martes , 23 abril 2024

Tristes Economía y Navidad

Guanabo, Cuba | Cuba Sindical – En Cuba hace más de seis décadas atrás, La alegría por la Navidad iba acompañada del regocijo para los trabajadores y su familia por un poco más de dinero en sus bolsillos, favorecidos por la Ley del Aguinaldo, o Ley Arturito, nombre del congresista Arturo Hernández Tellaheche, su promotor, quien la presentó al Congreso de la República y se puso en vigor desde diciembre de 1950.

La Ley Arturito gratificaba cada diciembre con un mes salarial extra a todos los empleados públicos o de empresas privadas para suplir gastos para disfrutar de las fiestas navideñas.

Una de las leyes más populares que Fidel Castro echó abajo.

Los trabajadores además se beneficiaban con la Ley de la Jornada de Verano (1) durante junio, julio y agosto. Consistía en cobrar 48 horas semanales y no las 44 horas normales de trabajo establecidas.

Ley también echada abajo por Castro.

La contagiosa alegría popular y comercial comenzaba cada diciembre cuando comerciantes engalanaban sus comercios, hoteles y calles con tal pompa que se establecieron premios para los mejores decorados.

Ese espíritu de navidad y año nuevo contagiaba incluso en las viviendas más pobres, legado de la tradición judeocristiana con la Adoración de la Virgen, el Nacimiento de Jesús, las Pascuas, la Nochebuena y Fin de Año, que terminaban el 6 de enero Día de los Reyes Magos con una multitud de niños con sus juguetes, disponibles para todos los bolsillos.

Festividades que por postulados marxistas el régimen eliminó.

El optimismo del año entrante se representaba en los medios por la caricatura del viejito barbudo despidiéndose del niño rebosante de alegría, encarnación del año entrante, símbolo de esperanzas renovadas. Un diciembre, viejito y niño desaparecieron, quizás exiliados.

Cada 24 de diciembre había la infaltable Cena de Nochebuena con su principal personaje y alimento del día: cerdo asado. Más apetitoso si Asado en púa, además de arroz congrí, yuca, ensaladas, vinos, ron y confituras del país e importadas. Reminiscencia del festejo profano-católico colonial. Una reconciliación nacional, cuando la familia cubana se felicitaba y se ayudaba.

Esta Cena hoy es impensable, inalcanzable para las familias más desfavorecidos –no los nuevos ricos– por el costo de carnes y demás, porque todo escasea y por el poco valor del salario frente a precios astronómicos y una desfondada Canasta Familiar, eufemismo para la anciana Libreta de (des)Abastecimiento que poquísimos abastece.

El gobierno de manera surrealista, ignorando leyes económicas históricas y naturales de producción, productividad, mercantil y salarios, implantó desde el pasado primero de enero el (des)Ordenamiento Salarial y de Precios que provocó la mayor inflación de todos los tiempos y trastrocó irreconocible la débil economía nacional y doméstica, rompió cierto equilibrio económico logrado –ahora peor para las clases populares, al borde de la locura.

Parte de la locura colectiva son los mil doscientos migrantes cubanos ilegales devueltos el 25 del noviembre pasado, procedentes de los Estados Unidos, México, Islas Caimán y Bahamas. Algunos huyeron en precarias embarcaciones arriesgando sus vidas en el océano, otros salieron como turistas.

El éxodo indetenible es una dura realidad. Cuba, país de inmigrantes convertido en país de emigrantes, pálido pero significativo reflejo del naufragio de la República y su secuela de relajamiento casi irreconocible de las buenas costumbres, prácticas ciudadanas trastrocadas, pérdidas patrimoniales. Y mucha nostalgia como trasfondo en el alma del cubano.

Cuba está como suspendida de un hilo en el aire y el tiempo, ajena al resto del planeta. Quizá la retrata esta poco descollante anécdota.

Cuando décadas atrás la Embajada de los Estados Unidos en Cuba otorgó las primeras visas familiares, Dora Delgado, profesora y colega de trabajo, fue beneficiada y pudo viajar a Miami y luego regresar a la Isla. Circuito que realizó en varias ocasiones. El ser este un acontecimiento casi inédito en época tan estancada, al regresar, reinstalada en su escuela, la curiosidad atrajo un grupo de profesores alrededor de Dorita, deseosos de conocer por propia voz cómo vive la gente afuera. Preguntas supongo muy parecidas a las que habrían hecho a Marco Polo al regresar de China.

Yo le pregunté cuál había sido la primera impresión al llegar a Miami y cuál impresión al regresar.

—Viajé de noche. La primera sacudida emocional la tuve antes de aterrizar en Miami, en Navidad. Vi un escenario repleto de refulgentes luces por todos partes en edificios, casas, avenidas, calles, toda la ciudad y hasta en pueblos más distantes. ¡Qué resplandor alrededor del aeropuerto y el puerto! Cantidad de yates alumbrados en el mar. Estaba impactada, hipnotizada. Creía que todo era un sueño y temía despertar… Cuba desde el aire, de noche, ¿qué decirte? ¡Qué tristeza! Abajo todo en penumbras, algunas luces dispersas en pueblitos de campo. Ese aeropuerto internacional ¡por Dios! ¡Qué opaco todo! Y para colmo llovía, ¡qué tristeza! La Habana, como cubierta con un manto de tul y más abajo avenidas y calles con bombillos de luces mortecinas, amarillas.

Treinta años después la misma tristeza panorámica.

Las tristes Economía y Navidad van tristemente cogidas de la mano.