martes , 16 abril 2024

Los médicos cubanos sobreviven con los regalos de los pacientes

Algunas voces oficiales han recurrido a los tradicionales eufemismos llamando a «elevar la ética» en el trato con los pacientes

Marcelo Hernández, La Habana | Herminia hace un riguroso inventario de todo lo que debe llevar al hospital: una almohada, un ventilador, un cubo para descargar la taza del baño y algunas jeringuillas desechables que ha comprado en el mercado negro. Su nieto de 27 años está hospitalizado con dengue y la familia se prepara para las penurias del sistema de Salud Pública en Cuba.

En la bolsa, junto a las torundas de algodón y el termómetro, Herminia lleva un regalo para el médico y las enfermeras que atienden al joven. «Nadie nos ha pedido nada directamente pero está claro que las condiciones en que trabajan son muy malas, así que tratamos de ayudarlos». El obsequio incluye jabón, varios bolígrafos y un perfume de mujer.

Aunque en 2014 el Gobierno aprobó un aumento salarial para los más de 440.000 trabajadores del sector de la Salud Pública, el sueldo mensual sigue sin superar el equivalente a 70 dólares, una cifra que resulta casi simbólica en un país donde un litro de aceite de girasol alcanza los 2 dólares y un kilo de pollo ronda los 1,90.

Los cubanos se han acostumbrado desde hace décadas a sobornar a los galenos con dinero o regalos para lograr un trato de favor, una práctica que el oficialismo prohíbe pero que ha llegado a todos los niveles de atención y a todas las especialidades.

En los últimos meses algunas voces oficiales han recurrido a los tradicionales eufemismos llamando a «elevar la ética» en el trato con los pacientes y a «eliminar ciertas distorsiones» en la Salud Pública, pero los galenos no parecen dispuestos a renunciar al complemento que representan los regalos, donaciones y ayudas que reciben de los enfermos y sus familiares.

«No es que tengan que darme algo para recibir una buena atención, pero todo el que llega a esta consulta sabe que tengo que hacer maromas para poder alimentar a mi familia con este salario», se justifica Sandra, una joven graduada en Medicina General Integral que atiende pacientes en un hospital de la barriada del Cerro.

«Ayer pude merendar porque la madre de un joven que atendí me regaló un pan con bistec y un refresco», cuenta Sandra. «En mi casa tengo medio saco de arroz que me trajo un paciente agradecido al que una vez ayudé a salir de una crisis alérgica y el único ventilador de este local me lo arregló el esposo de otra paciente», cuenta.

El salario de Sandra, un poco más de 50 dólares mensuales, le alcanza para sufragar los gastos de electricidad y gas, comprar los pocos productos que todavía ofrece el mercado racionado y «pasar dos veces por una tienda en divisas para llevar comida a casa», reflexiona. «Basta que compre unas libras de carne de cerdo, algo de salsa de tomate y un poco de pan y se acabó».

Con una extensa red de hospitales, policlínicos y consultorios del médico de la familia, el sector de la Salud, que fue una de las joyas de la corona del sistema, ha sido particularmente afectado por la pérdida del subsidio soviético que había permitido a la Isla alcanzar indicadores de salud de un país del primer mundo.

«Empezamos a tener problemas con todo, desde los equipos que se rompían y no había piezas de repuestos hasta los medicamentos, pasando por los recursos que reciben los trabajadores como ropa o calzado», recuerda ahora Jorge Echavarría, un urólogo retirado al que le tocó trabajar en los difíciles años 90 en la Isla. «Nunca se recuperaron los niveles previos al Período Especial», opina.

Baños sin agua, paredes despintadas, el aire acondicionado que no funciona y una comida pésima fue lo que encontró Herminia al llegar a la sala del Hospital Clínico Quirúrgico General Freyre de Andrade, en La Habana, donde está ingresado su nieto. El centro hospitalario todavía está a medio terminar después de una larga reparación y los pacientes alternan entre andamios y obreros que rematan algunos lugares.

«Hemos tenido que traer hasta el tomacorriente para colocarlo en la pared y poder conectar el ventilador porque solo había un hueco con dos cables», lamenta Herminia. Una vecina les ha prestado un pequeño televisor portátil y toda la ropa de cama también la han traído desde la casa. Un mosquitero, también llevado por la familia, cubre la cama del enfermo.

A pocos metros, otro paciente come directamente de un envase plástico que le ha traído su hija. Al lado de la cama, sin probar, está la bandeja con una sopa aguada, un poco de arroz y un revoltillo de tono verdoso que le entregaron en el hospital. «El que no tiene parientes que le traigan comida tiene que comerse eso», señala, porque aquí «tenemos que mudar la casa para el hospital».

Como consecuencia de la precaria situación económica que atraviesan los galenos en los centros de salud, muchos de ellos anehlan formar parte de las misiones médicas en otros países. Aunque una vez en el extranjero solo reciben entre un 10% y un 25% del total del salario que los Gobiernos locales pagan al Ministerio de Salud, esta cantidad es mucho mayor que la que perciben en la Isla.

La presencia médica cubana llega a 64 países y se calcula que más de 30.000 profesionales de la salud están trabajando actualmente en «la cooperación médica internacional». La esperanza de la mayoría es poder traer recursos a la Isla para que su familia viva mejor o terminar emigrando durante uno de esos viajes.

«Mi sueño es que me manden a una misión», asegura Sandra, la joven recién graduada. «Esa es la única posibilidad que tengo de salir de este hueco y reunir algo de dinero para arreglar mi casa». Mientras llega ese día, la doctora espera «poder seguir sobreviviendo gracias a los pacientes agradecidos», esos que nunca llegan con las manos vacías.