La Habana, Cuba | Cuba Sindical Press – El coronavirus ha sido el detonante de una crisis socioeconómica que se mantenía más o menos oculta tras la matriz triunfalista de los despachos noticiosos autorizados por los ideólogos del partido y el acceso de la gente, siempre limitado, a fuentes de aprovisionamiento de productos básicos.
Las historias que se muestran en las redes sociales sobre los dramas de una cotidianidad cada vez más aplastante, en términos de escaseces y desesperanzas, indican la quiebra definitiva del sistema de rancia estirpe estalinista.
La descapitalización, el reforzamiento del embargo, la inercia de los mandamases y sus servidores, frente a un escenario que se complica a un ritmo vertiginoso, con la industria turística paralizada, el progresivo e indetenible decrecimiento de las remesas familiares a causa de las afectaciones de la COVID-19 a nivel internacional y los crónicos problemas de improductividad e ineficiencia de la economía interna, son parte de los problemas sin solución a corto y mediano plazo.
El impacto negativo en la vida de la mayoría de la población solo puede ser atenuado con medidas aperturistas graduales y lo suficientemente articuladas para evitar las conocidas pausas y empantanamientos.
Téngase en cuenta el tímido proceso reformista de los 90 y el comenzado en el 2007, ambos lastrados por los nocivos efectos de la burocracia y la ideologización a ultranza.
El asunto es que persisten las mismas dificultades creadas por esa mentalidad que criminaliza el pragmatismo aplicado en este caso a la economía, lo cual derivaría en la legitimidad de los diversos modos de producción.
Desafortunadamente, no hay voluntad política para romper esas cadenas que nos arrastran a un final con hambruna y brotes de violencia extrema que podrían generalizarse.
La reciente invitación en el periódico Tribuna de La Habana a consumir las cáscaras de los plátanos nos remite a los duros años del llamado “Período especial en tiempos de paz”, cuando comer una vez al día y bañarse eran retos inalcanzables para miles de familias en todo el país.
Muchas gentes calmaron el hambre con gatos domésticos, corteza de toronja hervida o frita si se conseguía una cucharada de aceite, picadillo de cáscaras de plátanos, entre un variado menú sin nada que ver con los hábitos culinarios autóctonos.
El baño era con hojas y ramas de los árboles –cuando había agua– y los cortes del fluido eléctrico podían prolongarse hasta por 24 horas.
En aquella ocasión, el motivo de la debacle fue la desarticulación del bloque de países europeos bajo la órbita del Kremlin y la posterior caída del poder comunista en esta nación euroasiática. Todo comenzó con la caída del Muro de Berlín en 1989. Dos años más tarde, en 1991, se desmoronó la URSS.
Ahora las razones de la crisis descansan en el agotamiento del modelo económico centralizado, la disminución en las entregas de petróleo a precios preferenciales desde Venezuela, mayor hostilidad de la administración Trump y los efectos de la pandemia.
La denominada quiebra técnica, formulada por algunas fuentes internacionales versadas en cuestiones económicas, no es un eufemismo y mucho menos una hipérbole de la realidad cubana.
Basta un repaso sobre lo que acontece en la vida diaria para darse cuenta de que nos adentramos en una espiral de penurias mucho más intensa.
Las carencias de productos de primera necesidad aumentan, los precios minoristas se disparan y el dólar estadounidense es prácticamente la moneda que permite un alivio existencial –mientras los trabajadores reciben salarios en desvalorizados en pesos. Por otro lado, el ministro de la Industria Alimentaria, Manuel Santiago Sobrino Martínez, promociona la venta de alimentos elaborados con tripas de cerdos y vacas, como solución al crítico desabastecimiento en el espacio televisivo Mesa Redonda. Por si fuera poco, el conductor del referido espacio, Randy Alonso, alude a la confección de postres con la sangre de los mencionados animales.
Existen maneras de evitar un mayor deterioro económico, cuyo final es el caos. Urge una reforma integral y el cese del diferendo con los Estados Unidos. Dos factores esenciales para preservar la integridad de Cuba como nación.
La persistencia en las trincheras de los mandamases es una apuesta suicida.
Cuba es un polvorín que puede estallar en cualquier momento.