domingo , 22 diciembre 2024
Una barricada improvisada en Alepo (Karam Al-Masri / AFP)

Ser periodista en Alepo, con el miedo en el cuerpo y el estómago vacío

SYR ALEPO| septiembre 26 (www.lainformacion.com) – Karam Al-Masri, corresponsal de AFP en la parte rebelde de Alepo, ha vivido en los últimos cinco años una desgracia detrás de otra: la cárcel del régimen y la del grupo EI, la muerte de sus padres en un ataque aéreo, el asedio de su ciudad, el infierno de las bombas y ahora también el hambre.

Pese a esta serie de adversidades, el periodista, fotógrafo y videasta sigue contando el día a día de esta ciudad devastada por una guerra sin piedad. Este es su testimonio:

«Cuando estalló la revuelta en 2011, yo tenía casi 20 años. Dos o tres meses más tarde, fui arrestado por el régimen, por el servicio de inteligencia política. Estuve todo un mes en la cárcel, incluyendo una semana en aislamiento total en una celda de un metro cuadrado. Fue horrible pero me liberaron durante una amnistía en 2011. Al principio de la revuelta, había manifestaciones pacíficas. Ningún bombardeo. Sólo el miedo a ser detenido y a los francotiradores en la calle.

Al año siguiente, en julio de 2012, Alepo quedó dividida en dos: el sector este, en manos de los rebeldes, y el sector oeste, controlado por el régimen. En noviembre de 2013, con 22 años, fui secuestrado por Dáesh (acrónimo árabe para el grupo yihadista Estado Islámico, EI). Estaba en una ambulancia con mis amigos, un socorrista y un fotógrafo. Los tres fuimos conducidos a un lugar desconocido. Era peor que en las cárceles del régimen. Fue muy, muy duro.

El fotógrafo y yo salimos seis meses más tarde, gracias a una ‘amnistía’, pero nuestro compañero, el rescatista, tuvo menos suerte. Fue decapitado tras 55 días de detención. Lo filmaron y nos mostraron el video: ‘Mirad a vuestro amigo, es lo que pronto os pasará a vosotros’. Consiguieron aterrorizarnos realmente. Estuve muy angustiado durante todo mi arresto, pensando ‘mañana me tocará a mí, pasado mañana me tocará a mí’.

Me acuerdo todavía de cada detalle. Los 165 días que estuve en la cárcel de Dáesh están grabados en mi memoria. Durante los primeros 45 días, nos daban comida cada tres días. Cada comida consistía en media porción de pan árabe, tres aceitunas o un huevo. No recuerdo haber visto a un solo shabbih (miliciano del régimen). Los que estaban conmigo eran rebeldes, militantes, periodistas.

Fui torturado en las dos cárceles. Fue peor con el régimen porque querían que confesara para quién trabajaba. Con Dáesh, la acusación estaba establecida desde el principio: tenía una cámara y era por tanto un ‘infiel’ para ellos, así que no necesitaban interrogarme.

 

Perdí a mi familia a principios de 2014, cuando todavía era prisionero de Dáesh. Lanzaron un barril de explosivos contra nuestro edificio, que se derrumbó. Todos los vecinos murieron, también mis padres. Sólo lo supe cuando salí de la cárcel. Mis amigos intentaron disuadirme de ir a mi casa y luego me explicaron lo ocurrido. Durante un mes me sentí completamente desesperado. No sólo no supe nada sobre mis padres durante el tiempo que pasé en la cárcel sino que cuando salí, ya no estaban. Estuvieron esperando tener noticias mías y al final, no pudieron alegrarse de mi liberación.

En 2016, la ciudad fue sitiada, tenía 25 años. Para mí, fue bastante menos doloroso que la cárcel o la pérdida de mis padres.

Antes de la revuelta, mi vida era muy simple. Estudiaba Derecho en la Universidad de Alepo. Soy hijo único. Lo perdí todo, mi familia, mi universidad. Lo que echo más en falta es mi familia, mi padre, mi madre. Sobre todo ella. Me acuerdo de ella todos los días, la veo en mis sueños. Hasta el día de hoy, sufro por haberla perdido. Vivo solo, no tengo a nadie. He perdido a la mayoría de mis amigos, que están muertos o en el exilio.

Mi existencia desde el inicio de los bombardeos de Alepo se resume a tratar de seguir vivo. Es como si estuviera en una jungla en la que tengo que sobrevivir hasta al día siguiente. Huir de los bombardeos, de los barriles. Cuando los aviones se acercan, intento refugiarme en otro edificio. Cuando hay disparos de artillería, bajo a los pisos inferiores. Es una huida constante.

Antes del asedio, para alimentarme, iba a los sitios de comida rápida. Ahora, todo está cerrado. No sé cocinar. Hay días en que como una vez, otros nada. Recorro el este de Alepo, barrio por barrio, y sólo encuentro una lata de conservas. Antes del bloqueo, estaba todo el día fuera buscando temas para grabar. Con el asedio, tengo mucha hambre. Esto me debilita y me quedo más tiempo en casa.

La idea de convertirme en videasta surgió en 2012. Durante las manifestaciones, filmaba con mi teléfono móvil y lo difundía en internet con el objetivo de mostrar que se trataba realmente de una revuelta, que no eran, como pretendía el régimen, solo una decena de personas y ‘terroristas’. Había gente que no quería más este régimen, quería libertad, democracia, justicia. En 2013, empecé a trabajar como videoperiodista independiente para la AFP y, de forma progresiva, mi nivel fue mejorando. Me fijaba en los reportajes de las cadenas extranjeras, en la manera cómo estaban filmados, en sus ángulos, e intentaba hacer lo mismo.

Nunca pensé que me convertiría en reportero pero, con el tiempo, me gustó esta profesión. Siento un profundo respeto por el periodismo y soy honesto ejerciéndolo. Aunque sea simpatizante de la oposición y viva en una zona de la oposición, e incluso si he participado en manifestaciones contra el régimen, cuando grabo evito ser subjetivo y tomar partido por la oposición. Si ésta comete un error, lo digo.

Creo que este trabajo es sagrado. Soy muy prudente: si hay una duda o algo no parece real, no lo filmo.

Trabajar con periodistas que viven en el extranjero o fuera de la zona sitiada es como mi ventana para hacer llegar el mensaje al mundo exterior.

Las masacres y los bombardeos se han convertido en algo habitual, así como las imágenes de niños entre los escombros, los heridos y los cuerpos despedazados. Me he acostumbrado, ya no es como antes. A finales de 2012, en la primera matanza, cuando vi a un hombre con la pierna arrancada, me sentí mal y me desmayé al ver la sangre. Era la primera vez. Ahora es algo habitual para mí.

Pero lo más duro es volver a ver la casa de mi familia. Hasta ahora no he tenido la fuerza para ir. Desde 2014, es la única zona de Alepo que prefiero evitar, no podría soportarlo».