La situación del transporte en la capital, tradicionalmente complicada, se ha vuelto caótica por las restricciones de gasolina, entre otras.
Marelo Hernández, La Habana – El ministerio de transporte (Mitrans) ha emitido una nueva disposición que obliga a los bicitaxistas habaneros a tener una identificación visible donde se especifica el municipio donde pueden operar.
La pegatina, lleva el número de licencia del conductor y el nombre del municipio. Según explicó a 14ymedio una funcionaria llamada Tamara, del cuerpo de inspectores del Mitrans del municipio Centro Habana «si usted no vive en este municipio no puede poner en su vehículo la pegatina que lo acredita para operar en el mismo».
La oficina se ubica en un semiderruido inmueble en la calle Zanja con una fachada mal pintada donde crece un árbol fruto de una semilla que germinó en una grieta.
Enfundada en su uniforme azul de inspectora del Mitrans, Tamara, apenas levanta la vista de los papeles que tiene frente a su mesa para aclarar que si no tiene la licencia ni venga. «Además tiene que traer el acrílico».
La situación del transporte en la capital, tradicionalmente complicada, se ha vuelto caótica en los últimos tiempos debido a restricciones de combustible y a otras medidas burocráticas que han afectado a los taxistas privados. La modalidad de bicitaxi resulta poco rentable, pues los conductores suelen cobrar 1 CUC para tramos relativamente cortos, pero a diferencia de los llamados almendrones no tienen ruta fija y llevan al cliente «hasta la puerta de su casa». La mayoría de ellos son jóvenes sin profesión definida que trabajan para un patrón invisible que es dueño del equipamiento, y a quienes tienen que abonar diariamente más de la mitad de lo que recaudan.
En un recorrido por las habituales piqueras donde los bicitaxistas suelen encontrar a sus clientes sólo unos cuántos chóferes portan la identificación. Muy cerca del barrio chino un joven de apenas 20 años, que se identifica como Yuslo, da la impresión de no sentirse amenazado por la nueva medida. «Yo soy un palestino de Mayarí Arriba, estoy alquilado en un cuarto en el Cerro y me muevo por la Habana Vieja. Ni tengo dirección de la capital en mi carné de identidad ni licencia. Soy un pirata que lucha para sobrevivir. Si la cosa se pone fea me hago una pegatina a mi manera y la pongo delante del timón», explica con resolución.
Un poco más mesurado y optimista es Alberto Ramírez, un que a pesar de estar en la cuarentena todavía tiene energías para vivir de su esfuerzo físico. «Estamos acostumbrados a que de vez en cuando inventen algo de este tipo. A los pocos días pasa la fiebre y ya nadie se acuerda de nada. Yo tengo mi pegatina para trabajar en La Habana Vieja porque vivo legalmente allí desde hace más de 20 años en un albergue del Estado, pero si un cliente me pide que lo lleve a Coppelia, le cobro lo que vale la carrera y lo llevo.»
Mientras Alberto conversa, un colega de la piquera no cesa de hacer gestos de inconformidad. Finalmente interviene para decir. «Ellos son los que mandan y hacen lo que les da la gana. No hay que ser ingeniero para darse cuenta de que esa medida es una barbaridad. Está bien tener un control, pero si a nadie le importa donde vive un ministro o un jefe de algo para que trabaje aquí o allá,¿por qué se tienen que meter donde viven los infelices que vivimos de nuestro trabajo? Eso no hay quien lo entienda», protesta el bicitaxista.
Sin dar tiempo a otra pregunta se monta en su bicitaxi y con el peor humor posible concluye la conversación. «Me voy para mi casa. Se me quitaron las ganas de trabajar».