Casi cuatro años después de que se inaugurara el proyecto insignia del gobierno castrense, residentes y trabajadores se sienten defraudados
FRANK CORREA | La Habana – La Zona Especial de Desarrollo Mariel es el proyecto económico estrella del Gobierno y una de sus principales «carnadas» para intentar atraer inversión extranjera. Sin embargo, casi cuatro años después de que se inauguraran las primeras instalaciones, muchos empleados se quejan de la falta de derechos, el trabajo «en negro» y las malas condiciones, mientras los vecinos dicen que la obra no ha cambiado la precariedad en la que viven.
Un expolicía que hasta hace poco se ganaba la vida como bicitaxista en el pueblo de Santa Fe, entregó el vehículo a su dueño para convertirse en estibador irregular en la terminal de contenedores.
«Muchos orientales que vinimos como policías nos decepcionamos del trabajo y buscamos otros caminos», cuenta el hombre, que por temor a represalias pide el anonimato. «Fui bicitaxista durante cuatro años; ahora un amigo que es trabajador emplantillado de una brigada de estibadores me habló de esa ‘pincha’, porque había retraso en la carga y descarga de mercancías debido a que muchos trabajadores se habían ido».
«Me ofreció trabajar ‘por la izquierda’, es decir, entre los dos hacemos su trabajo y lo sobrecumplimos. Al final de mes me entrega una parte de lo que se gana», asegura.
La terminal de contenedores del Mariel fue inaugurada con áreas o patios de almacenaje sin concluir. Aún existen problemas de iluminación, acabado de ramplas y falta de equipamiento, obstáculos que atentan contra su óptimo funcionamiento.
Aunque no es un contrato oficial, el expolicía lo prefiere, pues dice ganar tres veces más que en el trabajo de bicitaxista.
«En el bicitaxi, además de soltar los riñones bajo el sol, debía cuidarme de los inspectores que nos multaban y en ocasiones nos decomisaban el equipo», compara. «Además, tenía que entregar la mitad de la ganancia al dueño» del vehículo.
Un jefe de brigada de la terminal portuaria, que también solicitó omitir su nombre, considera que la principal razón de que las brigadas de estibadores no estén completas es la prohibición por parte del Estado de la contratación directa con las empresas extranjeras.
«El contrato laboral del trabajador puede efectuarse únicamente con la entidad cubana», dice. «Los proveedores y contratistas ya han firmado previamente los servicios con el Gobierno, algo que no es justo, pues es un doble contrato por una misma actividad. Nadie sabe cuánto debiéramos ganar realmente y no hay a quién reclamarle. No existe un convenio colectivo que ampare al trabajador y el sindicato, la administración y el Partido son una misma cosa», señala.
«Si te despiden, como ha sucedido a algunos estibadores que han intentado una protesta, después no encuentras trabajo ni en los centros espirituales, porque el expediente laboral sale con una mancha del tamaño del puerto», agrega.
«Existen áreas vedadas, en las que solo entra gente de mucha confianza de la administración y nadie sabe qué se guarda allí», apunta el expolicía. «Hay un patio que llaman ‘La Siberia’ y otro ‘La zona roja’, que parecen de película. Pero es mejor no preguntar porque el ‘informante’ está que da al pecho y por congraciarse con los jefes te joden».
Las expectativas creadas entre los habitantes del Mariel antes de la inauguración de la llamada «Zona Especial», iban desde la construcción de grandes avenidas, centros recreativos y hoteles en toda la costa, hasta la mejora de las condiciones de vida de los habitantes de los pueblos aledaños. «Pero allí no se ha hecho absolutamente nada», dice Estela, enfermera de un consultorio del caserío Menelao Mora. «Ni siquiera el transporte ha mejorado».
Otro entrevistado, residente del barrio El Henequén, lo confirma. «Nos hicimos tantas ilusiones… Soñamos con tantas cosas, nos prometieron villas y castillas, y todo quedó en eso: promesas. La zona continúa siendo el mismo desierto que antes. Sí, construyeron la terminal de contenedores, que tampoco es la gran cosa, y ya».
En el barrio conocido como «La boca», por estar situado en la entrada de la bahía del Mariel, los vecinos se manifiestan de manera similar sobre la millonaria inversión.
«Decían que iba a elevar el nivel de vida de la gente», recuerda Claudio, un albañil que entregó cientos de horas de trabajo voluntario para concluir la obra en tiempo. «Se inauguró prácticamente sin concluir, nos dieron una fiesta de despedida y adiós muchachos. Algunos creíamos que íbamos a quedarnos allí, trabajando en mantenimiento o en otros oficios, pero las plantillas ya habían sido seleccionadas de antemano, con gente de fuera. Muy pocos del Mariel fueron elegidos, algunos militantes del Partido, sobre todo ‘chivatones'».
Julio, estibador del Patio 4, vive en el Mariel y cuenta que, por pura necesidad, ha permanecido en el puesto. «Contra viento y marea, a pesar de los desplantes de la administración y el poco favor que nos hace el sindicato».
«Pero he laborado en lugares peores, con mala alimentación y salarios todavía más bajos. Aquí por lo menos estoy cerca de mi casa y creo, en lo más profundo de mi alma, que algún día rectifiquen, nos paguen lo que de verdad debieran pagarnos y mejore nuestra calidad de vida. A veces me agobio y quisiera mandarlos a todos para el quinto infierno, porque al Mariel esta obra no le ha beneficiado en nada. Pero pienso en mi familia, me contengo y me hago el haraquiri».