Las limitaciones impuestas a las pequeñas empresas demuestran la falta de voluntad gubernamental para el desarrollo de la iniciativa privada.
La Habana, Cuba | Cuba Sindical Press – Los cubanos que aún sueñan, piensan o creen que la iniciativa privada en Cuba es un hecho, pecan de ingenuidad, sufren de una especie de alzhéimer ideológico y vuelven a tropezar con la misma piedra política puesta en su camino por la revolución hace 60 años. El sector privado sólo existirá en la Isla a conveniencia de las autoridades, en los empleos que a ellas les beneficie, el tiempo que consideren necesario y bajo el autorizo, control, límites y prohibiciones que se le decida imponer.
De ahí que hablar de sector privado en un país donde es el Estado el que decide quién puede ejercer o no, en cuál modalidad, qué se produce, comercializa o cuál servicio se presta, a qué precio, hasta dónde y cuándo, además de ser el único que suministra los insumos necesarios, es una manera tonta o cínica de sentir que hay cambios y se avanza cuando todo continúa igual.
Los precios topados impuestos al cuentapropismo por el régimen cubano constituyen otra muestra más de que la iniciativa la tienen las autoridades, quienes la imponen desde el poder sin importar si violan los principios de la oferta y la demanda, causan pérdidas económicas a los trabajadores particulares, o frenan y obligan a cerrar negocios que florecen pese a las trabas y prohibiciones.
Sin un comercio mayorista donde adquirir los productos e insumos necesarios para su labor, con límites de espacios y zonas donde trabajar, obligados a ser o fingir ser políticamente correctos –no hablar mal de la revolución, denunciar o expulsar a quien lo haga en el establecimiento–; los cuentapropistas tienen que lidiar, además, con un enjambre de inspectores corruptos, funcionarios venales y otros bicharracos de la fauna revolucionaria, resueltos a conservar su cuota de “poder”.
De nada sirve al cuentapropismo haberse convertido –pese a las trabas y prohibiciones– en una fuente de empleo que ocupa alrededor del 15 % de la fuerza laboral del país, lograra rescatar y revitalizar servicios desaparecidos por la ineficiencia de las entidades del Estado, hiciera resurgir de las cenizas revolucionarias estabelecimientos gastronómicos, salones de belleza, talleres de reparación, todos con ofertas, servicios y presencia de calidad y el buen trato perdido en el país.
Las limitaciones de todo tipo impuestas a las pequeñas empresas, las cooperativas en cualquier sector, así como a quienes alquilan viviendas, regentan una paladar, reparan colchones o zapatos, venden tamales o maní o desempeñan el resto de los alrededor de 200 empleos autorizados en el país, demuestran la falta de voluntad gubernamental para el desarrollo pleno de la iniciativa privada, y dejan claro que cualquier iniciativa que se ponga en práctica, debe nacer desde el poder
Y el problema está, según expertos nacionales y extranjeros (además de la experiencia en décadas del cubano de a pie que ha trabajado en el sector no estatal), que primero el gobierno lo nacionalizó todo, para luego, y de acuerdo al nivel de la crisis económica y social del país, abrir pequeños resquicios en el sector privado, siempre bajo la premisa de una “concesión estatal” –no un derecho de la población–, que culminaría en cuanto la crisis económica mostrara recuperación.
De acuerdo con el sociólogo Ted Henken, “los miembros de la línea dura del gobierno cubano temen al sector privado, no solo por representar una competencia a los monopolios del Estado, sino porque la independencia económica puede conducir a una mayor libertad política y crear un lobby poderoso con una agenda diferente a la actual”, controlada, sin miramientos, desde el poder.
Como corolario a lo expresado por Henken, otro analista expresó: “En Cuba, la lógica económica siempre está sujeta al veto de la lógica política, especialmente cuando el crecimiento, tamaño y prosperidad del sector privado es el tema a considerar”, a tono con el documento emitido por el partido comunista, en el que indica que no permitirá que los cubanos acumulen riqueza, pero sin explicar cómo se definiría “acumulación” o “riqueza” en la nación.
No por gusto un amanuense del poder como el escribidor Luís Toledo Sande calificaría como un peligro social al sector privado en Cuba, asegurando que se podría convertir en un monstruo para este socialismo, como si un almendrón o un bici taxi fueran un coche-bomba, y un cucurucho de rositas de maíz o un paquete de churros, misiles enfilados hacia la guarida del Comité Central.
Por lo antes expuesto, se hace necesario presionar, exigir, demandar espacios y libertades en el sector privado del país, y no dejarse robar la iniciativa ni permitir que se imponga desde el poder; causa, a través de seis décadas, de acosos, persecución, multas, cierre de negocios, decomiso de bienes, y prisión, lo único para lo que ha demostrado tener voluntad esta mal llamada revolución. | vicdomínguezgarcía55@gmail.com