popular, hicieron y hacen más estragos en camas propias y ajenas con el arma oculta tras sus braguetas que en los campos de batalla con el fusil. Al menos, dicen, dieron un aporte la repoblación nacional.
Especialistas en Trump y en cuanto escándalo racista, misógino, político y sexual se vea involucrado el magnate inmobiliario que habita en La Casa Blanca, pasan por alto lo que hacen en Cuba los ex Don Nadie que se apoderaron de cuanto mueble, vivienda o autos dejaron aquellos burgueses pusilánimes que abandonaron la isla en 1959 a todo correr.
Juanita Carrasco, la decana del periodismo en Cuba, incursiona también en otros escándalos escenificados por Donald Trump, revelados públicamente por ex colaboradores del gobernante y periodistas que radican allí, sin temor a ir a dar con sus huesos e historias a una celda tapiada como las de Villa Marista o a una galera en la cárcel Nieves Morejón, lo que les suele suceder a sus colegas de aquí cuando husmean tras las braguetas del poder.
Por su parte, Cristina Escobar, la nueva delfín del periodismo esclerótico que se practica en la isla, por su vigilancia y ataques a la portañuela de Trump y a cuanta larva de mosquito Aedes aegypti anide en el Potomac, le han dado el título de analista política, y conduce además hasta el programa de cine “Solo la Verdad” donde, por supuesto, no habla de Cuba.
Aunque no estoy seguro si Cristina sabe quiénes fueron los hermanos Lumier, o distinguir un corto de un documental, supongo que deba conocer la prohibición en Cuba de filmes nacionales como Santa y Andrés o Regreso a Ítaca, entre tantos que no puede proyectar en un espacio donde todo lo que se ve son películas norteamericanas, realizadas allá contra el poder, que a ella le sirven para desbarrar sobre the American way of life desde un sillón.
Convertida en la periodista estrella de cuanto acontecimiento patriotero ocurra dentro o fuera de Cuba, su rostro duro de sobriedad y altivez aparece lo mismo en Whashintogn DC, que en Perú o Sochi (no habla ruso, sino inglés) como la nueva Pasionaria de una causa perdida, a la que hay que rescatar -sin escatimar mentiras- a golpes de imagen y papel.
La minuciosidad y el placer que muestran ambas periodistas en revelar y satanizar lo que sucede fuera del país, es inversamente proporcional al ocultamiento y la manipulación que ejercen sobre lo que ocurre aquí, en un desbalance tan descomunal que las hace perder el sentido ético de la profesión, la credibilidad y la oportunidad de ser honestas al informar.
El periodismo pacato, somnoliento y tecoso que se escribe en el país por el temor de los comunicadores a sucumbir bajo la ira del poder, toma vuelo, colory aire de chisme rosa o amarillento glamour cuando abre braguetas, sataniza opiniones, critica comportamientos y busca la paja en el ojo ajeno, comprometido en ocultar la viga que asoma en el de aquí. | vdominguez4@gmail.com