La regulación estatal, devenida en la práctica como un auténtico combate contra la riqueza, ha sobrevenido con una extremada rapidez.
La Habana, Cuba | Orlando Freire Santana | Cuba Sindical Press – Uno de los asuntos más debatidos últimamente en nuestra sociedad es si se permite o no el enriquecimiento de los actores no estatales de la economía, dícese trabajadores por cuenta propia, cooperativistas y arrendatarios de tierras ociosas.
No obstante haberse levantado algunas voces que advirtieron acerca de la posibilidad de que tal enriquecimiento se alcanzara por vías legales y como lógico resultado de la dedicación al trabajo, la primera versión de la Conceptualización del Modelo Económico y Social Cubano de Desarrollo Socialista fue tajante: no se permitiría la concentración de la propiedad ni la riqueza.
Lo anterior fue seguido por una serie de reuniones y asambleas en las que primó el discurso de los elementos de línea dura de la nomenclatura raulista. Hubo planteamientos al estilo de “que nadie piense que va a hacerse rico a costa del pueblo”, “hay que evitar la proliferación de nuevos ricos en Cuba”, y “el trabajo por cuenta propia no debe dar lugar al enriquecimiento personal de nadie”.
El pasado mes de abril se reunió de manera extraordinaria la Asamblea Nacional del Poder Popular con el objetivo de aprobar el mencionado documento partidista. Ante la maquinaria del poder se presentaba una verdadera encrucijada: o mantenían la línea dura contraria a la riqueza y entraban en contradicción con importantes elementos de la actualización del modelo económico –como, por ejemplo, el reconocimiento de cierto espacio para las relaciones de mercado–, o cedían ligeramente en su inflexibilidad y admitían la posibilidad de que algún sujeto no estatal se enriqueciera, aun si con ello, al decir de Marino Murillo, “estaríamos corriendo un gran riesgo”.
A la postre, y si tomamos como referencia la intervención en dicho cónclave del diputado José Luis Toledo Santander, presidente de la Comisión de Asuntos Constitucionales y Jurídicos, prevaleció la segunda consideración: “Reconocer la existencia de formas no estatales para diversas actividades implica la generación de determinada cantidad de riqueza. Corresponde entonces al Estado instrumentar las formas para poder regular esa acumulación de riquezas”.
Es decir que, en ese momento, y aun a regañadientes, se admitió que cualquier sujeto no estatal accediera a determinada cantidad de riqueza, aunque siempre con la coletilla de la hipotética acción reguladora estatal.
Pero lo que quizás muchos no imaginaron fue que la referida regulación estatal, devenida en la práctica como un auténtico combate contra la riqueza, sobreviniera con tanta rapidez.
Varias de las medidas acordadas recientemente por el Consejo de Ministros con respecto al trabajo por cuenta propia apuntan en esa dirección. Por ejemplo, la separación de las actividades de restaurante o paladar, y la de bar y recreación, trata de impedir la proliferación de paladares que habían incorporado los servicios de bar y discoteca. De esa manera se habían ganado el beneplácito de sus clientes y, en consecuencia, eran negocios que prosperaban y obtenían apreciables ganancias.
Por otra parte, el desestímulo a la contratación de un alto número de trabajadores conspira contra la ampliación de los negocios, y así también se limita la posibilidad del enriquecimiento. Si por los primeros cinco trabajadores contratados el propietario debe pagar un impuesto del 5% del salario medio de su provincia, y por más de 21 contratados el impuesto a pagar será el 5% de la suma de seis salarios medios, es lógico suponer que pocos cuentapropistas-propietarios deseen rebasar esa cantidad.
Otro tanto pudiéramos decir de los taxistas habaneros, para los cuales se anuncia un “experimento” que al final los ubicaría en recorridos y piqueras establecidas por las autoridades, y la aplicación de tarifas topadas.
Sería conveniente que los funcionarios castristas leyeran y asimilaran el mensaje contenido en el libro La riqueza de las naciones, escrito por el economista y filósofo escocés Adam Smith en 1776. En esas páginas se establece que “al buscar satisfacer sus propios intereses, todos los individuos son conducidos por una ‘mano invisible’ que permite alcanzar el mejor objetivo social posible”.