Se impone la urgente liberalización de las fuerzas productivas internas sin que medien absurdos condicionamientos y priorizando la actividad agropecuaria.
La Habana, Cuba | Cuba Sindical Press – La reforma monetaria y cambiaria será una realidad antes de que culmine el año en curso. El presidente designado Miguel Díaz-Canel lo ha dejado entrever en una reciente comparecencia en la televisión.
La eliminación del peso convertible (CUC) es una de las medidas a punto de entrar en vigor y que forma parte de un paquete que incluye la dolarización, por ahora parcial, y la vigencia del peso cubano (CUP) como la única moneda de curso legal.
Todo este accionar describe un movimiento reformista limitado mediante el cual los jerarcas del poder central buscan ponerle fin al interminable ciclo de improductividad e ineficiencia.
El modelo centralizado no resiste más parches y zurcidos de ocasión.
Hay un agotamiento irreversible que obliga a romper algunos esquemas y avanzar, siempre con cautela, hacia un pragmatismo contenido que incluye avances en un proceso de transformaciones, del cual se desconocen todas sus aristas y que traerá, sin lugar a duda, elevados costos sociales.
El recorte de los subsidios a la mayoría de las empresas estales que conforman una parte fundamental de la infraestructura económica del país y que a través de los años ha impedido la bancarrota del sector, no es una mera suposición, se trata de un gesto insoslayable dentro del plan diseñado para sortear los embates de una crisis mundial que impone, en el caso cubano, si no un total abandono, sí una revaluación de los códigos fundamentalistas.
Hay que tener en cuenta que poco más de 3 millones de personas trabajan en entidades del Estado. El resto se gana la vida en operaciones con cierto nivel de autonomía conocidas como “trabajos por cuenta propia”, alrededor de 1, 4 millones según datos oficiales.
O sea que las afectaciones serían considerables. No es posible tener una idea exacta del impacto que generaría un hecho de tal naturaleza. El asunto es que ya se acabaron las oportunidades para decretar un nuevo aplazamiento como ha venido ocurriendo a través de los años.
Si a esto se le une el anunciado aumento de los precios minoristas, el drástico recorte del acceso a los productos subsidiados y la eliminación de la tarjeta de “abastecimiento” –documento de significativa importancia para los sectores sociales más vulnerables, sobre todo las personas de la tercera edad, cuyos pagos por jubilación no les alcanzan para solventar sus necesidades más perentorias– hay que determinarse a enfrentar un escabroso período de necesidades.
Por otro lado, sin apoyos financieros de entidades como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo, ni tampoco de instituciones similares de países solventes, es imposible tener garantías de que el proceso en ciernes no se descarrile.
La excesiva suma de impagos a acreedores foráneos y el recrudecimiento del embargo estadounidense impiden el acceso a préstamos frescos, realidad que invita a pensar en la posibilidad de una implosión a corto plazo sino se revisan a profundidad el conjunto de políticas que han acompañado al castrismo, en sus más seis décadas de existencia.
Se impone la urgente liberalización de las fuerzas productivas internas sin que medien absurdos condicionamientos y priorizando la actividad agropecuaria.
Si algo debe quedar claro en medio de tanta incertidumbre, es que, sin una plena recomposición de las relaciones con los Estados Unidos el margen de éxito de un proceso que apenas comienza sería mínimo.
Se precisa la búsqueda de un reencuentro con el sentido común. ¿Qué sentido tiene la conservación de un diferendo, alimentado por retóricas insulsas y los artificios de un nacionalismo pueril?
En este desgastante duelo, los cubanos somos los protagonistas de una devastadora derrota.
Las ruinas se levantan frente a las consignas patrióticas alegremente enarboladas como señales de un triunfo imposible. El socialismo se inventó una grandeza que se disuelve en la superficie de una trágica cotidianidad, creada y estimulada por el mediocre y delincuencial desempeño de la élite política nacional.
Veremos cuál será el resultado final de los cambios. No faltarán los sobresaltos y las agonías durante su implementación.
Son perfectamente audibles los truenos de la próxima tormenta.