PEKIN | Javier Castro Bugarín – Tang apura los últimos granos de arroz de su cuenco antes de volver al trabajo en la obra, no sin antes expresar cierta nostalgia por Sichuan, su tierra natal, situada a unos 2.000 kilómetros de la capital de China.
«No me gusta Pekín, cada vez es más difícil trabajar aquí y el coste de vida es muy alto», cuenta a Efe este obrero, que tras más de diez años viviendo en Pekín no descarta volver a Guangyuan, la ciudad de la que procede.
El de Tang no es un caso aislado en China, donde el crecimiento imparable de las grandes ciudades y el desarrollo de las zonas rurales están empujando al interior del país a un número cada vez mayor de trabajadores migrantes («dongmingong» en chino), artífices del modelo «made in China».
Este colectivo, compuesto por alrededor de 288 millones de personas -una quinta parte de la población china y un tercio de la mano de obra total-, fue motor en su día del llamado «milagro económico chino», pero el nuevo paradigma económico parece alejarles cada vez más de mecas migratorias como Pekín, Shanghái o Cantón.
Así lo muestra una reciente encuesta de la Oficina Nacional de Estadísticas que señala que el crecimiento de la población migrante en 2018 ha sido el más bajo de los últimos cinco años, con un aumento interanual de apenas un 0,6 %, frente a las cifras más habituales de entre el 1,5 y el 2 %.
Detrás de estos números subyace un cambio importante con respecto a la propia dinámica migratoria: mientras el volumen de trabajadores migrantes cayó el año pasado hasta un 3,9 % en el delta del río de las Perlas -otrora centro manufacturero de China-, éste ascendió un 4,2 % en el caso de las provincias del interior y el oeste del país.
Según Wen Xiaoyi, profesor de la Universidad de Relaciones Laborales de China, el gigante asiático «está atravesando un proceso de transformación industrial», una realidad que lleva a los trabajadores migrantes a buscar suerte en donde antes no existían oportunidades laborales.
«Las zonas costeras, que acogían una gran densidad de mano de obra, han pasado a ser de alta cualificación, con mayores exigencias tecnológicas a los trabajadores, mientras que las áreas del interior han heredado las industrias transferidas del este, como, por ejemplo, la textil», señala a Efe.
De hecho, el número de trabajadores migrantes presentes en las grandes ciudades chinas cayó un 1,5 % en 2018 -un total de 2,04 millones de personas-, el mayor descenso de la historia, con una bajada del 1,2 % en el caso de las citadas megalópolis de Pekín, Shanghái y Cantón.
Una de las razones es el propio sistema de registro de residencia o «hukou», cada vez más estricto en las principales urbes y que, no obstante, está desapareciendo paulatinamente en las ciudades de entre 1 y 3 millones de habitantes, en aras de atraer más migración.
Asimismo, el aumento en el nivel de vida de las ciudades de primer y segundo nivel, que desde 2015 han experimentado alzas interanuales de hasta un 35 % en el precio de la vivienda, ha restado parte de su atractivo para los trabajadores migrantes.
Con todo, no es este el caso de las provincias del centro y el oeste, protagonistas de los esfuerzos del Gobierno chino por reducir la brecha entre el medio urbano y el rural, sostiene Leslie Young, profesor de Economía de la Cheung Kong Graduate School of Business.
«China ha basado su prosperidad en un amplio programa de infraestructuras, autopistas y trenes de alta velocidad. Esto está haciendo que la gente vuelva en gran escala, tanto a las capitales de provincia del interior como a otras ciudades más pequeñas», argumenta el experto.
Un factor que, detalla Young, hará que en un futuro la migración crezca también entre las propias zonas del interior, donde «las ciudades son cada vez más efectivas a la hora de crear nuevas oportunidades».
Esta tesis aparece apoyada por datos del Ministerio de Agricultura y Asuntos Rurales chino, que en un estudio publicado a principios de año cifró en 7,8 millones las personas que habían retornado a sus ciudades natales para emprender un negocio, de las que un 70 % eran trabajadores migrantes.
Un trasvase poblacional promovido por las propias autoridades, como el Gobierno de la provincia sureña de Guangxi, que recientemente ha puesto en marcha un fondo de 234 millones de yuanes (34 millones de dólares o 30 millones de euros) en ayudas para el emprendimiento de los «dongmingong».
En cualquier caso, la desaceleración de la economía china, cuyo ritmo de crecimiento de 2018 (6,6 %) fue el más bajo desde 1990, podría acelerar esta tendencia aún más en los próximos años, advierte Wen.
«La reducción de la migración depende del grado de crecimiento económico. Si la economía china se desarrolla bien en un futuro, la tendencia reduccionista se revertirá, pero si no lo hace los trabajadores migrantes regresarán a las zonas interiores. Es una tendencia muy obvia», sentencia el profesor.