El desastroso estado de la agricultura y la ganadería avanza, sin pausa, ante la pasividad de funcionarios ineptos y corruptos.
La Habana, Cuba | Cuba Sindical Press – El socialismo nunca resplandeció en Cuba. Tuvo algunos destellos, pero alquilados.
Las sombras han sido el denominador común, con ruinas por doquier y montones de promesas que se marchitaron a la espera de una materialización imposible.
Las pocas luces se prendieron con dinero ajeno, proveniente de la otrora Europa comunista y del Kremlin en tiempos de Jrushchov, Andrópov, Chernenko y Brezhnev.
Los otros fulgores llegaron de la mano de Hugo Chávez, cuando ganó las elecciones venezolanas en 1998 y comenzó a enviar barcos llenos de petróleo a La Habana sin exigir los pagos correspondientes en billetes contantes y sonantes.
Las partidas de hidrocarburos se saldaron con el trabajo esclavo de miles de profesionales de la salud enviados a las zonas más peligrosas de la geografía del país sudamericano, una práctica todavía existente bajo el mandato de Nicolás Maduro, el sucesor del teniente coronel que quiso convertirse en el doble de Fidel Castro durante el ejercicio de su mandato que tuvo lugar, entre el 2 de febrero de 1999 y el 5 de marzo de 2013, cuando murió, víctima de un cáncer fulminante.
Como bien demuestra la historia, la relativa bonanza del modelo inspirado en la gesta bolchevique de 1917 se explica a partir de los soportes externos, nada que ver con un sostenido desarrollo industrial y agrícola que potenciara la producción nacional.
Es escandalosa la dependencia de las importaciones para cubrir la demanda interna de alimentos y otros avituallamientos básicos que pudieran obtenerse frontera adentro a menor costo.
Según fuentes dignas de crédito, alrededor de un 80% de las necesidades internas se suplen mediante compras en el mercado internacional, una realidad insostenible y con los días contados. No existen los fondos para mantener el elevado nivel de gastos ni formas creíbles de conseguirlos, mediante regalías, condonaciones de deuda y créditos blandos, tal y como se habían alcanzado hasta hoy día.
La crisis mundial originada por el coronavirus cierra las posibilidades de tales beneficios, lo cual obliga al régimen a emprender las reformas económicas que ha venido aplazando, durante décadas, si es que quiere evitar un peligroso recrudecimiento de las penurias como detonante de un estallido social de incalculables consecuencias.
No parece que las autoridades estén plenamente dispuestas a soltar las amarras de una economía al borde del colapso, lo cual apunta a la conformación de escenarios convulsos.
La acumulación de notas sombrías por un lado y la desidia gubernamental por otro invita a pensar en un final catastrófico.
Pienso en el desastroso estado de la agricultura y en la depauperación de la ganadería, dos fenómenos que avanzan en paralelo, y sin pausas, ante la pasividad de funcionarios ineptos y corruptos.
Todavía se recuerda la muerte, hace pocos meses, de cientos de reses por falta de agua y forrajes y el dramático estado de las granjas avícolas y porcinas, también diezmadas, sin que se tome la decisión transcendental de entregarle la tierra en propiedad a los campesinos para ponerle fin al interminable ciclo de improductividad e ineficiencia.
Por si fuera poco, duele escuchar que las cosechas de frutas quedan varadas en las guardarrayas a merced de las moscas y los gusanos debido a que los encargados de recogerlas para su distribución no cumplen con sus responsabilidades.
En fin, que no hay solución a menos que se proceda a echar a un lado la mentalidad de ordeno y mando para darle cabida al pragmatismo consistente en instaurar un modelo productivo sustentable, cuyo principal basamento sea el derecho a ejercer los diferentes tipos de propiedad sin interferencias del Estado, con elecciones democráticas y plenas garantías en el ejercicio de las libertades fundamentales.
El socialismo es una espantosa entelequia que hipotecó el presente y el futuro del país.
Lo peor es que la pesadilla continúa, nadie sabe hasta cuándo.