Muchas acciones organizadas por sindicatos en la república salieron de las casas y calles de este barrio en la Habana Vieja
La Habana, Cuba | Cuba Sindical – Se llama Matías. Tiene sesenta y cinco años, y se sienta a la entrada del edificio de vecindad a ver la gente pasar. Su barba canosa y descuidada no llama la atención. Su hablar es pausado. Masculla las palabras como si no quisiera decirlas. Mira a unos juvenazos desempleados que conversan en la esquina. Con cara de fastidio cambia la vista al pasar una morena carnosa, sensual. Vive en San Isidro, una circunscripción considerada por la policía como marginal.
La comunidad San Isidro, en el lado norte de la bahía de La Habana, se ubica en este dramático 2020 en el mapa político insular, gracias al movimiento artístico-intelectual-político, conocido como Movimiento San Isidro (MSI), una alternativa rebelde a los diferentes problemas que acosan a la ciudadanía trabajadora.
La Asociación Sindical Independiente de Cuba ha dejado claro en sus intervenciones públicas que la actual situación de los trabajadores es insostenible, con salarios sin representación en la economía doméstica, medidas de seguridad para realizar sus labores y bombardeados por discursos donde los invitan a aumentar los horarios de trabajo y aumentar la eficiencia. El sindicalismo oficial controlado por Ulises Guilarte hace mutis ante la situación de sus afiliados. Trata de mantener su burocracia a como dé lugar, en medio de la inestabilidad social provocada por la crisis económica.
San Isidro tiene una amplia presencia en la historia del movimiento obrero cubano desde finales del siglo XIX, cuando los criollos prósperos se mudaron al este de la ciudad, y este barrio colindante con muelles y almacenes se convirtió en zona de vivienda para trabajadores. Muchas acciones organizadas por sindicatos en la república salieron de sus casas y calles, y el sindicato de trabajadores del puerto, compuesto por estibadores, ayudantes y jornaleros, juntos a los trabajadores del ferrocarril, tuvo en el lugar sus primeras oficinas.
Matías es pensionado. Trabajó en el puerto como estibador, y cuando cerró hace veinte años se recicló como guardia de seguridad. Su pensión no sobrepasa los 25 dólares mensuales, que se va casi siempre en comprar medicina para sus dolencias. La alimentación es magra y la amortiza con uno de esos “comedores para viejos”, como le llama, y a donde va en las mañanas con su cantina. Sus hijos tratan de ayudarlo, y lo hacen, pero se rebela argumentando que un hombre que trabajó cuarenta y siete años no tiene por qué vivir de los demás.
El Movimiento San Isidro nació hace unos tres años aproximadamente, conformado por un grupo de artistas y curadores, insatisfechos y deseosos de escandalizar a la rural y mojigata sociedad insular. Usando el performance como política, fue creciendo en impacto mediático con el uso de las nuevas tecnologías y la incorporación de músicos, intelectuales y científicos de diferentes áreas, nada extraordinario si pensamos en Picasso, dadaístas o la contracultura hippie. El problema es que se enfrentaban a una dictadura; su primera ofrenda a la historia nacional, el Museo de la Disidencia, los puso en el foco de la policía de Seguridad del Estado.
Vinieron acciones plásticas y performance en áreas publicas, como el de los jardines del Capitolio Nacional o el de la céntrica esquina del Vedado de 23 y L, que terminaron con intervención policial. A lo anterior se sumaron las declaraciones políticas del líder del proyecto y sus colegas, quienes desataron una amplia campaña de concientización sobre las recientes leyes contra la libertad de prensa y expresión (las controvertidas 349 y 370), que lo convirtieron en un foco incómodo para el gobierno.
El posicionamiento en los medios de comunicación del MSI aumentó cuando fue detenido y procesado de manera sumaria uno de sus integrantes, el rapero Denis Solís. Miembros del proyecto cultural decidieron plantarse en huelga de hambre, mientras los demás lo acompañaban en sus demandas. El asunto subió de tono cuando el local fue asaltado por la policía disfrazada de personal de salud y, a diferencia de lo que imaginaban los estrategas del gobierno, al otro día cientos de jóvenes se plantaron ante el Ministerio de Cultura para pedir explicaciones al ministro en persona.
A posteriori las autoridades se negaron a mantener el diálogo y trajeron mercenarios para aparentar, además de sembrar una dura campaña de desprestigio y asesinato de la moral de los integrantes del movimiento.
La ola de molestia por el manejo de la crisis, además de la severa depresión económica y la existencia de los mercados donde solamente se puede comprar en dólares, al que tiene acceso sólo el 30 porciento de la población, sirve de detonante para otras muchas acciones a nivel social.
A Matías no le interesa la política. “Allá ellos, que son blancos y se entienden”, decía su padre, un estibador que perdió un brazo en la explosión del buque Le Coubre cuando él era niño. El padre, siempre se negó a ser utilizado por el gobierno como ejemplo de víctima del terrorismo de los opositores. Allá ellos, que son blancos y se entienden, repetía. En estos días rompió su paradigma. Cree que el MSI puede ser una de las formas de cambiar sus cosas. | julioaleaga@gmail.com