La Habana | Iván García – Antes que el huracán Irma, con sus vientos, lluvias y penetraciones del mar, irrumpieran en el negocio gastronómico de Roberto, en calle Primera entre C y D , Vedado, a tiro de piedra del mar, sus trabajadores trasladaron hacia lugares seguros los muebles del salón y el equipamiento de la cocina de uno de los locales de comida ligera más afamados de La Habana.
Después de proteger los ventanales de cristales con planchas de madera solo quedaba rezar y esperar que el poderoso meteoro hiciera el menor estrago posible. Pero no sucedió. En la noche del 9 de septiembre, los huracanados vientos rugían como una fiera y las olas de ocho metros saltaron el muro del malecón y se desplazaron 600 metros calle adentro.
Uno de los custodios de la Defensa Civil, uniformado de verde olivo, capa amarilla y botas de goma, encargado de proteger los inmuebles de la zona, recuerda que cuando el primer golpe de agua sobrepasó el muro, con una fuerza brutal estalló contra la cristalería del complejo de tiendas Galerías Paseo, la gasolinera que le antecede y La Chuchería, el negocio de Roberto, una cafetería, sport-bar y pizzería.
“Aquello fue de película. En cinco horas el mar se tragó miles de dólares de los negocios particulares y del Estado. Pensé que se acababa el mundo. Mi primera reacción fue huir a un lugar más seguro. Cuando regresé, los ladrones estaban saqueando la tienda, el garaje y la cafetería”, cuenta el custodio
Roberto, el dueño de La Chuchería, no pudo ser entrevistado, pero uno de sus subalternos informó que las pérdidas fueron cuantiosas. “Imagínate, solo en cristalería y decoración habrá que invertir entre 4 mil y 5 mil dólares. Un metro de cristal cuesta 50 cuc. Al no tener licencia para importar, la reparación se encarece aún más. En estos momentos, los carpinteros que elaboran el aluminio están cobrando entre 90 y 100 pesos cuc el metro cuadrado. Y en la carpintería de madera habrá que desembolsar dos o tres mil cuc”, detalla el empleado.
Cuando se le pregunta si existen mecanismos financieros dentro de Cuba o alguna empresa aseguradora que cubra los daños, el hombre abre los ojos, mueve la cabeza de un lado a otro como si estuviera hablando con un escandinavo despistado que recién aterriza en La Habana y responde:
“No socio, no existe. En Cuba el trato de los privados con el gobierno y laONAT (Oficina Nacional de la Administración Tributaria) es simple: pagamos impuestos altísimos y compramos los insumos en el mercado minorista, pero a cambio no tenemos ninguna protección. Esto es al duro y sin guante. Que yo sepa, no existe ninguna empresa de seguros que cubra daños por desastres naturales”.
Pero en el país sí existe una empresa estatal de seguros. O al menos así se anuncia. Se llama Empresa de Seguros Nacionales, ESEN son sus siglas y según su página web, cubre desde empresas estatales, cooperativas agrícolas hasta autos y viviendas de personas jurídicas. Pero financieramente no protege a los negocios particulares, considerados una especie de parias o presuntos delincuentes por un régimen cuya ideología marxista es la antítesis de la economía de mercado y los emprendimientos privados.
La ESEN es un auténtico fantasma. De los siete dueños de negocios y diez propietarios de viviendas consultados por Martí Noticias, solo dos personas habían oído hablar de esa empresa de seguros.
La última noticia que se localiza en internet sobre la ESEN es del 13 de enero de 2017, cuando el oficialista diario digitalCubadebate, reseñaba que la empresa de seguros nacionales (ESEN) había desembolsado 17,6 millones de pesos, alrededor de 750 mil dólares, para indemnizar a 24 unidades básicas de producción (UBPC) y similar número de cooperativas de producción agropecuaria (CPA) de Guantánamo, afectadas por el huracán Matthew.
El seguro, tras el paso de Matthew por la provincia guantanamera en octubre de 2016, también cubría una decena de empresas y granjas estatales, 340 productores individuales y alrededor de dos mil personas entre campesinos, cooperativistas y trabajadores asociados. Ni un peso para los negocios privados. La nota de Cubadebate se lamentaba que de 42 mil viviendas afectadas en Maisí, Yateras y Baracoa, solo nueve contaban con pólizas de seguro.
Saquemos cuentas. 17,6 millones de pesos divididos entre dos mil personas, 340 cooperativistas, campesinos y trabajadores asociados y la suma de 24 UBPC y 24 CPA, nos da 7,118 pesos con algunos centavos, en caso que se repartiera el dinero a partes iguales. Esa cantidad de dinero equivale a 300 dólares por cada cooperativa, persona o empresa estatal. Para comprar comida destinada a una familia y pintar la casa no está mal.
