Los sindicatos oficialistas cubanos, agrupados en la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), se ubican en la primera fila cuando se trata de defender las peores causas.
Así los vemos encabezando las famosas Comisiones de Candidatura, esas instancias antidemocráticas que, desde el nivel municipal hasta el nacional, se encargan de escoger a los candidatos a delegados provinciales y a los diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular. Y, por supuesto, la selección siempre recae en personas de probada fidelidad al Gobierno.
Ahora a los sindicatos oficialistas se les dio la orientación de ofrecer el edificio que ocupa la CTC para que se reunieran allí las personas que representarán al castrismo en el Foro de la sociedad civil, que sesionará paralelo a la VIII Cumbre de las Américas en Lima, Perú.
Se trata de representantes de diversas organizaciones apéndices del Partido Comunista de Cuba, las cuales tendrán la misión –como mismo hicieron hace tres años en la Cumbre de Panamá 2015– de presentarse como únicas exponentes de la sociedad civil cubana.
A esa reunión preparatoria que sesionó en el teatro de la CTC asistieron, entre otros, los ex espías Fernando González y Ramón Labañino, y en su declaración final se acordó “rechazar inequívocamente la presencia en Lima, en el marco del proceso preparatorio del Foro de la sociedad civil de la VIII Cumbre de las Américas, de ciudadanos de origen cubano y organizaciones mercenarias al servicio de gobiernos e instituciones extranjeras, que no cuentan con reconocimiento y legitimidad alguna, que persiguen revertir el orden interno, el bienestar social, y el sistema político que hemos elegido los cubanos de manera soberana y democrática” (periódico Granma, edición del jueves 22 de marzo).
Queda claro que la tarea asignada a la delegación castrista que irá a Lima incluye tratar de impedir que se escuche en la capital peruana la voz de la sociedad civil independiente de la isla, y para ello ya ejecutan la primera parte de la encomienda, que consiste en emplear frases descalificadoras, como las de “mercenarios” o “estar al servicio de gobiernos e instituciones extranjeras”.
En aras de llevar a cabo tan deleznable faena es muy probable que los castristas no vacilen en ejecutar acciones violentas contra los cubanos opositores al gobierno de la isla, tal y como la comunidad internacional pudo presenciar en la Cumbre de Panamá 2015.
Semejante pugilato de las autoridades cubanas por que no salgan a relucir los puntos de vista de nuestra auténtica sociedad civil, no hace más que exaltar el ambiente de intolerancia que se respira en la Isla.
Es completamente falsa la fachada de sociedad inclusiva que el discurso oficialista pretende mostrar. Se dice que el país avanza en la inclusión de los negros y mestizos, de las mujeres, de los creyentes, y de las personas no heterosexuales. Sin embargo, no se menciona que se mantiene en pie, exhibiendo una inamovilidad total, la exclusión político-ideológica que convierte en “despreciables” –y hasta tratan de invisibilizarlos al nunca mencionarlos por sus nombres– a los ciudadanos que no comulgan con el sistema político imperante.
Por tal motivo, no es posible que los cubanos nos resignemos a la idea de que Cuba necesita solamente actualizar su modelo económico, o aspirar a seguir la ruta de naciones como China y Vietnam, lugares que han conocido de reformas económicas –exitosas, por cierto–, pero donde no han tenido lugar cambios políticos significativos.
Debemos exigir cambios políticos que, en primer término, deroguen el derecho que, por decreto, le asisten a un partido o una ideología para prevalecer por encima de las demás. Será el paso inicial para que desaparezcan las intolerancias.