miércoles , 25 diciembre 2024

Una jubilación en ciernes y un país a la deriva

La tal jubilación es otra cortina de humo delante de la represión y el hambre que prolifera por la Isla.

La Habana, Cuba | Cuba Sindical – La probable jubilación de Raúl Castro, apunta a ser el asunto más destacado del venidero VIII Congreso del partido comunista a celebrarse entre los días 16 y 19 del mes en curso. Una relevancia que contaría con el irrestricto apoyo de los amanuenses de la prensa oficialista y los invitados al cónclave, prestos a concederle al dictador, atronadores aplausos, lisonjas de todo tipo y también lágrimas con pucheros incluidos.

Tal descripción puede que se quede por debajo de lo que realmente ocurrirá de forma nominal. Pues el presunto retiro, será a medias. Allá quien se crea el cuento de que el dictador esperará a la muerte en pijamas y chancletas, de espaldas a la política y con la atención concentrada en su hijos y nietos.

El poder real se mantendrá en las mismas manos, aunque aparentemente hagan el paripé de que el general cuelgue su uniforme y su voluntad de mando para siempre.

Mientras viva, su sombra estará pesando sobre el futuro de Cuba. No importa el teatro que armen ahora, ni las réplicas que vendrán a tono con su autoexclusión y el nombramiento de un nuevo primer secretario del partido.

Todo es parte de una jugada de engaño. Las cosas dentro de la Isla continuarán igual o peor. A fin de cuentas, se tratará de un cambio superficial. Más bien, de un enroque con vistas a garantizar la continuidad del socialismo en otra de sus estrambóticas versiones, de falsas credenciales humanistas, ilusorios progresos económicos y repartición equitativa de la miseria.

Lamentablemente, el show se dará en medio de una sociedad que se empobrece a un ritmo de vértigo debido a ese inmovilismo que el jubilado en Jefe y sus más fieles seguidores dentro de la cúpula se encargan de reforzar con leyes y decretos a tutiplén.

La situación social en Cuba pasa de deprimente. Cada vez son menos los que pueden escapar de la indigencia, un estigma que habita en la mayoría de los hogares y que cobra una escandalosa connotación en las personas más vulnerables, como son los enfermos, los niños y las personas de la tercera edad.

Los postulados revolucionarios que enaltecían la igualdad y el desarrollo, quedaron atascados en la verborrea de los dirigentes de antaño y los que hoy persisten en describir un país modélico que no existe.

La marginalidad llegó para quedarse, al igual que la desvergüenza de una claque de brujos y mentecatos que se encaramaron en la cima del poder para desde allí decretar el dominio de las ruinas, en el sentido más literal de la expresión.

Ellos, solo ellos, han sido los aniquiladores de la esperanza, los manifiestos responsables de que el país haya tomado las apariencias de un barracón, donde sobreviven los esclavos y retumba el sonido del látigo empuñado por los mayorales de turno.

Más allá del retiro o no, en este caso, de uno de los principales culpables de esta tragedia, nunca está demás exponer el verdadero cariz de una estafa de tan nefastas consecuencias para cuatro generaciones de cubanos.

No les importa dejar un legado lleno de oprobios, pobreza y maldiciones.

Ninguno se va a arrepentir de sus marañas, crímenes y golpes bajos. Son entidades del mismísimo infierno. Gente sin escrúpulo con el alma saturada de penumbras.

La tal jubilación, no implica un retorno a la sensatez. Es otra cortina de humo delante de la represión y el hambre que prolifera por toda la nación.

Quien espere efectos promisorios de tal decisión o no está en sus cabales o es un tonto de capirote. También habría que incluir a los aduladores profesionales y quienes manifiestan un singular desempeño en el arte de la doble moral.