¿Pero se puede recuperar financieramente una empresa o cooperativa con ese dinero?
“Desde luego que no, responde Julián, economista con tres décadas de experiencia. Ése el gran problema financiero de Cuba. Debido a la inflación y alto costo de la vida, tenemos precios del primer mundo, al estilo de Nueva York, pero con salarios de Haití, y la doble moneda provoca tres o cuatro depreciaciones monetarias diferentes en el ámbito empresarial. Se han distorsionado las finanzas y las economías locales. Es una locura que impide evaluar razonablemente los costos y beneficios. Con ese desbarajuste monetario, ninguna empresa de seguros es fiable ni cubre los daños reales que sufren las empresas estatales o negocios privados”, afirma y puntualiza:
“En cualquier cooperativa mediana, los daños de un huracán se deben evaluar en pesos cubanos y en pesos convertibles, pues tienen insumos adquiridos en divisas. Cuando usted unifica las dos monedas, la suma puede rondar los 300 mil pesos, y estoy siendo conservador. Si una empresa de seguros te ofrece el equivalente a 300 dólares, solo te alcanza para comprar tejas para el techo”.
Eduardo, ex banquero jubilado, explica que en “la Cuba de Fidel Castro no hay cultura de seguros. Todo eso se perdió cuando se nacionalizaron los bancos, compañías, fábricas y cerraron las empresas privadas. Ahora nadie paga una póliza de seguro a la ESEN, simplemente porque es un chiste. Si usted pierde una casa, que a precio del Estado vale 5 mil pesos, pero en el mercado real su valor puede ascender a 30 mil dólares, con 10 o 15 mil pesos no puedes reparar los daños sufridos. Mientras exista ese sistema y esas distorsiones financieras, ninguna empresa de seguros va a funcionar”.
A pesar que el 85% de los cubanos son propietarios de sus viviendas, no llega al uno por ciento los que poseen pólizas de seguro. Para los negocios privados la inseguridad financiera es aún mayor.
“Los créditos bancarios, sin pedir garantías, ascienden a 10 mil pesos (400 dólares) que para un negocio gastronómico o de hospedaje de poco sirve. El porcentaje de cuentapropistas que pide crédito al banco es mínimo. El dinero llega de Miami, Madrid o cualquier otro país donde residen cubanos. Se ahorra haciendo ‘bisnes’ por la izquierda. La gente que tiene negocios privados no confían en los mecanismos de los bancos estatales, prefieren guardar el dinero debajo del colchón”, acota Osvaldo, dueño de un hostal de diez habitaciones en la parte vieja de la ciudad.
La noche después que el huracán azotó La Habana, Jorge, dueño de una paladar en la barriada de La Víbora, a pesar de no tener luz eléctrica, asó toda la carne de cerdo y pollo que tenía guardada en dos neveras y comenzó a venderla en un kiosco improvisado que armó en el portal de la paladar.
“Vendí pan con carne de puerco asada a 15 pesos y postas de pollo con arroz congrí y papas fritas a 25. Todo lo que tenía almacenado lo vendí en dos días. Aproveché que teníamos gas de la calle y antes que se me echara a perder la comida, decidí vender a precios más bajos y amortigué un poco las pérdidas”, comenta Jorge, a quien Irma le destrozó el ventanal, le derribó dos tanques de agua en la azotea y en la madrugada del 10 de septiembre los ladrones le robaron un televisor de pantalla plana.
A otros dueños de negocios gastronómicos habaneros, que estuvieron cinco días sin luz, gas ni agua, se les echaron a perder grandes volúmenes de alimentos.
Elsa, propietaria de un puesto de ventas de hamburguesas y batidos de frutas en El Vedado, con el esfuerzo de su esposo y sus dos hijos, comenzó de inmediato a reparar su negocio, abierto gracias al dinero que le prestó su suegro, residente en La Florida. “Todavía no he terminado de pagar el préstamo y ahora tengo que comenzar de cero. Pero prefiero cerrar el negocio que pedirle un crédito al Estado”.
Los pequeños negocios privados fueron permitidos a regañadientes por Fidel Castro, quien siempre los vio como enemigos de su revolución. Si siguen funcionando es porque han servido de válvula de escape al amplio número de ciudadanos que no tenían empleo. Y también, porque mediante el cobro de elevados impuestos, a las arcas estatales le proporciona liquidez suficiente para pagar las cuentas internas corrientes.
Pero cuando un particular sufre robos o daños por desastres naturales, se tiene que apañar como pueda. A los que se ganan la vida al margen del Estado, la autocracia cubana no los considera ‘compañeros de viaje’.